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EL LIBERAL . Viceversa

El que decidió soñar para todos

25/06/2016 19:50 Viceversa
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El que decidió soñar para todos El que decidió soñar para todos

acido en Rojas

(Provincia de

Buenos Aires)

en 1911, hijo de

inmigrantes italianos, Ernesto

Sábato concluyó su

vida casi centenaria convertido

en una “figura tutelar”

o “consular” de la literatura

argentina, tanto por

su edad como por la repercusión

nacional e internacional

de su obra. Para los

más jóvenes fue sinónimo

de búsquedas existenciales

e intensidad creadora. La

peregrinación (nunca más

adecuada la metáfora) a

su casa de Santos Lugares,

hoy museo, se convirtió

en un itinerario tópico para

estudiantes y aspirantes

a escritores. Incluso sus libros

tardíos ( Antes del fin ,

La resistencia ), que combinan

el testimonio, la autobiografía

y la exhortación,

pasaron a ser para muchos

de ellos “textos de cabecera”.

En sus últimas y ya escasas

presentaciones públicas,

fueron oyentes mayoritarios

que, sin temer

las incomodidades, cuando

ya no quedaban asientos,

se sentaban en el suelo

para escucharlo, apoyados

sobre sus mochilas.

El impacto que Sábato

ejercía sobre las nuevas generaciones

no solo no desapareció

a medida que iba

envejeciendo sino que pareció

incrementarse. Lejos

de verlo como una estatua

inmovilizada en el panteón

de los ilustres, se identificaban

con sus personajes,

respondían a ese núcleo

adolescente –obstinado,

desmedido, refractario

a concesiones, codicioso

de totalidad– que subsistió,

irreductible, en su larga

aventura literaria como

narrador y como ensayista.

Los escritores que ocuparon

de manera más visible

el espacio de la “vanguardia”

en los años ochenta

y noventa del siglo XX

no solían, en cambio, reconocer

su obra como antecedente

válido ni lo consideraban

un miembro supérstite

de esa clase de artistas

que rompen o desvían los

cánones vigentes para buscar

nuevas formas de expresión

(y también, de conocimiento).

Ejemplo notorio

de esa actitud es César

Aira, que en su Diccionario

de autores latinoamericanos

dedica a Sabato

un artículo displicente. Sin

abordar la problemática de

su obra, destaca su “robusto

sentido común” e “ideas

convencionales”. Sin embargo,

el ingreso del autor

de El túnel en el campo de

la novela ocurre bajo el signo

de la ruptura, la utopía,

la rebeldía. Ruptura, en

primer lugar, con las formas

consolidadas, más o

menos cómodas o previsibles,

de una carrera científica.

Su tránsito de la ciencia

a la literatura (mundos

considerados incompatibles

por el cerrado ambiente

académico de las “ciencias

duras” en aquel entonces)

causó perplejidad y rechazo,

tanto como si una

honesta ama de casa decidiera,

de pronto, entregarse

a las drogas y a la prostitución,

según diría Sabato

años después con eficaz

sarcasmo.

Ruptura, en segundo lugar,

con las formas amables

y las “buenas costumbres”

literarias. París, meca

científica, Ciudad Luz,

foco de la razón y sede del

Instituto Curie, donde Sabato

trabajaba en 1938 como

becario distinguido, le

muestra pronto su reverso

oscuro: el mundo nocturno

de caves , poblado de

iconoclastas, frecuentado

por surrealistas y dadaístas:

André Breton, Tristan

Tzara, Marcel Ferry, el

pintor Domínguez, se dan

cita en esos espacios donde

se desarman las palabras,

se componen cadáveres

exquisitos y las especulaciones

metafísicas se

subsumen en la deriva hacia

mundos oníricos. Por

esa puerta falsa —camuflada

bajo las nítidas y respetables

apariencias del día—

Sabato ingresa en las ambigüedades

de la ficción. En

esa época escribe un relato

inconcluso que publicaría

luego la revista Sur : “

La fuente muda” , anticipación

de Sobre héroes y

tumbas .

él mismo, por cierto,

haría luego fuertes críticas

al surrealismo, pero sobre

todo por lo que encontraba

en él de pose, de hueca

retórica del escándalo

y de traición a sus propios

principios. Así, echa en cara

a ciertos artistas del movimiento

que sus obras se

mantengan muy por debajo

de sus pretensiones teóricas

y que su actitud vital

no alcance la radicalidad

salvaje —o la autenticidad—

que la nueva “moral

de los instintos y del sueño”

hubiera exigido. En su primer

libro de ensayos ( Uno

y el universo , 1945) denuncia

los decepcionantes resultados

de la “escritura

automática”. En “El escritor

y sus fantasmas” se encarniza

contra los aspectos

dogmáticos y académicos

de un movimiento que

pierde su carácter genuinamente

revulsivo al convertirse

en “escuela”, en

un nuevo academicismo, y

que acompaña la “falsificación

de fondo” con “pomposidad

en las formas”;

“auténticos desesperados –

dice— como mi amigo Breton,

fueron escasos”. Sin

embargo, no deja de admitir

que, en su impulso inicial,

el surrealismo implicó

un quiebre y una liberación

(continuadora de la liberación

romántica) tanto

de la cárcel racionalista como

de la cárcel esteticista,

para enfrentar, con renovados

medios expresivos, “el

replanteo de la condición

humana”. Ahí halla el nexo

entre surrealismo y existencialismo,

que se entrelazan

en sus ficciones.

Sabato cuestiona a Occidente

desde su periferia

post-colonial, y exhibe

la crisis de la modernidad.

Si bien recupera la modernidad

estética que arranca

en la insurrección romántica

para desembocar en

el surrealismo, realiza una

compleja crítica de la modernidad

como ilustración

racionalista y logocéntrica

que termina instalando el

“reino de la cantidad”. Se

anticipa también a la sensibilidad

post-moderna en

su rescate de lo híbrido, en

su captación fina de las tensiones

crecientes y las asimetrías

del mundo globalizado.

Y anuncia las nuevas

estéticas del deseo y la trasgresión

(Baudrillard, Lyotard),

buscando superar las

antinomias planteadas por

el paradigma occidental del

conocimiento, que ha deshumanizado

–sostiene–

una civilización regida por

parámetros racionalistas y

economicistas.

Sus héroes masculinos:

nictálopes, exploradores

de la noche y la profundidad

(sobre todo el emblemático

Fernando Vidal Olmos),

aterrorizados ante su

cuerpo y sus deseos, inermes

frente al misterio de

lo femenino concebido como

tierra incógnita y erizada

de peligros, muestran y

ponen en juego, en el plano

simbólico, las insostenibles

limitaciones de la

visión logocéntrica y falocéntrica,

que en algún momento

estalla para devorar

a sus propios creadores. Si

los ensayos de Sabato (como

los recogidos en Heterodoxia

sobre lo masculino

y lo femenino) muchas veces

simplifican esta cuestión

y terminan cayendo

en las mismas divisiones

que denuncian, las novelas

van más lejos: se abren hacia

la multiplicidad de sentidos,

hacia la ambigüedad

y la ambivalencia, exceden

los esquemas. Allí está, como

bien lo sabía él mismo,

lo más potente (y visionario)

de su talento creador.

El arte, en suma, es para

Sabato una expuesta y riesgosa

posición de vanguardia.

Una avanzada en el territorio

de lo aún ignoto, un

“ir más allá” (como lo señala

la etimología de la palabra

“transgresión”), el cruce

de un umbral prohibido

o clausurado. La ambición

de una mirada total sobre

la realidad atraviesa su literatura

y llega a una cumbre

en “Sobre héroes y tumbas”

(1961), la más famosa de

sus novelas, considerada

uno de los clásicos hispanoamericanos

del siglo XX.

La poética sabatiana dibuja

fabulosos subsuelos

que son el teatro del “sueño

de la razón”, cuando engendra

monstruos, y también

una galería del horror

nacional. Las cabezas cortadas

como la fruta madura

que comienza a pudrirse,

el cuerpo descompuesto

de Juan Galo de Lavalle,

héroe de la Independencia

y guerrero fratricida que

huye hacia el Norte, perseguido

y también penitente,

son asimismo las metáforas

de una patria que pareciera

haber estado, siempre,

en estado convulsivo,

que nunca ha llegado a

fundarse verdaderamente,

porque no termina de tomar

conciencia de sí misma.

Las sombras de la historia

argentina y latinoamericana,

los desplazados

y los excluidos, los derrotados

y los subalternos, se

cruzan en el mapa social y

temporal de este relato con

la indagación de lo negado

y descartado por la razón

occidental y sus cruzadas

civilizadoras o domesticadoras.

Tememos lo que

no conocemos ni queremos

conocer. Los prejuicios nos

bloquean y enceguecen.

En cualquier caso, en cualquier

plano, es necesario

asumir el lado oscuro u oscurecido,

por alto que sea

el costo, para lograr alguna

forma de (re) integración.

Por otro lado, el amor-pasión

de Martín y Alejandra

puede abrir otro acceso

revelador a una dimensión

absoluta, y la “metafísica

de la esperanza”, contra

todo y a pesar de todo,

confiere sentido al absurdo

en la lucha cotidiana de

sus héroes anónimos (Hortensia

Paz) y el pasado perdido

se vuelve una dimensión

utópica que ilumina

el futuro desde la memoria

(Tito D’Arcángelo). La ficción

es la llave que abre el

acceso a esos planos y esos

mundos (diurno y nocturno,

superior e inferior, pasado

y presente, natural,

sobrenatural, fantástico),

ensamblándolos en una

prodigiosa conexión.

Los artistas, creía Sábato,

son los que “sueñan

el sueño colectivo, expresando

no solo sus ansiedades

personales sino las

de la humanidad entera …

Esos sueños pueden incluso

ser espantosos, como en

un Lautreamont o un Sade.

Pero son sagrados. Y sirven

porque son espantosos”, se

dice en Abaddón el exterminador

. “Son los que sueñan

por los demás. Están

condenados, entendé bien,

¡condenados! –casi gritó–

a revelar los infiernos”; “…

el escritor sueña por la comunidad.

Una especie de

sueño colectivo. Una comunidad

que impidiera las

ficciones correría gravísimos

riesgos”.

Sábato fue distinguido

con el Premio Cervantes,

el Gabriela Mistral y el Premio

Jerusalén, entre otros.

Su persona y su obra, su actuación

pública, fueron relevantes

a lo largo de más

de seis décadas en la vida

cultural y política argentina.

Pero de todas sus batallas

y entre todos los roles

que eligió cumplir, o que

otros le asignaron, prefiero

pensarlo como el que quiso

situarse a la vanguardia, en

la desprotección de la intemperie,

y ponerse a soñar

para todos.

Más allá del intelectual,

del personaje que tantos

llamaron maestro, hubo

antes que nada un creador

que supo entregarse a

las contradicciones y paradojas

de la existencia. Un

hombre, tan aterrado y fascinado

como sus héroes

novelescos, que esperaba

las revelaciones de la oscuridad

y las trascribía pacientemente,

en borradores

que consideró imperfectos

y que en algún momento

dejó de corregir. l

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