Evangelio según San Lucas 9,51-62 Evangelio según San Lucas 9,51-62
viaje a Jerusalén donde
dará su vida. Se trata
del “éxodo” de Jesús, la
vuelta al Padre de dónde
salió. Durante el camino,
aprovecha la oportunidad
para instruir a los
discípulos, que serán sus
testigos en el mundo.
Atraviesa Samaría
y recibe el rechazo de
la gente que se niega a
darle alojamiento. Sin
embargo, y a pesar de
ese obstáculo, nada le
impide cumplir su destino.
Al igual que al comienzo
de su ministerio
en Nazaret, Jesús es rechazado.
Los discípulos,
Santiago y Juan, le solicitan
autorización para hacer
descender sobre los
samaritanos un rayo desde
el cielo que los consuma.
Jesús los reprende
corrigiendo de esta manera
la imagen equivocada
que tenían sobre el
discipulado. Ser discípulo
no es un privilegio que
da poder sobre las personas
sino una vida de servicio
a la causa del Reino
de Dios, asumiendo como
parte de esa misión el
rechazo y la persecución.
El que quiera ser su
discípulo deberá saber
los riesgos que esto implica
y contar con un
previsible conflicto entre
diversas lealtades.
Seguir a Jesús supone
disponibilidad total,
por encima de los lazos
de sangre, costumbres
y anhelos personales.
Esta actitud queda expresada
en las situaciones
planteadas por cada
uno de los candidatos
que desean ser sus
discípulos: el primero
se ofrece generosamente
a seguirlo a lo que Jesús
responde que el Hijo
del Hombre lleva una
vida itinerante, desinstalada,
“no tiene dónde
reclinar la cabeza”. Al
siguiente la invitación
viene de Jesús, el candidato
está dispuesto
a aceptarla, pero pone
una condición: enterrar
a su padre (obligación
de hijo). Jesús dice:
“Deja que los muertos
entierren a los muertos”.
Seguirlo está por
encima de los vínculos
familiares. Lo importante
es aquí: “anunciar
el Reino”. Por último, el
tercero, quiere seguirle,
pero antes despedirse
de su familia. Ante
esto Jesús dice: “Nadie
que pone la mano en el
arado y mira hacia atrás
es apto para el Reino de
Dios”. También aquí,
seguir a Jesús requiere
dedicación exclusiva
para implantar el Reino
que supera los sentimientos
y obligaciones
familiares.
Conclusión
También hoy, los
discípulos nos vemos
enfrentados
por diversas lealtades
e intereses. Ponerse
del lado de los últimos,
de los que la sociedad
desprecia, será un signo
de la seriedad y el compromiso
con que asumimos
el seguimiento del
Señor. Debemos abandonar
como Iglesia todo lugar
de poder y privilegio,
desinstalarnos de nuestras
comodidades, salir
al encuentro del hermano
para anunciarles
el Reino de Jesús, sin temor
al rechazo, al ridículo,
con el único afán de
servir, de compartir la vida
de Dios que gratuitamente
la hemos recibido,
sin esperar nada a cambio,
sólo para que brille
la gloria de Dios. De eso
se trata “ser discípulo”,
seguir a Jesús y servirlo
en los hermanos, curando
sus heridas, dándoles
esperanza, animándolos
a entrar en el Reino para
que experimenten la
alegría del encuentro con
Dios que les cambiará el
corazón y les ayudará a
recuperar
su dignidad.
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