Tristeza

¡Buen día! Alejandro Vinet solía decir que “la tristeza es la agonía del alma”. No le falta razón, si pensamos que sume a la persona en un mundo de pesimismo, en el que todo se ve negro, hacia dentro y hacia afuera. Es como un vidrio opacado a través del cual se percibe la vida sin colores.

Ese estado de ánimo nos embarga a todos, sólo que en proporciones y tiempos diferentes. Hay circunstancias que objetivamente provocan tristeza: la muerte de un ser querido, una enfermedad prolongada, una frustración, una ruptura... Pero hay personalidades más propensas que otras. Para ellas la vida tiene más motivo de llanto que de risa, las oportunidades para ser feliz son menores que las desdichadas.

Incluso hay quienes parecen ‘disfrutar’ de la tristeza, por más que esto suene a paradoja: parece que no sienten ellas mismas si no están tristes, o al menos no dan la impresión de estarlo. Y no falta quien le tome el lado bueno a la tristeza: “No me gusta ser feliz. Cuando estoy triste siento que mi tristeza no podrá durar, que un día u otro desaparecerá; y esto me da valor. Pero cuando estoy feliz sé que mi felicidad acabará enseguida y esto me desespera”, escribió Jaloux. Algo parecido expresa Víctor Hugo: ‘La melancolía es la dicha de estar triste’.

Creo que debemos aprender a convivir con la tristeza, si no es posible transformarla en alegría. Pero no podemos hacer de la tristeza un modo de vida, porque ella terminará por anularnos. La mayoría de los suicidios son largamente precedidos por etapas de tristeza. Cuando nos invade este sentimiento debemos reaccionar, tratando de mirar el lado bueno de la vida. Si el presente no ofrece motivos de optimismo, puede ayudar bastante la sugerencia de Siul Arco respecto del pasado: “En esos días grises en los que el alma parece haber perdido fuerzas y alegría, trato de pensar en las cosas bellas que viví alguna vez. Recorro épocas de mi pasado y siempre encuentro algún recuerdo feliz. Entonces ahuyento las tristezas y afronto con energía las sombras del desaliento”.