Felipe Rojas, entre la vanguardia y la raíz Felipe Rojas, entre la vanguardia y la raíz
de la Micorriza, Kakuy la miel del
deseo, son algunas de las obras literarias
publicadas por el poeta bandeño
Felipe Rojas. Las dos primeras son
libros de poesía, y la última corresponde
a un texto en prosa, en coautoría
con quien escribe estas líneas.
Se trata de un escritor poco prolífico,
aunque en la literatura, como en la vida,
las cosas no se miden por su cantidad
sino por su calidad. Arthur Rimbaud,
el vate que dio inicio a la poesía
moderna y anticipó el surrealismo,
escribió sólo dos libros: Una temporada
en el infierno e Iluminaciones, de
modo que el número no es un parámetro
para medir la importancia de
un escritor. Salvado esto y sin tener
en cuenta su brillante producción de
canciones, que son más de trescientas;
quiero ir a su trabajo estrictamente
literario. Particularmente me
referiré a su primer volumen Tiempo
de sol y soledad, editado en 1978 por
la Fundación Curi.
Con este libro, Rojas da nacimiento
a un relato totalmente novedoso en
el ámbito de la poesía argentina, hecho
que todavía no ha sido debidamente
advertido por ningún crítico,
ni estudioso del género, tanto a nivel
nacional como provincial. El fenómeno
seguramente se debe a que la literatura
no escapa del centralismo porteño
que asfixia a todo el país. Felipe
Rojas no ha despertado aún la curiosidad
del canon, como tampoco
lo han hecho otros escritores de las
provincias, con excepción del pampeano
Bustriazo Ortiz y del sanjuanino
Elías Escudero, ambos reconocidos
al final de sus vidas, cuando la
muerte les pisaba los talones.
Si bien
Tiempo de sol y soledad tuvo gran repercusión
cuando fue publicado, no
se alcanzó a visibilizar la novedad de
su construcción poética, ni la virtud
inaugural de su estilo. Felipe Rojas fue
inspirado por el lenguaje de las vanguardias,
en especial las latinoamericanas,
del surrealismo y la copla; y
su primera obra no sólo contiene momentos
de alta inspiración, sino que
establece un discurso innovador en
el devenir de la poesía argentina. Esto
se debe a que confluyen en su expresión
conceptos y giros de las poéticas
de avanzada, con la lirica de raíz
folklórica, conformando un registro
literario donde el idioma es preñado
por la unión de voces telúricas con
registros más contemporáneos.
Desde esta perspectiva puedo
afirmar con el corazón y la pluma,
que Felipe Rojas a través de este libro,
da origen a una poesía folklórica
de vanguardia. Con sólo recorrer
sus textos podremos adentrarnos a
un mundo, tan exquisito como desolador,
tan antiguo como actual, donde
el paisaje no es el objeto de la palabra
sino la cascara del significado. En
toda su poesía subyace esta tensión,
entre lo nuevo y lo viejo, entre lo telúrico
y lo urbano, entre lo terrenal y
metafísico. He aquí la novedad de su
obra: la construcción de su lenguaje,
el rumbo de su palabra, el breve pero
inmenso destino de su poesía.
No hubo un poeta más santiagueño,
ni más alejado de Santiago Del Estero
que el propio Felipe Rojas. Fue el
primero quizá en cortar los alambres
de la poesía provinciana pero lo hizo
encerrándola en un canto ancestral,
dejando que las palabras florecieran
sin el dominio de la gramática lugareña,
pero al mismo tiempo con la fiereza
de lo atávico, con el decir de la vidala
o como el florecer de un tuscal.
En su discurso, el carnaval adquiere
una resonancia ontológica, sin
perder la embriaguez folklórica: Guitarras
morenas tocan mi resurrección
celeste/ y vengo a salpicar tu cuerpo/
Arrima el carnaval a tu regazo de
tumbas. /Sabes que el amor, tu amor
dolido/ ahoga en el fondo de las hembras/
un hombre innecesario. (Este
fragmento pertenece al poema “Río
de Carnaval.” Incluido en la titánica
antología realizada por el escritor Alfonso
Nassif)
La belleza verbal de la escritura
de Rojas, es proporcional al sistema
de ideas que formulan cada uno de
sus versos, en tanto brotan del choque
de fuerzas antagónicas, de una
cultura indígena en resistencia con
otra dominante pero excelsa. Hay una
energía -en apariencia- extravagante,
con pinceladas barrocas, propias de
una tierra donde la música exhuma el
dolor con la algarabía y donde los mitos
y las leyendas construyen un pensamiento
mágico y poético sin mediación
de lo intelectual. Precisamente
de esta premisa, de este viento o
Huayra Muyoj, la palabra de Felipe
Rojas remonta vuelo para fundirse
en otras, como la de René Char, el
surrealista francés, o la de Vicente
Huidobro, el creacionista chileno.
Quizá César Vallejo haya sido la
referencia más encarnada de nuestro
poeta bandeño, pero se va de él,
cuando su voz se hunde en la raíz primigenia
del campo santiagueño. Aquí
aparece su verdad, su creación, su
distinguida originalidad en el panorama
de la poesía argentina. Su dolor
ancestral es el verbo que acuña para
golpear el alma de los lectores y las
puertas de las academias indiferentes
a su decir. ¿Acaso Elegía Campesina
no vale el grito de todo el pueblo
santiagueño enterrado en su dolor de
siglos? l
Elegía campesina
Aúllan de muerte las campanas del sol
en el espectro silbador de la sequía.
Cae la lluvia entre la hierba
pero en mi hierba no.
El arado roto,
la horquilla desfigurada,
y el afán tiñéndose de viejo,
un perro amargamente vivo.
Está lloviendo en las espaldas
pero en mi espalda no.
Una mujer de trizas,
dos hijos en pedazos
y esta cama escupiendo
hilachas amarillas.
Está lloviendo allá en las casas
pero en mi casa no.
La siembra en el desierto,
páramos y andrajos
y la verde desazón que pisa el campo.
Está lloviendo en los maizales
pero en mi chacra no.
El pájaro tenaz de la cosecha
busca mis dedos enlutados.
Ay, mis sueños de peón,
en alas huecas y rebeldes!
Está lloviendo en la vidalas
pero en mi caja no.
Hundiré los ojos en la boca
de las nubes tormentosas,
Será mi sombra un rio de mil hachas
cavando leguas y caminos.
¡Dónde quedará este tiempo cuando
duerman mis sueños en los árboles?
Está lloviendo a toda sangre,
sangre espantada
De un mortero lento que acribilla.
Está cayendo así sobre la siembra
Pero en mi siembra no.