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Felipe Rojas, entre la vanguardia y la raíz

03/09/2016 20:20 Viceversa
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Felipe Rojas, entre la vanguardia y la raíz Felipe Rojas, entre la vanguardia y la raíz

Tiempo de sol y soledad, El Canto

de la Micorriza, Kakuy la miel del

deseo, son algunas de las obras literarias

publicadas por el poeta bandeño

Felipe Rojas. Las dos primeras son

libros de poesía, y la última corresponde

a un texto en prosa, en coautoría

con quien escribe estas líneas.

Se trata de un escritor poco prolífico,

aunque en la literatura, como en la vida,

las cosas no se miden por su cantidad

sino por su calidad. Arthur Rimbaud,

el vate que dio inicio a la poesía

moderna y anticipó el surrealismo,

escribió sólo dos libros: Una temporada

en el infierno e Iluminaciones, de

modo que el número no es un parámetro

para medir la importancia de

un escritor. Salvado esto y sin tener

en cuenta su brillante producción de

canciones, que son más de trescientas;

quiero ir a su trabajo estrictamente

literario. Particularmente me

referiré a su primer volumen Tiempo

de sol y soledad, editado en 1978 por

la Fundación Curi.

Con este libro, Rojas da nacimiento

a un relato totalmente novedoso en

el ámbito de la poesía argentina, hecho

que todavía no ha sido debidamente

advertido por ningún crítico,

ni estudioso del género, tanto a nivel

nacional como provincial. El fenómeno

seguramente se debe a que la literatura

no escapa del centralismo porteño

que asfixia a todo el país. Felipe

Rojas no ha despertado aún la curiosidad

del canon, como tampoco

lo han hecho otros escritores de las

provincias, con excepción del pampeano

Bustriazo Ortiz y del sanjuanino

Elías Escudero, ambos reconocidos

al final de sus vidas, cuando la

muerte les pisaba los talones.

Si bien

Tiempo de sol y soledad tuvo gran repercusión

cuando fue publicado, no

se alcanzó a visibilizar la novedad de

su construcción poética, ni la virtud

inaugural de su estilo. Felipe Rojas fue

inspirado por el lenguaje de las vanguardias,

en especial las latinoamericanas,

del surrealismo y la copla; y

su primera obra no sólo contiene momentos

de alta inspiración, sino que

establece un discurso innovador en

el devenir de la poesía argentina. Esto

se debe a que confluyen en su expresión

conceptos y giros de las poéticas

de avanzada, con la lirica de raíz

folklórica, conformando un registro

literario donde el idioma es preñado

por la unión de voces telúricas con

registros más contemporáneos.

Desde esta perspectiva puedo

afirmar con el corazón y la pluma,

que Felipe Rojas a través de este libro,

da origen a una poesía folklórica

de vanguardia. Con sólo recorrer

sus textos podremos adentrarnos a

un mundo, tan exquisito como desolador,

tan antiguo como actual, donde

el paisaje no es el objeto de la palabra

sino la cascara del significado. En

toda su poesía subyace esta tensión,

entre lo nuevo y lo viejo, entre lo telúrico

y lo urbano, entre lo terrenal y

metafísico. He aquí la novedad de su

obra: la construcción de su lenguaje,

el rumbo de su palabra, el breve pero

inmenso destino de su poesía.

No hubo un poeta más santiagueño,

ni más alejado de Santiago Del Estero

que el propio Felipe Rojas. Fue el

primero quizá en cortar los alambres

de la poesía provinciana pero lo hizo

encerrándola en un canto ancestral,

dejando que las palabras florecieran

sin el dominio de la gramática lugareña,

pero al mismo tiempo con la fiereza

de lo atávico, con el decir de la vidala

o como el florecer de un tuscal.

En su discurso, el carnaval adquiere

una resonancia ontológica, sin

perder la embriaguez folklórica: Guitarras

morenas tocan mi resurrección

celeste/ y vengo a salpicar tu cuerpo/

Arrima el carnaval a tu regazo de

tumbas. /Sabes que el amor, tu amor

dolido/ ahoga en el fondo de las hembras/

un hombre innecesario. (Este

fragmento pertenece al poema “Río

de Carnaval.” Incluido en la titánica

antología realizada por el escritor Alfonso

Nassif)

La belleza verbal de la escritura

de Rojas, es proporcional al sistema

de ideas que formulan cada uno de

sus versos, en tanto brotan del choque

de fuerzas antagónicas, de una

cultura indígena en resistencia con

otra dominante pero excelsa. Hay una

energía -en apariencia- extravagante,

con pinceladas barrocas, propias de

una tierra donde la música exhuma el

dolor con la algarabía y donde los mitos

y las leyendas construyen un pensamiento

mágico y poético sin mediación

de lo intelectual. Precisamente

de esta premisa, de este viento o

Huayra Muyoj, la palabra de Felipe

Rojas remonta vuelo para fundirse

en otras, como la de René Char, el

surrealista francés, o la de Vicente

Huidobro, el creacionista chileno.

Quizá César Vallejo haya sido la

referencia más encarnada de nuestro

poeta bandeño, pero se va de él,

cuando su voz se hunde en la raíz primigenia

del campo santiagueño. Aquí

aparece su verdad, su creación, su

distinguida originalidad en el panorama

de la poesía argentina. Su dolor

ancestral es el verbo que acuña para

golpear el alma de los lectores y las

puertas de las academias indiferentes

a su decir. ¿Acaso Elegía Campesina

no vale el grito de todo el pueblo

santiagueño enterrado en su dolor de

siglos? l

Elegía campesina

Aúllan de muerte las campanas del sol

en el espectro silbador de la sequía.

Cae la lluvia entre la hierba

pero en mi hierba no.

El arado roto,

la horquilla desfigurada,

y el afán tiñéndose de viejo,

un perro amargamente vivo.

Está lloviendo en las espaldas

pero en mi espalda no.

Una mujer de trizas,

dos hijos en pedazos

y esta cama escupiendo

hilachas amarillas.

Está lloviendo allá en las casas

pero en mi casa no.

La siembra en el desierto,

páramos y andrajos

y la verde desazón que pisa el campo.

Está lloviendo en los maizales

pero en mi chacra no.

El pájaro tenaz de la cosecha

busca mis dedos enlutados.

Ay, mis sueños de peón,

en alas huecas y rebeldes!

Está lloviendo en la vidalas

pero en mi caja no.

Hundiré los ojos en la boca

de las nubes tormentosas,

Será mi sombra un rio de mil hachas

cavando leguas y caminos.

¡Dónde quedará este tiempo cuando

duerman mis sueños en los árboles?

Está lloviendo a toda sangre,

sangre espantada

De un mortero lento que acribilla.

Está cayendo así sobre la siembra

Pero en mi siembra no.

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