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EL LIBERAL . Viceversa

Cuentos de María Lourdes Guzmán

24/09/2016 18:53 Viceversa
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Cuentos de María Lourdes Guzmán Cuentos de María Lourdes Guzmán

Prendido

Pasan los días y todavía no puede

descifrarse. Y ese vaivén emocional

lo lleva a un sitio angustioso,

por donde camina con zapatos

de plomo. Es la primera vez

que camina en falso, no sabe lo

que quiere y eso lo está superando.

Hasta duda de quién es realmente.

“Ser yo no es fácil”, piensa. Y no

lo dice por soberbio ni narcisista,

sino porque muchas veces es prisionero

de sus sentimientos.

Cobijado en la desolación, aparecen

las culpas sin justificaciones

y los cariños imborrables, que no

hacen más que sellarlo a un molde

frágil, que se rompe ante el primer

temblor.

Le es difícil no revolver el pasado

cuando busca encontrar algunas

respuestas en su interior sobre

lo que fue y lo que es, lo que quedó

y lo que tiene, lo que quiso y ya no

quiere; o no sabe si lo quiere.

Pero de algo sí está seguro: aún

la espera, sin prisa ni pausa.

“Todo vuelve”, se consuela,

aunque sabe que corre el riesgo de

esperarla eternamente, porque sabe

que ella siempre eligió desplegar

las alas de la libertad.

Y es imposible que no se despegue

de su recuerdo. Entre los resabios

de amargura, la imagen de su

sonrisa retorcida le roba una esperanza.

Una esperanza que guarda,

porque confía que volverá a buscarlo,

a necesitarlo, a quererlo.

Así, perdido en las alegres y reconfortantes

imágenes del ayer,

sacude sus emociones e intenta

descubrir qué es lo que realmente

la ata a esa mujer… tan arrogante

como seductora que, después

de tanto tiempo, aun la hipnotiza.

¿Amor, amistad, pasión? Un poco

de todo, quizás, con algunas gotas

de compasión.

Cuando la conoció pensó que

sería una noche y nada más. Estaba

a acostumbrado al canje del

placer por unos cuántos días. Pero

ella de a poco lo fue llevando al

abismo de su ternura y cuando menos

se dio cuenta se encontró sediento

de su compañía y clamando

por sus caricias.

En las noches de aquel invierno

febril, entre sábanas y amarguras,

fue conociéndola y no pudo

desprenderse del calor de su cuerpo

y del dolor de su alma. Noches

ensordecedoras donde la pasión y

la efervescencia del erotismo pujaban

con las lágrimas y el desconsuelo.

No pudo regresar de la mirada

triste que emanaban esos ojos marrones

perspicaces, que magnetizaron

su sensibilidad.

Aunque en ese tiempo no pudo

descifrarlo, hoy —devorado por la

nostalgia— reconoce que se enamoró

de su dolor. No pudo ser indiferente

a su debilidad, a su llanto.

No pudo y no quiso abandonarla

en su miseria, atiborrada de relatos

tristes y dibujos grises de una

vida marcada por el desamor y el

desamparo.

Embriagada en sus brazos, ella

le contó sus penas y él la abrigó con

su cuerpo y su sonrisa serena. Así,

las horas de excitación pronto se

transformaron en días de placer,

con alegrías y tristezas compartidas.

Pero un día cualquiera, que

quedó marcado a fuego, el desasosiego

pudo más. Ella no quiso seguir

enredándose en el suave y peligroso

juego del amor. Decidió irse,

para no aparecer más… como si

nunca hubiera existido.

Las idas zigzagueantes hacia la

apatía fueron más frecuentes y de

pronto él se encontró lidiando solo,

por un amor que ni siquiera había

comenzado. De ella sólo quedó

la fragancia de su cuerpo, la dulzura

de sus abrazos… la aflicción de

su encanto.

No se dejó amar y contra eso no

pudo hacer nada. No tuvo otra opción

que quedarse con las ganas

del querer y la impotencia del no

poder. El mayor error que cometió

fue pretender ser lo que no es, ocupar

un lugar que no fue ni es suyo

y corresponder a sentimientos que

no le pertenecían.

En el silencio pleno que lo habita

y con la sinceridad que la caracteriza,

admite que nunca encajará

en su vida, porque llegó a destiempo

o porque los mandatos del

destino fueron otros. Sin embargo,

no abandona la ilusión de amarla,

sin importar el precio de arder en

la quimera de sus besos fáciles. No

teme esperarla… y quedarse con el

corazón en la mano.

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Fotosíntesis

Y de repente el árbol de la vida

se va deshojando... frutos caídos,

ramas secas... y el tronco y las raíces

quedan un poco doblegados. Si están bien regados permanecerán

intactos, tal vez los vientos huracanados

o las tormentas intensas

lo tuerzan un poco… pero cuán

importante será, entonces, el riego

y el calor del sol para que ese árbol

no se caiga.

Como un árbol estamos plantados

aquí y ahora. Algunos venciendo

plagas, otros resistiendo tormentas

y muchos otros creciendo

y dando frutos. Sobredosis de agua

hace mal, así como también el cariño

puede ahogar. Y el sol... brilla

y permite brillar siempre y cuando

no queme las hojas impidiéndoles

crecer.

¿Cuál será la dosis ideal de esa

agua y ese sol para brindar a los demás?

¿Será que ahogamos o dejamos

brillar? ¿Cómo será que alimentamos

y cuidamos nuestras

raíces? ¿Qué tipo de árbol somos?

¿Un sauce llorón? ¿Un potus? ¿Un

lapacho en flor? ¿Un palo borracho,

tal vez? No sé.

El otoño ha llegado y con él se va

llevando muchas hojas secas y frutos

caídos… dejando que la savia

riegue algunos huecos y vitalice el

interior.

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