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Dos chicas se fueron en un Falcon de Olivos al Caribe

25/09/2016 08:09 País
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Dos chicas se fueron en un Falcon de Olivos al Caribe Dos chicas se fueron en un Falcon de Olivos al Caribe

Cuando Camila Saint Jean (27) y Vanina Tortosa Vigón (29) le contaron el plan a sus familiares y amigos, pocos les creyeron. Incluso el mecánico pensó que estaban locas. Lo cierto es que un caluroso día de enero de 2015 armaron las valijas y las metieron dentro de un Falcon Standard modelo ‘85. Partieron desde Olivos “a conocer el mundo”. No tenían recorrido armado y sólo se dejaron llevar por el espíritu aventurero. A bordo de la “nave” las acompañó “Enero”, el perro de Camila.

Casi no hubo planes previos. Para el viaje estuvieron seis meses ahorrando. ¿Para ir a dónde? No lo sabían. “Simplemente, queríamos ver a dónde llegábamos”, comenta Vanina. Y así fue como dejaron sus empleos y salieron a la ruta. “Las dos teníamos trabajo y Vani alquilaba un departamento. Suspendimos todo porque no sabíamos qué día íbamos a volver”, señala Cami.

Hicieron siete países latinoamericanos y recorrieron más de 31 mil kilómetros. “Cruzamos a Uruguay e hicimos toda la costa, al igual que en Brasil. Después de casi nueve meses de viaje decidimos ir a Venezuela, por lo cual tuvimos que subir, el Falcon, Enero y nosotras dos, a un barco que nos hizo conocer el Amazonas”, señalan. Y agregan: “A esta altura del viaje, pensamos en la posibilidad de cruzar a Centroamérica desde Colombia e intentar llegar a Alaska, lo más al norte del continente. Después de un mes en Cartagena, y de analizar factores tanto económicos como personales, nos dimos cuenta que preferíamos encarar para el sur en vez de seguir alejándonos. Una vez tomada la decisión comenzamos a recorrer el caribe Colombiano, pasamos a Ecuador y a Perú. En Lima, a Enero le detectaron cáncer y decidimos volver a casa lo antes posible y poder disfrutar los últimos momentos de él a pleno. Pasamos por el norte de Chile y finalmente después de 15 meses llegamos a Argentina”, cuenta Vanina, profesora de educación física y vecina de Olivos.

El Falcon es un símbolo de la industria automotriz nacional. Hoy, más de medio siglo después de su primer coche, el modelo sigue siendo valorado por su “fortaleza y confianza”. Para ellas, el viaje en auto le daba un toque mágico. “El coche es de mi papá. A él siempre le gustaron los Falcon y unos años antes de viajar lo había comprado en muy buen estado”, cuenta Camila. “En casi todo el viaje pensamos que íbamos a 90 km/h, pero recién al llegar a Ecuador donde hay radares que indican la velocidad, caímos en la cuenta que en realidad íbamos a 70 km/h promedio. Es la velocidad en la que nos sentimos cómodas, es el ritmo ideal para admirar el paisaje, disfrutar del mate y de la charla”, asegura Vanina.

“Se rompió la correa del alternador, tres mangueras de nafta y tuvimos que cambiar las pastillas de freno. Pero lo más loco, es que nunca pinchamos una goma”, indican. Luego del extenso viaje, se dieron cuenta de la odisea que se había aguantado el coche. “Nos volvimos más fanáticas de la ‘nave’ cuando tomamos conciencia lo fuerte y noble que es. Jamás nos dejó a pata”, expresan las mujeres orgullosas de integrar el Club de Amigos del Falcon.

Ambas habían ahorrado lo suficiente para encarar las primeras semanas de la aventura sin sobresalto. Aunque descontaban que en algún momento la plata se iba a acabar. “Desde el comienzo trabajamos, y cuidamos los ahorros; vendimos comida, artesanías, postales del viaje, ropa y también tuvimos que laburar en bares y barcos para seguir viajando”, detalla Vanina. Respecto al alojamiento, en Brasil compraron una extraña carpa que les sería muy útil. “Se coloca sobre el portaequipajes del coche. Tiene un piso de fibra de vidrio con una escalera que hace de soporte. Es impermeable, entra un colchón y hasta tiene luz. Allí dormimos la mayoría de las noches. Muchas otras veces nos quedamos en casas de familias que nos invitaban”, precisan.

Durante los 15 meses de aventura, las chicas conocieron paisajes, culturas, comidas y costumbres. Cumplieron con creces la idea del viaje: conocer el mundo. “Aprendimos a valorar lo que no teníamos, a escuchar, a aceptar, etc. La lista es interminable. Cuando uno sale de la zona de confort se encuentra con situaciones que nunca vivió, las cuales siempre abren la mente y rompen estructuras”, indican.

En su vuelta a Buenos Aires, decidieron ponerle un nombre al viaje: “Andar HakunaMatata”. “En africano significa ‘no te preocupes, todo va a estar bien’”, y así lo vivieron estas dos amigas que ya ven como cierta la posibilidad de realizar un nuevo viaje, al que probablemente se sume ‘Inka’, un perro que adoptaron hace pocos meses. “Conocimos y sentimos la libertad de viajar, y no queremos dejar de hacerlo. Amamos nuestro país y no queremos perder la oportunidad de conocerlo profundamente”, dicen.


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