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EL LIBERAL . Santiago

Mi primer viaje a Buenos Aires

01/10/2016 22:49 Santiago
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Mi primer viaje a Buenos Aires Mi primer viaje a Buenos Aires

Febrero de 1940.

Luego de recorrer exactamente 1.014

kilómetros en el tren “Estrella del Norte

llegamos finalmente a Retiro, esa hermosa

e imponente estación de hierro,

cristal y mármol, puerta de la gran ciudad,

que en esa época era la más limpia

y segura del mundo, con una policía mejor

que Scotland Yard, y que le decían “la

París de Sudamérica”.

Lo primero que

hicimos fue colocar unas monedas para

que funcionara una hermosa locomotora

a escala, guardada en un cofre de

cristal, paso seguido vimos por primera

vez unas escaleras mecánicas: una subía

y otra bajaba, y junto a mis dos hermanos

mellizos, comenzamos a usarlas,

y como era gratis, nuestra mamá nos dejó

hacerlo por un buen rato.

Mi hermano

Vicente, ya canchero, bajó sentado en

un escalón, sin advertir que al final había

unos dientes, que le arrancaron el pantalón

corto y se tuvo que cubrir con unas

hojas de La Prensa, hasta llegar al hotel.

Por supuesto éste quedaba en la Avenida

de Mayo, donde paraban todos los santiagueños.

Al día siguiente fuimos a conocer

el obelisco en la avenida 9 de Julio,

que en ese momento era“la más ancha

y corta del mundo”, a Lavalle, la calle

de los cines, a la Corrientes, a comer pizza

en las “Cuartetas”, y tomar helados

en “El Vesubio”. Viajamos en tranvías y

en el subterráneo, que en esos tiempos

funcionaba todos los días, y a la noche

después de recorrer la costanera y ver

la fuente de Lola Mora, fuimos al famoso

“Parque Japonés” a divertirnos con sus

juegos, en el lugar donde hoy se levanta

el Hotel Sheraton, subimos a un alto edificio

el “Comega” que desde su confitería

del último piso, se dominaba todo Buenos

Aires. Anduvimos en botes en el Rosedal

de Palermo, visitamos el museo histórico

de Luján, nos bañamos en las piletas

más grandes del mundo de Villa Ballester,

y nos compraron ropa en las famosas

tiendas Gath & Chávez,(que era santiagueño)

es decir, en pocos días conocíamos

más a Buenos Aires, que los mismos

porteños.

En la semana de carnaval nos dimos

con la grata noticia de que el corso se

desarrollaría en la Avenida de Mayo justo

frente a nuestro hotel, por lo que pedimos

a mamá que nos compre disfraces

en “Casa La Motta”(donde se viste

Carlota).

Mis hermanos, como buenos gemelos,

eligieron sendos disfraces iguales de

“Patoruzú” que consistía en: careta, peluca

con pluma, boleadora. poncho, y

ushutas.

Ya disfrazados, nos dispusimos participar

del corso, al salir del hall del hotel

(todavía no se decía: “Lobby”) al ver tanta

gente, mis hermanos José y Vicente, se

retobaron y retrocedieron unos pasos,

mi madre extrañada, les preguntó qué les

pasaba, y ellos respondieron que les daba

vergüenza. Mi mamá que ya había invertido

en los disfraces, les dijo: “qué se

creen ustedes, por que sean en Santiago,

los famosos mellizos Gigli, aquí en Buenos

Aires alguien, los va a reconocer y

encima con caretas”. No muy convencidos

por el argumento, pero sí por el pellizcón,

se adentraron en la multitud de

gente desconocida, los dos adelante seguidos

por mi papá, mamá, yo, y mi hermana.

No dimos más que unos pasos,

cuando un grupo de muchachos, que venían

hacia nosotros, exclamaron: “Miren:

los mellicitos Gigli!! Al escuchar esto, se

quitaron las caretas, las pisaron y le reclamaron

a mamá”: “Has visto que nos

iban a conocer”, y se sentaron en la vereda

de la avenida.

Lo que pasó, fue que esos muchachos,

eran los cinco hermanos ábalos,

que habían ido a Buenos Aires a triunfar,

y que por supuesto conocían a mis padres,

y dedujeron que esos dos patoruzitos

eran mis “famosos” hermanos.

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