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EL LIBERAL . Viceversa

La historia del tango contada por Borges

08/10/2016 17:35 Viceversa
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La historia del tango contada por Borges La historia del tango contada por Borges

“Al escuchar un tango viejo

sabemos que hubo hombres

valientes”, dijo Jorge Luis Borges

una tarde de octubre de

1965, en el número 82 de la calle

General Hornos, en el barrio

Sur de Buenos Aires. Entre

el público estaba Manuel Román

Rivas, un inmigrante gallego

y antiguo productor musical,

quien grabó con un magnetófono

las cuatro conferencias

que dedicó Borges al tema.

Casi cuarenta años después, en

2002, las cintas llegaron a manos

del escritor Bernardo Atxaga,

quien digitalizó y confirmó

la autenticidad del material

reunido en El tango. Cuatro

conferencias (Lumen), un

libro que además de incluir las

transcripciones, contiene un

código que permite escuchar

las grabaciones originales con

la voz del escritor.

Un hombre al que puede

atribuirse una historia universal

de la infamia, es capaz de

contarlo todo. O casi todo, incluyendo

el tango. A mitad de

camino entre la erudición y el

golpe de efecto, en estos textos

Borges confecciona una fábula.

Aun sin escuchar las grabaciones,

el lector es capaz de ‘oír’

a Borges. A ese Borges pedante

y prodigioso que en las pausas

inocentes mete el navajazo de

la ironía y el desdén, pero también

de la pasión y, por qué no,

una cierta melancolía.

En estas conferencias, Borges

retrata mucho más que un

baile o una melodía. Cuenta en

verdad el Palermo y el Sur de

antaño, los poblados y barrios

de compadritos, las casas de

mala fama y milongas. Se recrea

también en los mitos y la

lírica. Y justamente ahí, en las

posibilidades literarias y de ficción

que consigue en el tango,

es donde el libro aporta más riqueza:

“El tango nos da a todos

un pasado imaginario”. Borges

emplea el tango como un gran

relato.

El libro sigue el orden las

cuatro conferencias que dictó el

escritor: “Orígenes y vicisitudes

del tango”, “El Compadrito”,

“El Río de la Plata a comienzos

de siglo” y “El tango y sus deliberaciones”,

lo cual aporta un

ritmo ascendente de la lectura.

Comienza en los almacenes

bonaerenses y culmina en una

estampa mucho mayor. Al leer

a Borges –o escucharlo- es posible

entender de qué forma la

historia de los argentinos es la

historia del tango. Del gaucho

al malevo, una genealogía que

le sirve a Borges para fabular lo

argentino.

La infamia, siempre la infamia

El interés de Borges por el

tango, dice él, comenzó en ocasión

de un estudio sobre el poeta

Evaristo Carriego, de quien

cita el poema “Tríptico del tango”.

En los versos de aquella

poesía, Casariego relata la historia

de un hombre –un compadre,

un malevo- que mata a

la mujer que le ha sido infiel.

Es ahí, en esa operación trágica,

donde el tango sella su origen

“infame”, dice Borges. “Y

esto lo confirma algo que he

visto muchas veces, algo que

víia principios de siglo siendo

chico, en Palermo, y que vi,

mucho después, por las esquinas

de la calle Boedo, antes de

la segunda mitad de la dictadura.

Es decir, he visto a parejas

de hombres bailando el tango,

digamos al carnicero, a un carrero,

acaso con un clavel en la

oreja alguno, bailando el tango

al compás de un organito. Porque

las mujeres del pueblo conocían

la raíz infame del tango

y no querían bailarlo”.

Ubica como una fecha de

partida para hablar del tango

el año 1880. El país al cual atribuir

su origen, es algo que Borges

resuelve con la misma arbitrariedad

con la que resolvería

el final de unos de los relatos:

“En cuanto a la geografía

del tango, ahí las respuestas

han sido diversas, según el barrio

del interlocutor o según su

nacionalidad. Así, Vicente Rossi

elige el lado sur de la ciudad

de Montevideo, alrededores de

la calle Buenos Aires y la calle

Yerbal. Así, mis interlocutores,

según su barrio, elegían el norte

o el sur. Así, algún rosarino

se lo llevó a Rosario. Esto debe

importarnos poco; es lo mismo

que haya surgido en una margen

del río o en otra. Pero creo

que ya que estamos en Buenos

Aires, y ya que yo soy porteño,

podemos optar por Buenos Aires”.

Y sanseacabó.

Refiriéndose al tango como

una música “orillera” –preciosa

y olvidada palabra que alude

lo arrabalero- , Jorge Luis Borges

recompone hasta el origen

de los instrumentos. Se pregunta,

acaso, cómo siendo una

melodía popular que se escuchaba

en todos los almacenes

de Buenos Aires, fue el bandoneón

–instrumento de procedencia

alemana- y no la popular

guitarra la que sirve de

acompañamiento. La conclusión

a la que llega Borges es

que, aun existiendo el piano, la

flauta o el violín, estos no eran

populares y correspondían a

medios económicos superiores

a los del compadrito –aquellos

“patoteros” o rufianes armados-,

por lo que era lógico que

se empleara este otro, también

llamado acordeón u organillo .

Así, a finales del XIX, en el contexto

de las casas de mala vida,

los bailes de las carpas y “los casinos

de baja estofa” comienza

el tango a despuntar, a labrarse

su espíritu teatral y exagerado.

“Son letras sencillas, milongas

bailadas por el malevaje montevideano

hacia el mil ochocientos

ochenta y tantos, en las

cuales está, siquiera de manera

profética, el tango, el tango cuya

evolución ulterior veremos

en la siguiente charla”.

De Carlos Gardel a Juan Dahlmann

A Borges le toma tres conferencias

llegar a los años de 1910

y 1914, cuando el tango milonga

–que solía prescindir de la

letra- pasa al tango canción.

Aquellos, claro, serían los años

de Carlos Gardel, con quien

Borges no pierde ocasión de

propinarle –también- un buen

navajazo de los suyos: “Y esta

transformación producida por

Gardel fue, según me dijo anoche

Adolfo Bioy Casares, acaso

la razón por la cual su padre,

acostumbrado al modo criollo

de cantar, no aprobaba a Gardel;

no le gustaba a Gardel”.

A medida que avanza el libro

–y el tiempo de aquellas

charlas-, Borges se adentra y

ejemplifica elementos musicales

del tango en la literatura argentina.

Allí comienzan a hacerse

algo más frecuentes las

alusiones a Bioy Casares, amigo

y escritor con el que publicó

diversas obras como “Antología

de la literatura fantástica”.

Se crece Borges, además, al

glosar el coraje y la hombría de

los personajes que pueblan los

tangos. Cita algunos: o El choclo,

El Pollito, Las siete palabras,

El apache argentino o El

cuzquito.

Ese Borges a veces petulante

y de voz aflautada, ese hombre

que habla del tango y de los

personajes que lo habitan, evoca

en quien lee a aquel Juan

Dahlmann, que muere en una

riña con un compadrito que viene

a molestarlo en “El Sur”, uno

de sus mejores relatos. Porque,

en el fondo, al hablar del tango

Borges habla de sí mismo, usa

las claves de su universo personal

y literario para proyectar

la clave colectiva, el espíritu argentino

que define al tango.

“No importa que hayan

muerto los individuos. Sabemos,

oyendo un tango viejo,

que hubo hombres no sólo valientes,

y esto ocurre con la

poesía de Ascasubi también, sino

valientes en su alegría”.

Y luego dijo que el tango nos

da a todos un pasado imaginario

(...) de un modo mágico, hemos

muerto peleando en una

esquina del suburbio.

“Es decir, recapitulando todo

lo que he dicho, que el tango

fue, sobre todo la milonga,

un símbolo de felicidad. De suponer

que esto sea eterno, creo

que hay algo en el alma argentina,

algo salvado por esos humildes,

y a veces anónimos, compositores

de las orillas, algo que

volverá. Es decir, creo, en suma,

que estudiar el tango no es inútil,

es estudiar las diversas vicisitudes

del alma argentina”.

Escuchar leyendo. Una coreografía

en la página impresa.

Eso son estas páginas: una confirmación

del ingenio. También

un regalo azaroso, inesperado,

de aquel hombre que sabía

usar el punto y coma, incluso

sin escribirlo. De puro oído. l

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