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EL LIBERAL . Opinión

De luto y de lucha

21/10/2016 00:00 Opinión
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De luto y de lucha De luto y de lucha

Le confieso que durante todo el "Miércoles negro", no pude dejar de pensar en Lucía Pérez. La nena de 16 años que fue salvajemente drogada, violada, empalada y asesinada en Mar del Plata. No me entra en la cabeza que algún animal que no merece ser llamado hombre pueda cometer semejante aberración. Lucía Pérez es una bandera de luto, pero también de lucha. En el último mes mataron a una Lucía por día en esta bendita Argentina que cuando pasan estas cosas malditas nos cuesta tanto entender. Pensé en Serrat y esa canción tan dulce, esa carta de amor, dedicada a una Lucía. Si alguna vez fui un ave de paso / lo olvidé para anidar allá en tus brazos. Si alguna vez fui bello y fui bueno / fue enredado en tu cuello y en tus senos / si alguna vez fui sabio en amores / lo aprendí de tus labios cantores / si alguna vez amé si alguna día después / de amar amé fue por tu amor Lucía. De tanto amor de Serrat a tanto odio de los asesinos de todas las Lucías. Fue conmovedor ese luto y esa lucha del miércoles. Porque fue la expresión de un velorio colectivo y de una asamblea multitudinaria. Miles de mujeres vestidas de negro, con paraguas que se daban el pésame mutuamente, pero que deliberaban y se juraban a sí mismas luchar hasta exterminar la violencia de género y los trogloditas criminales del machismo. Los carteles caseros lo decían todo. Lo gritaban en realidad, lo exigían: "No nos maten más", "Juntas somos infinitas" y "Vivas nos queremos". Claro que las queremos vivas, claro que nos queremos vivos y que juntos somos ciudadanos en movimiento que levantamos la guardia para defendernos y refundar la parte más oscura y repugnante de una sociedad que denigra a la mujer, que la somete y la reduce a la servidumbre. Por momentos siento que algunos varones han retrocedido a la vida de las cavernas, que han escupido a la civilización y que creen que pueden tener a una mujer en un puño con un puñetazo. Hay que ser muy hijo de puta. Una mujer es una mina que amamos, nuestra vieja querida del alma, la hija que tanto miedo nos provoca cuando tarda en llegar de la facultad, la madre que nos sembró de hijos nuestra existencia, nuestra abuela de la sabiduría. Fue tremendo el mensaje femenino por los altoparlantes del subte "B": "Señores pasajeros cuiden sus pertenencias y también cuídennos a nosotras que no somos sus pertenencias". Fue un clamor nacional y en toda la región. ¿Que nos está pasando? ¿Cuál es el nivel de cobardía y de salvajismo de andar matando mujeres? ¿Cuántos casos por día hay de maltratos, de golpes brutales que terminan con la muerte femenina? La Asociación Civil La Casa del Encuentro dice que pese a las marchas de ni una menos, a las campañas de concientización en los medios y a las nuevas leyes que son buenas, los femicidios siguen creciendo. En el 2008 se registraron 208 asesinatos y en el 2014 fueron 277. Insisto con la pregunta original que no tiene respuesta: ¿Qué nos pasa? ¿Alcanza con prohibir que el criminal se acerque? ¿Los botones de pánico y las tobilleras electrónicas pueden ayudar? ¿La policía actúa con la rapidez que corresponde? Parecen películas de terror, pero son realidades repugnantes y horrorosas. No me canso de decir que en cada esquina de este país deberíamos colgar un cartel que diga: "Nunca más un femicidio". Hay 55 denuncias por día. Esta opinión intenta ser una alerta y un aporte al combate contra semejante horror y a aumentar la condena social. Todo el que sea víctima de violencia de género o conozca a alguien puede hacer la denuncia al teléfono 144 durante las 24 horas. Son mujeres asesinadas por machos que, insisto, no merecen llamarse hombres. Son infames varones que avergüenzan al género y a la condición humana. Estos energúmenos por lo general están cortados todos por la misma tijera. Responden al mismo patrón criminal. Primero les gritan a sus esposas, novias o amantes. Se sienten sus propietarios y no sus compañeros de afecto. Después les pegan, las humillan, las castigan con ferocidad y les provocan un pánico que las paraliza. Las escenas en el seno familiar son terroríficas. Ese puño repugnante contra la cara. La sangre que no para. Los hematomas. El cinto como látigo sobre las piernas. En general muchas mujeres, por vergüenza o por temor, no le cuentan a nadie que son víctimas permanentes de estos salvajes. A veces los únicos que se enteran son sus hijos que miran en silencio semejante violación de la ley y las mínimas normas de convivencia civilizada de las parejas. Por eso siempre hay que llamar a los teléfonos contra la violencia familiar. Atienden las 24 horas y los 365 días del año. Y de inmediato tienen que hacer la denuncia policial correspondiente. No importa a qué clase social pertenezca. La violencia de género ocurre en todos los segmentos económicos de la comunidad. Muchas veces los golpeadores se descontrolan con el alcohol o la droga. No los frenan ni los hijos en común ni los embarazos. Todo el tiempo están mintiendo para justificar al tipo que tienen al lado. Les da mucho pudor confesar la verdad. Ya están cansadas de mentir diciendo que se cayeron por la escalera, que un día resbaló, o de esconderse fingiendo que tiene depresiones los lunes y los martes hasta que se le vayan las marcas más visibles de los golpes. Hay que comprender que hay miles de mujeres golpeadas. Y que los hijos son los testigos más desprotegidos. Y no hay que dejarlas solas. Hay que evitar que caigan en el desamparo. El Estado, sus amigos y las ONG tienen que hacerse cargo. De zurcir sus heridas. De evitar que pasen cosas peores e irreversibles. Cada 30 horas una Lucía Pérez es asesinada a manos de un conocido directo de la víctima. O que en el 93% de los casos el crimen lo comete la pareja o ex pareja. Son números que hablan de ese drama cotidiano. En los momentos más terribles, a la hora de descender a los infiernos, las pobres mujeres se llegan a preguntar si las culpables no son ellas. Hasta tanto llega la humillación que ella, la víctima, llega a dudar de su condición. Llegan a pensar que por su culpa él golpeador, pasaba de ser un ángel a ser un demonio. Por eso tienen que asesorarse con un abogado y hacer la denuncia. Saber que están dando el paso más importante de su vida. Y que es para salvarse de la muerte. Nada menos. Ni una menos. Ni una más. Nunca Más. .

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