Dios de todo consuelo Dios de todo consuelo
En la 2ª carta de San Pablo a los cristianos de
Corintios 1, 3-4: “Bendito sea el Dios, el Padre
de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de tiernas
misericordias y el Dios de todo consuelo”.
La vida tiene tantos momentos de dolor, decepción
y soledad. ¿Cómo debemos actuar en
esos momentos como cristianos? Podemos recibir
el consuelo de nuestros amigos y de muchas
personas que están a nuestro alrededor, pero
como cristianos hay que ir al encuentro cotidiano
con Cristo, buscando la voluntad de Dios en
la propia vida. Cuando pensamos que no podemos
llegar a recibir alivio hay que ir al encuentro
con Cristo.
El papa Francisco decía: “No podemos ser
mensajeros de la consolación de Dios si nosotros
no experimentamos en primer lugar la alegría
de ser consolados y amados por él”. Entonces,
debemos llegar al encuentro de la Palabra
de Dios.
El Evangelio nos da consuelo siempre: cuando
permanecemos en oración silenciosa en su
presencia, cuando encontramos en la Eucaristía
y en el sacramento del perdón; teniendo un encuentro
con el sacerdote nos desahogamos, vaciamos
todo lo que hay adentro. También podemos
aceptar la invitación de Jesús que dice:
“Vengan a mí todos los que están afligidos y
agobiados. Yo los aliviaré.” (Mt 11, 28).
A veces nos cuesta aceptar la consolación de
Dios porque no tenemos paciencia y queremos
que se solucione ya. Podemos pensar que vamos
a salir de la tristeza, angustia y de los problemas
con nuestro propio esfuerzo, pero el consuelo
de Dios no es algo humano. En la consolación
es el Espíritu Santo quien nos consuela,
es quien nos da la valentía para salir de nosotros
mismos, es el que nos lleva a la fuente de toda
verdadera consolación.
Hay que hacer un discernimiento verdadero
a fin de tomar decisiones por la vida.
Hoy vivimos situaciones difíciles y debemos
tener cuidado de no caer en las ofertas de falsas
consolaciones, sino en la verdadera consolación
del Señor.
Tantas situaciones exigen nuestro testimonio
consolador, ser personas alegres consoladas.
Todos estamos llamados a consolar a nuestros
hermanos, dando testimonio que sólo Dios
puede eliminar las causas de los dramas, fracasos
o de la desesperación.
Hoy, como siempre, debemos llegar a no vivir
nuestra fe como la de los ciegos, sino llegar al
encuentro verdadero con Cristo, que es nuestro
consuelo, refugio y alivio. Cuando hay un verdadero
encuentro con Cristo podemos superar
todo lo que nosotros no creemos que podemos
superar.
Miramos a los santos y todo lo que han vivido,
pero con la comunión y la unión de Cristo
con su gracia han llegado a vivir ese consuelo,
paz y tranquilidad. Miraremos a la madre de
nuestro Dios, de nuestro Señor Jesús, ella aunque
había situaciones difíciles tenía esa confianza
y fe en su Dios Padre y en su Hijo, por eso
puede llegar a enfrentar y superar realidades.
Tenemos esa espiritualidad en nuestra provincia
y en nuestra diócesis de Santiago del Estero,
tenemos una Madre, que es Nuestra Señora
de la Consolación de Sumampa. Muchas veces
podemos olvidarnos de considerar ese nombre
que hemos dado a nuestra Madre.
Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa
está siempre a nuestro lado para ayudarnos,
mostrarnos lo que debemos hacer. Entremos
en ese espíritu para que nuestra Madre
pueda ayudarnos y pedir a su Hijo para que nos
dé consuelo siempre y lleguemos a dar testimonio
que Dios está vivo con nosotros en momentos
de alegría, desolación, desesperación, y sobre
todo en momentos de falta de ánimo.
Que en este domingo, que celebramos la Eucaristía,
entremos en oración; reconozcamos
lo que hemos hecho, mirar lo que ha pasado
en nuestras vidas y en la oración pedir sinceramente
que Dios nos ilumine, nos muestre el camino
de la verdadera felicidad y del consuelo.
Que Dios nos ayude a todos para ayudar a
los demás, que hoy no quieren saber nada de él
ni de su gracia. Que a través de nuestro acercamiento,
los hermanos tomen el camino de Dios
que es lo único verdadero, un Dios de consuelo,
alivio y paz.