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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangel io según San Lucas 13,10-17.

23/10/2016 23:38 El Evangelio
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Evangel io según San Lucas 13,10-17. Evangel io según San Lucas 13,10-17.

Un sábado, Jesús enseñaba

en una sinagoga.

Había allí una mujer poseída

de un espíritu, que la tenía

enferma desde hacía dieciocho

años. Estaba completamente

encorvada y no podía

enderezarse de ninguna manera.

Jesús, al verla, la llamó

y le dijo: “Mujer, estás curada

de tu enfermedad”, y le impuso

las manos. Ella se enderezó

en seguida y glorificaba a

Dios.

Pero el jefe de la sinagoga,

indignado porque Jesús había

curado en sábado, dijo a la

multitud: “Los días de trabajo

son seis; vengan durante esos

días para hacerse curar, y no

el sábado”.

El Señor le respondió: “¡Hipócritas!

Cualquiera de ustedes,

aunque sea sábado, ¿no

desata del pesebre a su buey

o a su asno para llevarlo a beber?

Y esta hija de Abraham,

a la que Satanás tuvo aprisionada

durante dieciocho años,

¿no podía ser librada de sus

cadenas el día sábado?”.

Al oír estas palabras, todos

sus adversarios se llenaron

de confusión, pero la multitud

se alegraba de las maravillas

que él hacía.

Comentario

Hubo un tiempo en que yo

no existía, y tú me creaste. No

había pedido nada, y tú me hiciste.

Todavía no había salido

a la luz, y me viste. No había

aparecido, y te compadeciste

de mí.

No te había invocado todavía,

y te ocupaste de mí.

No te había hecho ninguna señal

con la mano, y me miraste.

No te había suplicado nada, y

te compadeciste de mí. No había

articulado ningún sonido,

y me comprendiste. No había

todavía suspirado, y me escuchaste.

Aún sabiendo lo que

actualmente iba a ser, no me

despreciaste. Habiendo considerado

con tu mirada precavida

las faltas que tengo por

ser pecador, sin embargo, me

modelaste.

Y ahora, a mí que tú has

creado, a mí que has salvado,

a mí que he sido objeto de tanta

solicitud por tu parte, que la

herida del pecado, suscitado

por el Acusador, ¡no me pierda

para siempre!...

Atada, paralizada, encorbada

como la mujer que sufría,

mi desdichada alma queda

impotente para enderezarse.

Bajo el peso del pecado,

mira hacia el suelo, a causa de

los duros lazos de Satán...

Inclínate hacia mí, tú, el

sólo Misericordioso, pobre

árbol pensante que se cayó.

A mí, que estoy seco, hazme

florecer de nuevo en belleza y

esplendor según las palabras

divinas del santo profeta (Ez

17,22-24)...

Tú, el sólo Protector, te

pido quieras echar sobre mí

una mirada surgida de la solicitud

de tu amor indecible...

y de la nada crearás en mí la

misma luz. (cf Gn 1,3) l

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