Liturgia y diversión

¡Buen día! Hace algunos años asistía a un curso de medios de comunicación social aplicado a la liturgia. El expositor era un simpático sacerdote brasileño que hacía tiempo trabajaba en la TV. él acentuaba mucho el carácter de fiesta que tiene toda la liturgia y criticaba las misas aburridas de los templos argentinos. Le pregunté si las misas de difuntos -con el muerto delante- debían ser también festivas, llenas de alegría, con música de mucho ritmo. “¡Claro” ¿por qué no?”, fue su respuesta.

La verdad es que para mí no fue tan claro. Y a la pregunta de por qué no, la respuesta es que todo tiene su tiempo y su modo. Tal vez el sacerdote pensaba en sus negritos de las favelas, pero aún así me cuesta entender que la misa deba ser fiesta, siempre. Diría más bien que en su justa medida y armoniosamente, siguiendo los sabios principios de una liturgia renovada.

A propósito de esto y aludiendo al cisma del arzobispo Lefebvre, hay una advertencia dura del cardenal Joseph Ratzinger. El alto prelado -por mucho años prefecto de la Congregación Pontificia para la Doctrina de la Fe- exhortaba a custodiar la dignidad e los sagrado, invitando a todos a “recuperar la dimensión de los sagrado en la liturgia... que no es un festival, ni una reunión placentera”, puesto que la esencia de la liturgia “es el misterio, que se realiza en el rito común de la Iglesia; todo lo demás lo rebaja... Los hombres lo experimentan vivamente y se sienten engañados cuando el misterio se convierte en diversión, cuando el actor principal de la liturgia no es ya el Dios vivo, sino el sacerdote o el animador litúrgico”.

¿Palabras fuertes? ¿Exageraciones personales del cardenal? Lo primero, sí; pero no son exageraciones personales, porque esta línea de pensamiento lleva impreso el sello de alguien más importante: el propio Juan Pablo II.