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EL LIBERAL . Viceversa

La ruralización de la vida en la mesopotamia santiagueña de ayer

05/11/2016 15:51 Viceversa
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La ruralización de la vida en la mesopotamia santiagueña de ayer La ruralización de la vida en la mesopotamia santiagueña de ayer

Sobre la base de su libro

“Los pueblos antes de las vías”,

el docente jubilado Raúl Jorge

Castillo analizó aquella época

de esplendor que tuvo Santiago

durante la época prehispánica

y luego colonial. Dicho

trabajo fue presentado en el

marco de la Tercera Jornada

de Historia de Santiago del Estero

y el NOA, en el año del Bicentenario

de la Independencia.

En diálogo EL LIBERAL, el

autor hizo un pormenorizado

análisis que incluyó excursiones

por distintos pueblos y ciudades

del interior, al que denominó

como corredor productivo

de la mesopotamia santiagueña

e involucró la vida y desarrollo

de los pueblos que surgieron

a la vera de los dos ríos,

el Salado y el Dulce.

Así, el investigador aborda

una rica documentación sobre

este corredor productivo, hoy

desaparecido. Y fue su historia

dolorosa, sensible, que inspiró

esa expresión triste, abarcativa

de muchos pueblos santiagueños

que llego hasta nuestros

días, como “la agonía de

los pueblos”.

El corredor de las dos villas

o corredor productivo de la mesopotamia

santiagueña, definición

que involucra a las localidades

de Villa Matará y Villa

Robles, no es una simple propuesta

que busca solamente

conocer parte del pasado, sino

que forma parte de un anhelo

que apunta a reivindicar a

aquellos pueblos que fueron olvidados

antes de la llegada del

ferrocarril.

Entiendo que entre ambas

poblaciones se desarrolló un

espacio productivo que abarcó

buena parte de los siglos XVIII

y XIX. Pero seguramente no

solo en lo que hace a la producción

y comercialización de pueblos

con cultura española, sino

también entre los pueblos de

aborígenes, muchos antes de

los siglos precitados.

El contexto geográfico al

que se hace referencia es de

unas 20 leguas, que cubrían

la región más rica de la mesopotamia

santiagueña, uniendo

los ríos Salado y Dulce. Los

pueblos cercanos al Salado (Cachi

Mayu) se dedicaban mayoritariamente

a la ganadería, la

cercanía de los montes seculares

y pasturas naturales, ayudaban

a ese propósito. En cuanto

al Dulce (Mishqui Mayu) con

sus cíclicas inundaciones facilitaban

el riego de amplias superficies

que posibilitaban las

siembras.

“La ruralización de la vida”,

etapa de la época colonial, hacen

pensar que todas las familias

santiagueñas de la región

estaban dedicada al trabajo en

las grandes estancias. Los apellidos

ilustres de la historia lugareña

tenían sus posesiones,

mayoritariamente en esta zona

de la mesopotamia.

No es casualidad entonces

que los dos gobernadores, Juan

Felipe Ibarra y Manuel Taboada,

hayan nacido en Villa Matará,

epicentro del trabajo y de la

lucha, en aquel entonces, contra

los naturales de la tierra.

Teniendo en cuenta que la

región había tantas estancias,

con sus respectivas peonadas,

surgió allí el basamento de la

soldadesca de ejércitos que nutrieron

primero las luchas contra

el aborigen, luego de la Independencia

y luego la época

de los caudillos. En esos seres

anónimos de peones- soldados,

estaba asentada, en los primeros

tiempos de la historia, la

fortaleza de Santiago. No por

nada, Santiago del Estero fue

una referencia política por más

de 50 años en la historia del

país, primero a través de Ibarra

y luego con Taboada.

Desarrollo milenario

En el corredor de las dos villas,

uniendo los dos ríos, estaba

afianzado un desarrollo milenario,

de “la historia humana

provincial”, al decir de José

Togo, dado las condiciones naturales

favorables para la vida

que se dieron en la conversión

de los pueblos nómades en sedentarios.

El agua, la pesca, la

caza, la riqueza de los bosques,

el clima, fueron los argumentos

más contundentes que encontraron

los españoles para afincarse

primeramente en estas

tierras y ser la base que impulso

al nacimiento de otros pueblos.

Seguramente en la época de

los primeros habitantes aborígenes

de la región, el conocimiento

mutuo era esencial para

sobrevivir. Había que mostrar

su capacidad de fuerza, su habilidad

negociadora, de intercambios,

en la necesidad de integraciones

sociales a través de

casamientos, acuerdos, la búsqueda

de la paz, donde por supuesto

no se escribía nada, era

lo natural por lo menos en la

mayoría de los casos, cualquier

decisión basado en el sentido

común, a no ser la guerra, que

era una acción extrema de probar

las respectivas fuerzas.

Cuando llegaron los españoles,

encontraron una forma

de vida, una cultura en muchos

aspectos, donde se dejaron llevar,

hasta por conveniencia estratégicas.

Aquel corredor de

las dos villas, encerraba también

sin quererlo, sin haberse

propuesto un “desarrollo

transversal de la región”, de río

a río, de ribera a ribera, del este

al oeste y viceversa.

Es importante tener en

cuenta este aspecto, porque

después con la llegada del tren,

el paradigma cambió. Todos

comenzaron a mirar al sud, al

puerto. El riel fue el centro de

las acciones y cortó de cuajo el

impulso natural de la convivencia

de la mesopotamia santiagueña.

De la “unidad de trabajo”,

“de intereses comunes”, pasamos

a la sobrevivencia de los

pueblos, algunos murieron, como

la vieja Villa Matará, otros

sobrevivieron como Villa Robles.

Hacia el rescate del

interior profundo

De aquellos tiempos de vivir

mirando los ríos y trabajar con

ellos, se comenzó a darle la espalda,

mirando los rieles. Estamos

en una etapa de acomodamiento

cultural, señalando un

paso necesario para las generaciones

que vienen, para mirarnos

nuevamente, reconocernos

como un pueblo con objetivos

distintos, desde la ruralidad,

desde el interior de la provincia.

El inconformismo a veces

tan negativo, debe llevarnos

a una reflexión profunda,

mirando lo antiguo, de dónde

venimos, analizar el presente y

plantear, discutir y consensuar

hacia dónde vamos. Tenemos

una gran tendencia para los

festejos los santiagueños y está

muy bien, somos un pueblo

de mucha alegría, pero eso no

significa dejar de pensar. Debemos

revalorizarnos como pueblos

del interior. No todo está

en las grandes ciudades, el interior

debe rescatarse culturalmente.

En estos nuevos objetivos,

debemos buscar la pluralidad

de los actores, desde el político,

desde el social, desde lo económico.

Todo debe estar presente,

representado. Es necesario el

trazado de nuevos objetivos, de

un nuevo proyecto de integralidad

total, eso nos dará un sentido

de pertenencia amplio y será

mucha más fácil la marcha hacia

cualquier objetivo, porque

los intereses son comunes.

En definitiva, esta hipótesis

del corredor de las dos villas

o el corredor productivo de la

Mesopotamia, debería ser uno

de los sellos distintivos y de desafío,

para el futuro de la Provincia.

Partimos del hecho que en

la zona cercana al Río Salado,

había grandes estancias, con

muy buena producción ganadera

y de mulares aprovechando

las pasturas naturales. El

monte contiguo también daba

sus riquezas. Los algodonales

y la siembra de trigo, maíz,

eran complementos para esas

economías regionales. En esa

amplia región mesopotámica,

también era lo natural encontrar

gente dedicada al telar, al

hilado, a la fabricación de ponchos,

cobija y otras prendas. En

este aspecto quiero mencionar

una circunstancia histórica

que marcan de alguna manera

la característica de la zona.

Cuando Juan Felipe Ibarra

va a estudiar al Colegio Monserrat

en Córdoba, pagó su primer

año de estudio con cera

(extraído del Archivo del Monserrat,

que contiene “las condiciones

patrias de los colegiales

1772 -1810”).

Como se ve los frutos de la

tierra en aquel entonces, era

una importante moneda de

cambio en la economía. La Dra.

Tenti de Laitán, nos regala un

hermoso informe de agosto de

1816, donde se detalla la existencia

de 11 atahonas en la zona,

que si bien es cierto son respuestas

a necesidades de grupos

familiares, también indica

la presencia de cultivos de trigo

y maíz y sobre todo de una cultura

de auto sustento. La caña

de azúcar también daba buenos

rindes, tal es así, que en las costas

del Salado había un trapiche

de hierro propiedad del Sr.

Zacarías Herrera.

Hay que pensar que toda

esta producción tenía como

mercado seguro a Potosí,

que con sus minas había logrado

crecer poblacionalmente,

calculándose que para fines

del siglo XVII y XVIII tenía

160.000 habitantes. Todo este

panorama de trabajo, de producción,

comenzó a tener altibajos

a partir de 1810.

La Revolución, las luchas

de la Independencia, la Anarquía,

la decisión política de suprimir

el monopolio comercial,

termino dañando estas economías

del interior. En la zona del

Río Dulce, la riqueza era la variedad

de los cultivos, hay que

acordarse de que los españoles

tenían la cultura del mediterráneo,

les era imprescindibles

el vino y el aceite, por eso proliferaron

en la zona los viñedos

y los olivares, los alfalfares que

servían de alimento a la cría de

animales.

También la caña de azúcar

produjo la instalación de ingenios

azucareros en la región, el

más conocido por su envergadura

era el de Colonia Pinto,

con 450 hectáreas de cultivos

de caña, superior al de Saint

Germain.

Tenía unos 2.000 empleados,

otro emprendimiento reconocido

fue el de Santo Domingo.

Este contexto económico

en el corredor productivo

de las dos villas, trajo en su

momento, por “la ruralización

de la vida”, la instalación de numerosas

familias, hasta que llegó

el declive. La desaparición

de Villa Matará fue la consecuencia

más dolorosa. l

Lo que debes saber
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