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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Lucas 19,1-10.

14/11/2016 22:36 El Evangelio
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Evangelio según San Lucas 19,1-10. Evangelio según San Lucas 19,1-10.

Jesús entró en Jericó y

atravesaba la ciudad. Allí vivía

un hombre muy rico llamado

Zaqueo, que era jefe

de los publicanos. El quería

ver quién era Jesús, pero

no podía a causa de la multitud,

porque era de baja estatura.

Entonces se adelantó y

subió a un sicomoro para poder

verlo, porque iba a pasar

por allí.

Al llegar a ese lugar, Jesús

miró y dijo: “Zaqueo, baja pronto,

porque hoy tengo que alojarme

en tu casa”.

Zaqueo bajó rápidamente y

lo recibió con alegría.

Al ver esto, todos murmuraban,

diciendo: “Se ha ido

a alojar en casa de un pecador”.

Pero Zaqueo dijo resueltamente

al Señor: “Señor, voy

a dar la mitad de mis bienes a

los pobres, y si he perjudicado

a alguien, le daré cuatro veces

más”.

Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado

la salvación a esta casa,

ya que también este hombre

es un hijo de Abraham, porque

el Hijo del hombre vino a

buscar y a salvar lo que estaba

perdido”.

Comentario

“Sólo en Dios descansa mi

alma, porque de él viene mi salvación;

sólo él es mi roca y mi

salvación, mi alcázar, no vacilaré”.

¡He aquí el misterio que

hoy canta mi lira! Como a Zaqueo,

mi Maestro me ha dicho:

“Apresúrate, desciende,

que quiero alojarme en tu casa”.

Apresúrate a descender,

pero ¿dónde?. En lo más profundo

de mí misma, después de

haberme negado a mí misma,

separado de mí misma, despojado

de mí misma, en una palabra,

sin yo misma.

“Es necesario que me aloje

en tu casa”. ¡Es mi Maestro

quien me expresa este deseo!

Mi Maestro que quiere habitar

en mí, con el Padre y el Espíritu

de Amor, para que, según la

expresión del discípulo amado,

yo viva “en sociedad” con ellos,

que esté en comunión con ellos.

“Ya no sois extranjeros ni forasteros,

sino que sois miembros

de la casa de Dios”, dice san Pablo.

He aquí como yo entiendo

ser “de la casa de Dios”: viviendo

en el seno de la apacible Trinidad,

en mi abismo interior, en

esta “fortaleza inexpugnable del

santo recogimiento” de la que

habla san Juan de la Cruz...

¡Oh qué bella es esta criatura

así despojada, liberada de

ella misma!... Sube, se levanta

por encima de los sentidos,

de la naturaleza; se supera a

ella misma; sobrepasa tanto todo

gozo como todo dolor y pasa

a través de las nubes, para no

descansar hasta que habrá penetrado

“en el interior” de Aquel

que ama y que él mismo le dará

el descanso... El Maestro le dice:

“Apresúrate a descender”.

Es así como ella vivirá, a imitación

de la Trinidad inmutable, en

un eterno presente..., y por una

mirada cada vez más simple,

más unitiva, llegar a ser “el resplandor

de su gloria” o dicho de

otra manera, la incesante “alabanza

de gloria” de sus adorables

perfecciones.

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