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EL LIBERAL . Santiago

Cristo llega, esperémoslo con júbilo y alegría

26/11/2016 21:04 Santiago
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Cristo llega, esperémoslo con júbilo y alegría Cristo llega, esperémoslo con júbilo y alegría

Es t e domingo comenzamos

el Adviento,

tiempo de espera vigilante

por la venida de

Jesús que nace para nosotros

en la Navidad. Es

un tiempo de esperanza,

porque Jesús viene

a nosotros. él es el rostro

amoroso de Dios que

sana, perdona y salva. Y

por eso, lo esperamos como

una enamorada espera

a su enamorado,

“¡La voz de mi amado!

Ahí viene, saltando por

las montañas, brincando

por las colinas… y me dice:

levántate amada mía,

y ven hermosa mía….”

(Cantar de los cantares),

así esperamos los discípulos

a Jesús que se

acerca, el viene a nosotros

hecho Palabra que

ilumina el corazón, pan

que alimenta e invita a la

comunión, luz que disipa

las tinieblas del pecado,

voz que anuncia buenas

nuevas de salvación para

toda la humanidad. Y

porque lo esperamos como

se aguardan los enamorados,

el corazón está

lleno de alegría, de gozo,

de saber que viene a

nosotros para cumplir

su promesa: “yo estaré

siempre con ustedes hasta

el fin del mundo” (Mt

28,20).

Su venida nos alegra

el corazón, ya no hay lugar

para la tristeza, los

discípulos siempre estamos

alegres, porque

Jesús vive en medio de

nosotros y su Reino esta

en nosotros y nos envuelve

en su dinamismo

de amor. Pablo nos dice:

“Alégrense siempre en el

Señor. Vuelvo a insistir,

alégrense. Que la bondad

de ustedes sea conocida

por todos los hombres.

El Señor está cerca.”

(Filp 4, 4-5). La alegría

por la venida de Jesús

recrea en nosotros

la bondad, volvemos a

creer en Dios y a creer

en nosotros mismos, recuperamos

el sentido de

nuestra vida, hemos sido

creados para el amor,

para la bondad, para

la belleza, para la verdad.

Ese es nuestro destino.

Cristo en su venida

nos comunica la verdad

de Dios, que es padre

de bondad, y también

la verdad sobre nuestra

condición humana: nos

revela quiénes somos y

cuál es nuestro lugar en

el mundo.

El aguardar su venida

nos llena de esperanza,

es posible alcanzar

la paz, demoler los muros

de la violencia que

deshumaniza, de la xenofobia

que obstaculiza

el proyecto de fraternidad

entre los pueblos, de

la pobreza que estigmatiza

y condena a muerte

a millones de hermanos.

Nuestro mundo no está

perdido, no esta condenado

al fracaso. Cristo es

nuestra esperanza (1 Tim

1,1), El es el camino y la

respuesta de Dios al sufrimiento

humano, al pecado

y a la muerte. Pedro

nos invita a los discípulos

“Estén siempre

dispuestos a defenderse

delante de cualquiera

que les pida razón de

la esperanza que ustedes

tienen.” (1 Pe 3,15). Cristo

es nuestra esperanza

porque en él hemos resucitado

a la vida y hemos

vencido para siempre al

pecado y la muerte: “Ya

que ustedes han resucitado

con Cristo, busquen

los bienes del cielo

donde Cristo está sentado

a la derecha de Dios.”

(Col 3,1). De esto se trata

la vida de los discípulos,

buscar los bienes del cielo,

del Reino de Dios en

la historia, las bienaventuranzas

que Jesús nos

dejó en el monte a orillas

del mar de Galilea.

El adviento es espera

segura de que el Señor

vendrá, porque cumple

su promesa; Dios es fiel

(Dt 7,9), nunca decepciona,

jamás abandona

a sus hijos que lo esperan

enamorados, alegres

y en vigilante búsqueda

de los bienes del cielo.

La fidelidad de Dios renueva

nuestra fe siempre

débil y necesitada de ser

sostenida por su misericordia,

Dios que camina

a nuestro lado nos enseña

a creer y a esperar un

nuevo cielo y una nueva

tierra donde habitará la

justicia (2 Pe 3,13), y en

esa fidelidad de Dios se

fundamenta nuestra oración

suplicante que dice:

“Ven Señor Jesús” (Ap

22, 20).

Anhelamos su venida,

lo esperamos enmarados,

alegres y vigilantes,

confiados en su misericordia

providente,

con los ojos y el corazón

puestos en los bienes

del cielo, ese es el mejor

de los programas, no sólo

para el adviento, sino

para la vida de todo discípulo.

Tenemos la certeza

de que Jesús está con

nosotros cuando nos reunimos

en su nombre

(Mt 18, 20), cuando comemos

el pan de la eucaristía

y de la vida (Jn

6,57), cuando nos amamos

unos a otros (1 Jn

4, 12), cuando servimos

a los hermanos, en especial

a los pequeños, (Mt

25, 40). Por eso, estamos

alegres, porque Jesús

viene a nosotros y vive

en medio de nosotros,

El es el Alfa y la Omega,

el que nos da de beber

de la fuente del agua de

la vida (Ap 21,6), por eso

estamos siempre alegres,

porque nada ni nadie podrá

separarnos jamás de

su amor (Rom 8, 35).

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