Cristo llega, esperémoslo con júbilo y alegría Cristo llega, esperémoslo con júbilo y alegría
el Adviento,
tiempo de espera vigilante
por la venida de
Jesús que nace para nosotros
en la Navidad. Es
un tiempo de esperanza,
porque Jesús viene
a nosotros. él es el rostro
amoroso de Dios que
sana, perdona y salva. Y
por eso, lo esperamos como
una enamorada espera
a su enamorado,
“¡La voz de mi amado!
Ahí viene, saltando por
las montañas, brincando
por las colinas… y me dice:
levántate amada mía,
y ven hermosa mía….”
(Cantar de los cantares),
así esperamos los discípulos
a Jesús que se
acerca, el viene a nosotros
hecho Palabra que
ilumina el corazón, pan
que alimenta e invita a la
comunión, luz que disipa
las tinieblas del pecado,
voz que anuncia buenas
nuevas de salvación para
toda la humanidad. Y
porque lo esperamos como
se aguardan los enamorados,
el corazón está
lleno de alegría, de gozo,
de saber que viene a
nosotros para cumplir
su promesa: “yo estaré
siempre con ustedes hasta
el fin del mundo” (Mt
28,20).
Su venida nos alegra
el corazón, ya no hay lugar
para la tristeza, los
discípulos siempre estamos
alegres, porque
Jesús vive en medio de
nosotros y su Reino esta
en nosotros y nos envuelve
en su dinamismo
de amor. Pablo nos dice:
“Alégrense siempre en el
Señor. Vuelvo a insistir,
alégrense. Que la bondad
de ustedes sea conocida
por todos los hombres.
El Señor está cerca.”
(Filp 4, 4-5). La alegría
por la venida de Jesús
recrea en nosotros
la bondad, volvemos a
creer en Dios y a creer
en nosotros mismos, recuperamos
el sentido de
nuestra vida, hemos sido
creados para el amor,
para la bondad, para
la belleza, para la verdad.
Ese es nuestro destino.
Cristo en su venida
nos comunica la verdad
de Dios, que es padre
de bondad, y también
la verdad sobre nuestra
condición humana: nos
revela quiénes somos y
cuál es nuestro lugar en
el mundo.
El aguardar su venida
nos llena de esperanza,
es posible alcanzar
la paz, demoler los muros
de la violencia que
deshumaniza, de la xenofobia
que obstaculiza
el proyecto de fraternidad
entre los pueblos, de
la pobreza que estigmatiza
y condena a muerte
a millones de hermanos.
Nuestro mundo no está
perdido, no esta condenado
al fracaso. Cristo es
nuestra esperanza (1 Tim
1,1), El es el camino y la
respuesta de Dios al sufrimiento
humano, al pecado
y a la muerte. Pedro
nos invita a los discípulos
“Estén siempre
dispuestos a defenderse
delante de cualquiera
que les pida razón de
la esperanza que ustedes
tienen.” (1 Pe 3,15). Cristo
es nuestra esperanza
porque en él hemos resucitado
a la vida y hemos
vencido para siempre al
pecado y la muerte: “Ya
que ustedes han resucitado
con Cristo, busquen
los bienes del cielo
donde Cristo está sentado
a la derecha de Dios.”
(Col 3,1). De esto se trata
la vida de los discípulos,
buscar los bienes del cielo,
del Reino de Dios en
la historia, las bienaventuranzas
que Jesús nos
dejó en el monte a orillas
del mar de Galilea.
El adviento es espera
segura de que el Señor
vendrá, porque cumple
su promesa; Dios es fiel
(Dt 7,9), nunca decepciona,
jamás abandona
a sus hijos que lo esperan
enamorados, alegres
y en vigilante búsqueda
de los bienes del cielo.
La fidelidad de Dios renueva
nuestra fe siempre
débil y necesitada de ser
sostenida por su misericordia,
Dios que camina
a nuestro lado nos enseña
a creer y a esperar un
nuevo cielo y una nueva
tierra donde habitará la
justicia (2 Pe 3,13), y en
esa fidelidad de Dios se
fundamenta nuestra oración
suplicante que dice:
“Ven Señor Jesús” (Ap
22, 20).
Anhelamos su venida,
lo esperamos enmarados,
alegres y vigilantes,
confiados en su misericordia
providente,
con los ojos y el corazón
puestos en los bienes
del cielo, ese es el mejor
de los programas, no sólo
para el adviento, sino
para la vida de todo discípulo.
Tenemos la certeza
de que Jesús está con
nosotros cuando nos reunimos
en su nombre
(Mt 18, 20), cuando comemos
el pan de la eucaristía
y de la vida (Jn
6,57), cuando nos amamos
unos a otros (1 Jn
4, 12), cuando servimos
a los hermanos, en especial
a los pequeños, (Mt
25, 40). Por eso, estamos
alegres, porque Jesús
viene a nosotros y vive
en medio de nosotros,
El es el Alfa y la Omega,
el que nos da de beber
de la fuente del agua de
la vida (Ap 21,6), por eso
estamos siempre alegres,
porque nada ni nadie podrá
separarnos jamás de
su amor (Rom 8, 35).