Evangelio según San Juan 20,2-8. Evangelio según San Juan 20,2-8.
María Magdalena corrió al
encuentro de Simón Pedro y
del otro discípulo al que Jesús
amaba, y les dijo: “Se han llevado
del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo
salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero
el otro discípulo corrió más
rápidamente que Pedro y llegó
antes.
Asomándose al sepulcro,
vio las vendas en el suelo, aunque
no entró.
Después llegó Simón Pedro,
que lo seguía, y entró en
el sepulcro: vio las vendas en el
suelo, y también el sudario que
había cubierto su cabeza; éste
no estaba con las vendas, sino
enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo,
que había llegado antes al
sepulcro: él también vio y creyó.
Comentario
Pienso que los cuatro evangelios
son los elementos esenciales
de la fe de la Iglesia, y
pienso que las primicias de los
evangelios se encuentran... en
el evangelio de Juan que, para
hablar de aquello donde otros
hicieron la genealogía, comienza
por el que no la tiene. En
efecto, Mateo, escribiendo para
los judíos que esperan al hijo
de Abraham y de David, dice:
“Genealogía de Jesucristo, hijo
de David, hijo de Abraham”;
y Marcos, sabiendo bien lo que
escribe, pone: “Principio del
Evangelio”. El fin del Evangelio
la encontramos en Juan: este
es “el Verbo que estaba al principio”,
la Palabra de Dios. Pero
Lucas, también reserva para el
que reposó en el pecho de Jesús
los discursos más grandes
y más perfectos sobre Jesús.
Ninguno de ellos mostró su divinidad
de manera tan absoluto
como Juan, que le hace decir:
“Yo soy la luz del mundo”, “Yo
soy el camino, la verdad y la vida”,
“Yo soy la resurrección”,
“Yo soy la puerta”, “Yo soy el
buen pastor” y, en el Apocalipsis,
“Yo soy el alfa y el omega,
el principio y el fin, el primero
y el último”.
Hay que atreverse a decir
que, de todas las Escrituras,
los Evangelios son las primicias
y que, entre los evangelios, las
primicias son las de Juan, y nadie
lo puede entender si no estuvo
recostado en el pecho de
Jesús y si no recibió de Jesús
a María, como madre... Cuando
Jesús le dice a su madre:
“He aquí a tu hijo” y no: “He
aquí, que este hombre es también
tu hijo”, es como si le dijera:
“He aquí, a tu hijo a quien
diste a luz”.
En efecto, quien llega a la
perfección “no vive en él, sino
que es Cristo quien vive en
él”... ¿Todavía es necesario
decir, qué inteligencia nos hace
falta tener, para interpretar
dignamente la palabra depositada
en las vasijas de arcilla de
un lenguaje ordinario?