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EL LIBERAL . Viceversa

Nos dejó la Gina

07/01/2017 22:08 Viceversa
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Nos dejó la Gina Nos dejó la Gina

Un día como cualquiera llegó a

nuestra casa de una manera inesperada.

Era un pequeño capullo de

suave y atigrado pelaje. En un santiamén

se hizo amiga y cómplice de

mi nieto mayor. La bautizamos con

el nombre de Gina, en honor a una

perra que me guió en el monte para

salvarme de un posible ataque de

abejas africanas en un lugar llamado

Agua Amarga.

Al poco tiempo de compartir con

Gina, a mi nieto se le fueron los miedos

propios de la edad infantil.

La

perrita también demostraba que

para ella, Enzo era su amo preferido.

Cuando él volvía de la escuela,

Gina lo recibía con fuertes y sonoros

ladridos de alegría, que resonaban

en la casa a pesar del rezongo y

protestas de los que se llamaban al

descanso. Su colita no terminaba de

moverse nunca demostrándole todo

su gozo al recién llegado, que respondía

a ese cariño llamándola por

lo bajo. Gina lo acompañaba durante

el almuerzo “carancheando” lo

que le daba a escondidas o caía de

su plato.

Así como Gina llegó a nuestra casa,

de esa misma manera un día trajeron

a una gatita con quien a pesar

de las diferencias de especie se hicieron

compañeras de juego.

La gatita

llamada Lola le daba unos zarpazos

juguetones y Gina corría detrás

de ella. Lola subía de un salto

los sillones y Gina la seguía torpemente,

en comparación con la felina

agilidad de la gata.

Estos juegos tuvieron el resultado

que la Gina, una pekinés de las

razas más chicas, terminara con un

problema en la columna. La llevamos

a la veterinaria, pero a pesar del

tratamiento no mejoraba.

Un día amaneció sin poder caminar,

daba pena verla arrastrándose y

sufriendo. Qué gran ejemplo nos dio

Lola al no dejarla sola nunca. Siempre

estaba a su lado, como acompañándola

en su enfermedad y su gatuna

mirada de alegría se transformó

en una mirada triste, opaca.

Así como los grandes deberíamos

aprender de los niños, también

deberíamos asimilar de los animales

que nos viven dando ejemplos

de amor y de solidaridad. Tal vez si

aprendemos de ellos viviríamos en

un mundo mejor.

Yo no podía ver sufrir más a ese

pobre animal. Una mañana, casi escondido

la llevé a la veterinaria con

el triste fin de que la sacrificaran.

Cuando se lo dije a la doctora irrumpió

en llanto y me dio la tarjeta de

una colega alemana que atendía en

La Banda. Perdido por perdido, la

llevé pensando que si se da, se da.

Sin darme ninguna garantía, la

profesional empezó a hacerle acupuntura.

Este tratamiento duró dos

meses y la pobre perrita no daba señales

de mejoría.

Una mañana al levantarme para

ir al trabajo busqué a Gina en su cucha,

pero no estaba. Afligido, la busqué

por toda la casa y cuando salí al

patio encontré a la perrita caminando

con alguna dificultad, pero estaba

de pie. Poco a poco se fue recuperando,

con la prohibición de no subir

más los sillones.

Gina vivió diez años más, llenando

de alegría mi hogar, disfrutando

de la compañía de las personas queridas.

Mi nieto se apegó más a ella.

Era la mimada de la casa, pues había

vuelto de la muerte.

Hoy extrañamos

su diminuta presencia, en

especial a la hora del almuerzo.

Llorando silenciosamente, tomándole

la manito derecha y sentado

en el suelo, mi nieto la acompañó

hasta que dio su último suspiro y

viajó al mundo de los perros, donde

con seguridad ya tiene su lugar ganado.

En la ventana, Lola entorna

sus ojitos felinos tal vez esperándola

para volver a jugar.

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