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EL LIBERAL . Santiago

Entre la Justicia y los ajusticiamientos

21/01/2017 22:53 Santiago
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Entre la Justicia y los ajusticiamientos Entre la Justicia y los ajusticiamientos

¿Q ué es la Justicia? Quizás

ocurra con ella lo mismo

que decía San Agustín del

tiempo: “Sé lo que es, pero

cuando tengo que explicarlo

ya no lo sé”. Abundan las definiciones de

Justicia. Y seguirán sumándose. En la Argentina

de hoy, y gracias a los encargados

de administrarla, se equipara justicia con

impunidad, inequidad, prebendas, corruptelas,

indiferencia, decepción, privilegios.

Nada, en fin, que ligue al concepto

con sus fundamentos. Y, como una perversa

secuela eso, con una frecuencia inquietante

se empieza a confundir justicia

con ajusticiamiento. Los linchamientos

están a la orden del día. Justicia es, así,

lo que cada uno decide según lo afectado

que se sienta por las acciones o conductas

de otro. Es remplazada por venganza, revancha,

vendetta, desquite, represalia.

En el siglo IV antes de Cristo, Epicuro,

el filósofo que proponía la búsqueda

de la felicidad a través de una vida armónica

y de un hedonismo no egoísta, decía

en sus Máximas capitales que la justicia

no es algo en sí, sino el contrato entre

un grupo de personas que, independientemente

de cantidad y lugar, se comprometen

a no hacer daño ni padecerlo.

El periodista y filósofo francés Emile

Chartier (1868-1951), profundo humanista

conocido como Alain, señaló a

su vez: “En todo contrato ponte en el lugar

del otro y juzga desde ahí si lo aprobarías”.

Thomas Hobbes (1588-1679),

uno de los padres de la filosofía política,

hubiera sonreído con escepticismo ante

ambos. También él creía que la convivencia

humana solo es posible a partir de

un contrato social, pero no confiaba en la

buena voluntad de los firmantes. La condición

natural del hombre es la de guerra

de todos contra todos, pensaba. Cada

uno está gobernado por su propia razón

y, puesto a proteger o imponer lo suyo,

se siente con derecho a cualquier cosa,

incluso en el cuerpo de los demás. Estas

ideas inspiran su obra monumental,

Leviatán, en la que sostiene la necesidad

de un árbitro implacable para garantizar

el cumplimiento del contrato e impedir

que, convertidos en lobos, los hombres

se devoren entre sí. Este árbitro es

el Estado, con sus organismos, normas y

leyes.

Con o sin Epicuro, Alain, Hobbes y

otros que, como Pascal o el contemporáneo

John Rawls, se abocaron al tema de

la justicia, lo cierto es que la especie humana

hubiese desaparecido pronto (y no

discutiremos aquí las potenciales ventajas

de eso para el planeta), de no haber

encontrado una forma de convivencia

que superara el cruento y estéril “nosotros

vs. ellos” del estadio tribal. El Estado

y las leyes no nacieron como capricho

sino como necesidad, y así se mantienen.

Si todo se reduce a tomar lo del

otro cuando me apetezca, pasando incluso

por sobre su cuerpo y su vida, y si la

defensa ante ello es reprender o castigar

al depredador o usurpador disponiendo

de su cuerpo y su vida, cualquier comunidad

quedaría rápidamente diezmada y

al final sobreviviría el más fuerte, el más

astuto, el de menos escrúpulos. No sólo

su propia vida sería breve, ya que los seres

humanos necesitamos vivir en grupos,

sino que con esas prácticas resultaría

imposible toda idea de moral.

La moral agrupa los deberes y obligaciones

que asumimos ante el otro para

garantizar, en conjunto, la mutua convivencia

en un ámbito digno. Los actos

morales, decía Kant, no buscan recompensa.

Esta se encuentra en el mismo acto.

Y solo el imperio de la moral (que nos

eleva de humanos a personas) puede regular

el funcionamiento de la economía,

la política y la justicia orientándolos a la

construcción y conservación de lo que

Rawls llama “una comunidad humana

viable”. Cuando la moral está ausente,

los organismos del Estado (la Justicia es

uno de ellos) son cáscaras vacías, simulacros.

La sociedad desanda caminos y regresa

a estados tribales que rozan lo pre

cultural, y quienes linchan mientras

gritan “¡Justicia, justicia!” terminan

por romper el contrato que en principio

desconoció el ajusticiado. Quizás

no sea la economía lo principal (como

argumentó un estúpido en una campaña

electoral estadounidense y se repitió

desde entonces ciegamente), sino

la moral. No en el aire, no en abstracto,

sino aplicada a la reconstrucción de un

Estado que sea tal, y no un árbitro parcial

e interesado. Conseguirlo antes de

que sea tarde será justicia.

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