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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según Mateo 4, 25-5,12

28/01/2017 22:15 El Evangelio
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Evangelio según Mateo 4, 25-5,12 Evangelio según Mateo 4, 25-5,12

En la tradición bíblica

el “bienaventurado”

es aquel que bendecido

por Dios posee virtudes

y bienes espirituales

y materiales que lo distinguen.

Pero, principalmente,

es el que “teme

al Señor” (Eclo 25,7-11),

pone en él su confianza

y cumple sus preceptos.

En Mateo, las bienaventuranzas

describen

una dicha que tiene

su fuente en la presencia

y actividad de Jesús. Esta

dicha es “escatológica”,

ya que está ligada al Reino

que se encuentra presente,

pero que todavía no

se ha manifestado en plenitud.

Jesús la anuncia y

comunica a los que escuchan

sus palabras con fe a

pesar de los sufrimientos

de la vida presente.

La interpretación ética

y espiritualista de las

bienaventuranzas ha hecho

que creamos que

los sujetos y destinatarios

de las mismas son

las personas consideradas

en su individualidad

y según sea su grado de

pertenencia a la Iglesia.

Pero, en realidad, se refieren

al pueblo pobre y

sencillo que se agrupa

en torno a Jesús; pueblo

pobre que tiene una

larga experiencia de la

miseria económica y social,

que nada espera de

la sociedad y que cuenta

exclusivamente con la

salvación de Dios.

La llegada del Reino

de Dios con Jesús produce

al interior de la sociedad

de Israel un cambio

transformador que repercute

en todas las dimensiones

de la vida: a nivel

socio-económico, religioso,

cultural y político. El

Reino incluye desde la esperanza

a los desposeídos

que sufren la injusticia de

la exclusión: los que lloran,

los mansos, los que

tienen hambre y sed de

justicia, es decir, los que

esperan el veredicto soberano

de Dios que libera

a los oprimidos, aquellos

que por experimentar

la misericordia de Dios

obran con misericordia

con los afligidos, aquellos

que tienen el corazón puro,

que son fieles a Dios

y lo sirven en sus hermanos,

los que trabajan por

la paz, es decir aquellos

que crean condiciones a

nivel de las relaciones humanas

y comunitarias para

que haya paz, fruto de

la justicia y la equidad.

Estos bienaventurados,

herederos del Reino, serán

perseguidos y calumniados

por seguir a Jesús,

por luchar para que en el

mundo triunfe la vida sobre

la muerte, por practicar

la justicia que libera

de toda opresión.

Conclusión

Las bienaventuranzas

son sin lugar a dudas el

ideario que el discípulo

de Jesús debe perseguir.

Poder vivir de acuerdo a

ellas supone poner el corazón

en las manos de

Dios para que lo modele

según su voluntad, confiar

en su misericordia,

dejarse transformar por

la acción del Espíritu que

hace nueva todas las cosas.

Esta actitud es posible

cuando se comprende

que el Reino ha llegado

como novedad, como

acontecimiento de salvación,

y nada puede compararse

con la dicha de

vivir bajo su expectación.

El “ya” de la presencia de

Dios que sana y transforma,

pero el “todavía no”

de su realización plena

que nos permite esperar

con la lámpara encendida

de la fe y la antorcha

incandescente del

amor.

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