Evangelio según San Mateo 5,13-16 Evangelio según San Mateo 5,13-16
sobre la sal y la luz están
estrechamente vinculadas
con el pasaje
precedente de las bienaventuranzas;
los aquí
llamados sal de la tierra
y luz del mundo,
son los oyentes de la
predicación y beneficiarios
del reino inaugurado
por Jesús, perseguidos
por su causa.
Aparece aquí un matiz
muy importante para
Mateo: la eclesialidad.
Los discípulos son sal y
luz en tanto y en cuanto
forman parte de una
comunidad, la comunidad
de los testigos de
Cristo.
Los discípulos serán
sal de la tierra y luz del
mundo por sus obras,
por su vida de fe comunitaria,
eclesial, en unidad
con Cristo quien es
el fundamento y quien
da su sentido. En el
oriente antiguo la sal
tenía diversos significados:
lo que purifica,
conserva, lo que da valor
a lo que se sala, partir
la sal era signo de
alianza, etc. Mateo innova
su sentido aplicándolo
a los discípulos
mismos: éstos, al hacer
las obras, darán sabor
a la tierra, a la humanidad
toda. Las obras
son así, expresión de
la identidad de los discípulos.
Los discípulos
deben practicar las
obras porque así manifiestan
su ser en Cristo,
su verdadera identidad.
Si no lo hacen, su
vida será un sinsentido,
una contradicción, como
la sal que se vuelve
insípida (lo cual es imposible).
Mateo invita a los
discípulos a hacer las
buenas obras delante
de los hombres siendo
testigos de la revelación
de Dios en Jesucristo.
“Vuestra luz”,
es la vida entera de los
discípulos, sus obras
que deben realizarse y
exponerse para gloria
de Dios. No se trata de
fomentar la vanagloria
por las buenas obras
ni de vivir la fe de manera
oculta, sino de
dar testimonio, a través
de las obras de la
llegada del Reino en
Jesús. Este testimonio
no es individual, sino
eclesial, del conjunto
de los creyentes, de la
Iglesia como discípulos
del Cristo resucitado
y glorioso. La finalidad
de mostrar las buenas
obras es que todos
puedan conocer y glorificar
a Dios.
Conclusión
Estas parábolas nos
dejan un mensaje movilizador:
la Iglesia está
llamada a vivir en
unidad con Cristo para
dar testimonio ante
el mundo, a través de
las obras, de que el Reino
de Dios ha llegado
en la persona y ministerio
de Jesús. La Iglesia
no existe para sí misma,
no es su propio fin;
existe para ser sal de la
tierra y luz del mundo.
Esto será posible no sólo
si permanece unida
a Jesús, sino también
si tiene una actitud de
apertura, de diálogo
amoroso con el mundo.
Los hombres, sea cual
fuere su vida, no son
sus enemigos, sino los
destinatarios de sus palabras
de amor y de sus
obras de misericordia.
En este tiempo, de
tanta confusión y en
cierto sentido de ausencia
manifiesta de Dios
en la sociedad contemporánea,
quizás sea necesario
pedagógicamente,
a la hora de evangelizar,
dejar que brille la
luz de las buenas obras
de los cristianos, reconociendo
también en el
mundo los signos, aunque
sean tenues, de la
presencia del Reino que
germina en la historia.