Celos Celos
No hay amor sin celos.
Esta rotunda afirmación
la escucha usted a cada
rato. Y están las “consejeras”
que sugieren desconfiar
de un marido que
no sea celoso de su mujer.
Lenclós llegó a escribir
que “las mujeres aborrecen
a quien no aman, pero
les desagradaría que el
hombre a quien aman no
tuviese celos”.
No estoy tan seguro
de que los celos sean una
componente indispensable
del amor. Es más: me
inclino a pensar que los
celos reflejan más bien
una falta de madurez en
quien los cultiva (desde
luego, esto vale cuando
la otra parte no da “motivos”
para que ellos surjan...).
Esta falta de madurez
suele expresarse en
una profunda inseguridad
emocional.
Entre personas adultas
(es distinto, a su medida,
el caso de niños,
adolescentes y jóvenes)
puede haber amor con
celos, amor sin celos y
celos sin amor. Para limitarnos
al primer caso,
el amor con celos, se trata
de un amor que todavía
no ha crecido o se encuentra
en franco subdesarrollo.
Y hasta llega
a ser verdad lo escrito
por La Rochefoucauld:
“Hay en los celos más
amor propio que amor”.
Porque, efectivamente,
la persona celosa se deja
impresionar más por
el vacío que siente, que
por el bien de la persona
amada.
Ra z ó n t e n í a p u e s
Amiel cuando decía: “Los
celos son una cosa terrible:
se parecen al amor
aunque son todo lo contrario”.
¿Quiénes son más celosos:
los hombres o las
mujeres? Las mujeres,
por supuesto... dicen los
hombres. Digamos que,
en general, los celos en las
mujeres se dan con mayor
frecuencia; pero cuando
un hombre es celoso...,
bueno, vale por los celos
de diez mujeres. Sobre todo
cuando el propio varón
es infiel, porque entonces
ve infidelidades en su
mujer hasta cuando se lava
los dientes. Se aplica el
viejo dicho: “Cuando el ladrón
es ladrón...”.
Le dejo para el final
una aguda observación
escrita por quien de celos
y amores entendía bastante:
“Son celos cierto temor
/ tan delgado y tan sutil,
/ que si no fuera tan vil, /
pudiera llamarse amor”.
(Lope de Vega).