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EL LIBERAL . Viceversa

Las memorias no cuentan

18/02/2017 20:44 Viceversa
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Las memorias no cuentan Las memorias no cuentan

Despertó a eso de las cinco luego de una genuina siesta bajo la sombra de un paraíso. Había soñado, ése día, justo ése día, había soñado con una flor, por primera vez con “una flor de color” y no podía contarlo.

¿De qué color? Eso no lo sé… A mí también me gustaría…

Se encontraba solo en una gran casa, y, por un arte de fatalidad, azar, y otras cosas, una bellísima flor apareció sobre una ventana que daba a un patio con esferas y dos escaleras que se perdían entre las nubes, muy arriba, cruzando los pájaros. Cuando se preparaba para arremeter –dulcemente- contra ella, despertó. No pudo -¡tan miserable!- sortener su sueño. Tres segundos habrían bastado… Trató de dormirse nuevamente, pero no pudo; una y otra vez; no pudo.

Entre muchas cosas, él era –mientras podía- una marioneta para los juegos bajo el viejo tunal durante la siesta; un diente de ajo para las comisuras del joven mexicano estudiante de magia, que les habló del cráneo risueño a dos niñas de Villa Giménez una noche calurosa de fines de febrero del '45. ¡Ahora!, veo a una de esas niñas, lleva la cara arrugada; distante, y de la mano le cae una sombra que salpica el piso de ladrillos donde un pedacito de hilo parece enredarse con el tiempo, que en realidad es una pestaña; no hay tiempo; pasa cuando menos lo espero; es malo y no vuelve, y esto también.

Esperanza.

… Machado.

A pesar de extrañar a Tinti, sabía que de vez en cuando, es decir, no siempre, podía divertirse un par de minutos correteando hasta la parada del Véliz a eso de la tarde, pero no muy tarde, en el momento justo, el adecuado, cuando el sol rasca por metro y medio la ramas de los árboles con una luz que se mezcla entre un rojo y un anaranjado -¿cómo serán?- brillante, como chispa que rebota entre la suela de los zapatos del Negro Speche, cuando sin querer por un litro de tinto se mandaba un tango con guitarra prestada, y le salía a velocidad de erupto el punteo aprendido en las calles solitarias y empantanadas de sol, según algunos dicen, del tucumán de los cincuenta.

Desafortunadamente, él no baja del ómnibus azul, y nunca nunca lo haría, es que no sabía, él había regresado, lo habían traído y no lo recordaba. Aquella vez lo encontró diferente, sus ojos tan cerrados lo desconcertaron hasta una cosa que después supo, llaman tristeza. Encerrado en una caja –su caja-, Tinti no podía... Al principio creyó que era un nuevo juego, algo así como una adivinanza, pero después pensó: “ese no es Tinti, eso no es Tinti”. También él, Ladrián, quería hacer oídos sordos a la desgracia, pero ¿cuál desgracia?, si todos saben que ésto es parte de los días, que es casi imposible tener un final, que la convulsión le vino en mal momento para vida y en buen momento para la muerte.

Por más de tres meses, todos los sábados por la tarde, corrió a la parada y siempre, siempre sin bicicleta, pero no saben cómo le hubiera gustado ir en una roja con asciento negro a esperar que bajara con su gorra blanca y los anteojos de sol a lo Eastwood detective pero con tierra y polvo de ladrillo encima y una sonriza medianamente cubierta por su negro bigote de treinta y dos años.

Al despertar, supo que era la última oportunidad que le daba. Ese día pensó en el río, en los peces, en el puente que cruza el canal, en lo mucho que le gustaban las galletas dulces. Cuando el omnibus tocó bocina en el terraplen no se movió del lugar. Creo, que quizá, estaba un poco enojado, pero la verdad es que no estoy seguro, porque claro, como también soy un perro y quizá después de todo yo también esté un poco enojado, enojado conmigo y con los amos que no están, por esto y por mucho más, es posible que mienta un poco.

No sé escribir más que esto. Una lástima.

Ojalá, ojalá muera siendo un buen perro. Quiero saber qué se siente. Ojalá, ojalá, ojalá… yo también al igual que Ladrián sueñe con “una flor de color”.

Me miro al espejo y persigo mi cola.

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