Hace 80 años moría Horacio Quiroga, un clásico del siglo XX Hace 80 años moría Horacio Quiroga, un clásico del siglo XX
Quiroga remite de manera
inexorable a la fatalidad
que marcó su vida e impregnó
su obra, con la que
trascendió como cultor del
cuento breve, donde por lo
general se acompaña a los
personajes a través de situaciones
límite como la
locura, el aislamiento o el
enfrentamiento con animales
salvajes en la selva
misionera, donde el autor
vivió.
Quiroga, nacido en la
ciudad uruguaya de Salto
en 1878, murió 80 años
atrás, el 19 de febrero de
1937, al beber un vaso de
cianuro. Su última decisión
acompaña una vida
marcada por la fatalidad:
la muerte accidental de su
padre, el suicidio de su padrastro
y el de su primera
esposa, el asesinato accidental
de un amigo al manipular
un arma y el suicidio
de sus tres hijos.
Hay quienes relacionan
estos sucesos biográficos
con la oscuridad y el destino
trágico de los personajes
de su obra.
Muchas de esas historias
transcurren en la selva
misionera, región que
conoció a ins tancias de
Leopoldo Lugones, y donde
vivió durante años. Este
escenario natural está presente
en “Cuentos de amor,
de locura y de muerte” y en
su notable novela “Los desterrados”
(1926), encarnada
por personajes que Quiroga
conoció en la selva, a
la que llegaron por decepción,
desdicha o fracaso.
Pese a las dificultades
económicas y a los oficios
que realizó -agricultor, inventor
amateur, juez de
paz y docente- para poder
sobrevivir, Quiroga siempre
tuvo clara conciencia
de su deseo de ser un escritor
profesional y poder vivir
de ello.
“Lejos del perfil de escritor
de las décadas de
1880 y 1890 -médicos o
abogados que escribían literatura
en sus ratos libres-,
hizo de la literatura
su profesión: vivía parcialmente
de lo que escribía,
actuaba en la arena pública
en tanto escritor y concebía
la escritura como un
trabajo”, sostiene la crítica
literaria e investigadora
del CONICET Soledad
Quereilhac.
“Entendió tempranamente
la necesidad de concebir
la escritura como trabajo
remunerado y de defender
los derechos del escritor.
Integró el primer
intento de conformación
de una Sociedad de Escritores
(a principios de siglo,
encabezada por Roberto
Payró), y luego la efectiva
fundación de la SADE
en 1928, presidida por
Leopoldo Lugones”, señala
Quereilhac en diálogo con
Télam.
Además “fue un modernizador
de la forma cuento,
discípulo de Poe y Maupassant,
que debió adaptar sus
historias al formato que
demandaban los diarios y
revistas de principios del
siglo XX”, agrega.
Para el escritor Luciano
Lamberti, Quiroga es
“el modelo del escritor no
intelectual, del salvaje que
va a buscar a la selva una
respuesta a la Modernidad,
cuya obra responde a una
construcción astutamente
elaborada: cualquiera que
lea sus ensayos notará que
detrás de su aparente ingenuidad
hay un mundo”.
Otro rasgo fundamental
de su literatura es “la representación
literaria del
monte chaqueño y de la
selva misionera, espacios
que tenían escaso protagonismo
en una literatura
nacional dominada por el
tándem campo pampeano
y ciudad. Quiroga abordó
esos espacios sin caer en
el pintoresquismo ni en el
afán coleccionista de costumbres
del regionalismo”,
sostiene Quereilhac.
Imbuido del realismo
social característico de la
literatura hispanoamericana
de la época, “en relatos
como ‘Los mensú’ o ‘Una
bofetada’, Quiroga incorporó
también las indignas
condiciones de trabajo de
los indígenas en las plantaciones,
con un tratamiento
literario ciertamente más
efectivo que el del realismo
pietista de muchos contemporáneos
del grupo de
Boedo”, recuerda la investigadora.
Estos rasgos le valieron
a Quiroga a partir de la década
de 1920, según afirma,
“el reconocimiento de
algunos de sus pares en la
Argentina y de escritores
jóvenes de otras zonas de
Latinoamérica”.
Al igual que los cuentos
de Julio Cortázar, según
la opinión de los especialistas
los textos de Quiroga
funcionan como un excelente
vehículo de iniciación
en la lectura para niños
y jóvenes, sobre todo
entre los lectores de la
escuela primaria. Con el
tiempo, Quiroga fue reconocido
como un pionero de
la literatura para niños por
títulos como “Cuentos de
la selva” (1918) y textos como
“El almohadón de plumas”
(1907) y “La gallina
degollada” (1909), que se
convertirán en clásicos del
género fantástico y de terror.
“La clave no solo está en
el atractivo de sus historias,
sino en su perfección
formal, en el consciente
manejo de la economía de
palabras. Hay una enorme
dimensión de lo sugerido
en los cuentos de Quiroga
que incentiva la imaginación
de los lectores niños
y jóvenes, sobre todo sus
cuentos fantásticos y de terror”,
señala Quereilhac.
“Es por eso que el escritor
se sigue incluyendo
en las currículas escolares
de la Argentina y del Uruguay,
ya que es un escritor
de doble filiación nacional,
hijo de un argentino y
una uruguaya que nació en
Uruguay pero desarrolló la
mayor parte de su obra en
la Argentina”, cuenta.
Para el escritor Hernán
Ronsino “la idea de voluntad
y la irrupción de la tragedia
atraviesan la vida y
la escritura de Quiroga como
latigazos. La escena final
en el hospital de Clínicas
-donde se suicida- a
fines de la década del 30,
es sin dudas la condensación
de eso”.
Ronsino descubre también
que el primer hallazgo
de Quiroga fue a través
del ámbito escolar, con
“Cuentos de la selva”, uno
de los primeros libros que
leyó.
“De la lec tura de es e
primer Quiroga me queda
más bien un recuerdo muy
ligero. Pero cuando leí, ya
de grande, sus cuentos, y
conocí más en profundidad
las tragedias de su vida,
descubrí a un autor potentísimo”,
agrega.