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Hace 80 años moría Horacio Quiroga, un clásico del siglo XX

25/02/2017 21:13 Viceversa
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Hace 80 años moría Horacio Quiroga, un clásico del siglo XX Hace 80 años moría Horacio Quiroga, un clásico del siglo XX

La f igura de Horac i o

Quiroga remite de manera

inexorable a la fatalidad

que marcó su vida e impregnó

su obra, con la que

trascendió como cultor del

cuento breve, donde por lo

general se acompaña a los

personajes a través de situaciones

límite como la

locura, el aislamiento o el

enfrentamiento con animales

salvajes en la selva

misionera, donde el autor

vivió.

Quiroga, nacido en la

ciudad uruguaya de Salto

en 1878, murió 80 años

atrás, el 19 de febrero de

1937, al beber un vaso de

cianuro. Su última decisión

acompaña una vida

marcada por la fatalidad:

la muerte accidental de su

padre, el suicidio de su padrastro

y el de su primera

esposa, el asesinato accidental

de un amigo al manipular

un arma y el suicidio

de sus tres hijos.

Hay quienes relacionan

estos sucesos biográficos

con la oscuridad y el destino

trágico de los personajes

de su obra.

Muchas de esas historias

transcurren en la selva

misionera, región que

conoció a ins tancias de

Leopoldo Lugones, y donde

vivió durante años. Este

escenario natural está presente

en “Cuentos de amor,

de locura y de muerte” y en

su notable novela “Los desterrados”

(1926), encarnada

por personajes que Quiroga

conoció en la selva, a

la que llegaron por decepción,

desdicha o fracaso.

Pese a las dificultades

económicas y a los oficios

que realizó -agricultor, inventor

amateur, juez de

paz y docente- para poder

sobrevivir, Quiroga siempre

tuvo clara conciencia

de su deseo de ser un escritor

profesional y poder vivir

de ello.

“Lejos del perfil de escritor

de las décadas de

1880 y 1890 -médicos o

abogados que escribían literatura

en sus ratos libres-,

hizo de la literatura

su profesión: vivía parcialmente

de lo que escribía,

actuaba en la arena pública

en tanto escritor y concebía

la escritura como un

trabajo”, sostiene la crítica

literaria e investigadora

del CONICET Soledad

Quereilhac.

“Entendió tempranamente

la necesidad de concebir

la escritura como trabajo

remunerado y de defender

los derechos del escritor.

Integró el primer

intento de conformación

de una Sociedad de Escritores

(a principios de siglo,

encabezada por Roberto

Payró), y luego la efectiva

fundación de la SADE

en 1928, presidida por

Leopoldo Lugones”, señala

Quereilhac en diálogo con

Télam.

Además “fue un modernizador

de la forma cuento,

discípulo de Poe y Maupassant,

que debió adaptar sus

historias al formato que

demandaban los diarios y

revistas de principios del

siglo XX”, agrega.

Para el escritor Luciano

Lamberti, Quiroga es

“el modelo del escritor no

intelectual, del salvaje que

va a buscar a la selva una

respuesta a la Modernidad,

cuya obra responde a una

construcción astutamente

elaborada: cualquiera que

lea sus ensayos notará que

detrás de su aparente ingenuidad

hay un mundo”.

Otro rasgo fundamental

de su literatura es “la representación

literaria del

monte chaqueño y de la

selva misionera, espacios

que tenían escaso protagonismo

en una literatura

nacional dominada por el

tándem campo pampeano

y ciudad. Quiroga abordó

esos espacios sin caer en

el pintoresquismo ni en el

afán coleccionista de costumbres

del regionalismo”,

sostiene Quereilhac.

Imbuido del realismo

social característico de la

literatura hispanoamericana

de la época, “en relatos

como ‘Los mensú’ o ‘Una

bofetada’, Quiroga incorporó

también las indignas

condiciones de trabajo de

los indígenas en las plantaciones,

con un tratamiento

literario ciertamente más

efectivo que el del realismo

pietista de muchos contemporáneos

del grupo de

Boedo”, recuerda la investigadora.

Estos rasgos le valieron

a Quiroga a partir de la década

de 1920, según afirma,

“el reconocimiento de

algunos de sus pares en la

Argentina y de escritores

jóvenes de otras zonas de

Latinoamérica”.

Al igual que los cuentos

de Julio Cortázar, según

la opinión de los especialistas

los textos de Quiroga

funcionan como un excelente

vehículo de iniciación

en la lectura para niños

y jóvenes, sobre todo

entre los lectores de la

escuela primaria. Con el

tiempo, Quiroga fue reconocido

como un pionero de

la literatura para niños por

títulos como “Cuentos de

la selva” (1918) y textos como

“El almohadón de plumas”

(1907) y “La gallina

degollada” (1909), que se

convertirán en clásicos del

género fantástico y de terror.

“La clave no solo está en

el atractivo de sus historias,

sino en su perfección

formal, en el consciente

manejo de la economía de

palabras. Hay una enorme

dimensión de lo sugerido

en los cuentos de Quiroga

que incentiva la imaginación

de los lectores niños

y jóvenes, sobre todo sus

cuentos fantásticos y de terror”,

señala Quereilhac.

“Es por eso que el escritor

se sigue incluyendo

en las currículas escolares

de la Argentina y del Uruguay,

ya que es un escritor

de doble filiación nacional,

hijo de un argentino y

una uruguaya que nació en

Uruguay pero desarrolló la

mayor parte de su obra en

la Argentina”, cuenta.

Para el escritor Hernán

Ronsino “la idea de voluntad

y la irrupción de la tragedia

atraviesan la vida y

la escritura de Quiroga como

latigazos. La escena final

en el hospital de Clínicas

-donde se suicida- a

fines de la década del 30,

es sin dudas la condensación

de eso”.

Ronsino descubre también

que el primer hallazgo

de Quiroga fue a través

del ámbito escolar, con

“Cuentos de la selva”, uno

de los primeros libros que

leyó.

“De la lec tura de es e

primer Quiroga me queda

más bien un recuerdo muy

ligero. Pero cuando leí, ya

de grande, sus cuentos, y

conocí más en profundidad

las tragedias de su vida,

descubrí a un autor potentísimo”,

agrega.

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