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EL LIBERAL . Opinión

El futuro de la inmigración

01/03/2017 00:00 Opinión
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El futuro de la inmigración El futuro de la inmigración

Se refiere, con fundamentos muy válidos, que nada tiene actualmente más movilidad que el capital y los recursos humanos, pero especialmente si estos últimos están capacitados en idiomas, en conocimientos y en las modernas y dinámicas habilidades laborales que la inexorable y creciente intervención de la tecnología requiere. A su vez, también se postula que nada tiene menos rigidez que la ubicación geográfica de un territorio y la histórica pauta cultural de sus habitantes. Por otro lado, las innovaciones tecnológicas de la información, de las comunicaciones y del transporte de los bienes y de las personas aceleran las movilidades de los factores capital y trabajo y atenúan la rigidez del factor tierra y de la pauta cultural. Surgen además, como modernos y complejos factores interrelacionados del desarrollo de las naciones, la complementariedad de la gestión pública y privada, la iniciativa, la innovación tecnológica, el emprendimiento y el continuo aprender, todos ellos muy dinámicos. Las migraciones de los recursos humanos han conformado una parte central de la historia de la humanidad. Las motivaciones fueron desde las fundamentales de salvar sus vidas, y las de sus familias, de los déspotas y los tiranos, las de evitar los horrores de las guerras y de las invasiones, de las pestes y de las plagas, etc. hasta el llamado "votar con los pies", el migrar de territorio por las demandas no satisfechas de una mejor calidad para sus vidas, para su seguridad personal, para sus libertades de expresión, de su salud, de su educación, en suma, para disponer de la posibilidad de un futuro. América en general, y los EE.UU. en particular, incluyendo a nuestro país, son históricamente naciones receptoras netas de las corrientes inmigratorias. Gran parte de su crecimiento económico se lo deben a la laboriosidad de los extranjeros que, en su mayoría, se establecieron definitivamente, ampliando, en cantidad y calidad, la población económicamente activa. Si bien siempre existieron las regulaciones de hecho a las migraciones, muchas de ellas muy penosas a los ojos de hoy, recién en el año 1924 el presidente Coolidge suscribió la primera ley de inmigración de los EE.UU., prohibiendo la recepción de más ciudadanos de Asia y reduciendo las cuotas de admisión, solo para las naciones no americanas, al 2% anual de las personas de cada país que ya vivían en los EE.UU., según el censo del año 1890. Incluso, pocos años después, los EE.UU. limitaban la inmigración europea solo a los países de su occidente y norte; se consideraba que la población del este, e incluso del sur, de Europa tenían las entonces llamadas "inadecuaciones sociales". Este rígido sistema estuvo vigente durante 4 décadas, recién en el año 1965 fue reformado y la ley de inmigración de los EE.UU. se adecuó en los términos actuales. Repárese entonces, en una más justa dimensión cronológica relativa, la actual solo expresión de deseo, si bien apoyada explícitamente por más de 60 millones de norteamericanos, de un retorno a una mayor rigidez a la inmigración del presidente Donald Trump, que ha convulsionado a la opinión pública global. Es innegable hoy la desconfianza general en los ciudadanos de las naciones musulmanes a causa del grave terrorismo internacional, en los mexicanos o en los colombianos por el creciente tráfico de drogas, así como también la benigna tolerancia a los bolivianos o paraguayos para desempeñar ciertas tareas específicas. Durante siglos la inmigración le hizo muy bien a las economías que las aceptaron, incrementando la necesaria fuerza laboral de las sucesivas revoluciones agrarias e industriales. Poco importaban si los recursos humanos venían desde economías menos desarrolladas, rápidamente se adecuaban a las nuevas, pero aun rutinarias, tareas fabriles. Pero, el avance tecnológico moderno desde mediados del siglo XX derribó abruptamente ese paradigma. Ya no se trata de invocar una eventual disfunción cultural, social, religiosa o política, siempre muy opinables, de los inmigrantes. Sino de sus reales capacidades productivas de incorporarse rápidamente a las nuevas economías desarrolladas, donde todo lo rutinario ahora ya lo hacen las máquinas: las agendas de las actividades de los ejecutivos, sus comunicaciones, las reservas de los pasajes de transporte de las personas y de los fletes de las cargas, los despachos de las valijas, el chequear el ingreso y el egreso de los hoteles, fabricar automóviles, teléfonos móviles o computadoras, cobrar los peajes de las rutas, los ingresos a los estacionamientos de los vehículos, el lavarlos, etc. Todavía la diversidad étnica y racial, como la que ocurre actualmente de Asia en países como Australia o Nueva Zelanda, los hace más productivos e innovadores a los países receptores de inmigración, pero la creciente condición ineludible del inmigrante moderno es su juventud para el ingreso a las universidades como alumno o a las empresas como operario, pero ahora creativo; o su experiencia como gerente, profesor o investigador. En todos los casos resulta determinante la capacidad de un continuo aprender y la de absorber la permanente modernización. Sólo bajo esas nuevas pautas globales la movilidad inmigratoria continuará creciendo.

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