Dominio de sí Dominio de sí
amos de los demás, debemos
ser amos de nosotros
mismos”, advertía José Ortega
y Gasset. Y Corneille:
“Dominarse a sí mismo es
la victoria más alta que podemos
lograr”. Y Lao Tsé:
“Quien conquista a los demás,
es fuerte, quien se conquista
a sí mismo, poderoso”.
Tres ideas que tienen en
común esta rara virtud humana
que lleva el nombre
de templanza, o sea, el dominio
de sí.
Tiene mucho que ver la
templanza con la propia libertad,
en el ser y en el actuar.
Los hombres estamos
seriamente condicionados
por factores exteriores, pero
los condicionamientos mayores
vienen de dentro, de
nuestras pasiones mal encaminadas,
de esclavitudes no
superadas.
Dije pasiones mal encaminadas
porque en sí mismas
las pasiones constituyen
elementos positivos,
siempre que se las lleve a
transitar el cauce natural
que Dios les asignó. Cuando
decimos “malas pasiones”
estamos hablando de
fuerzas desbordadas, y por
lo mismo negativas, esclavizantes.
El dominio de sí permite
que todo lo bueno que
existe en uno pueda florecer
en sus mejores tonos, con
todas las dificultades de lo
humano, pero también con
todas las maravillas de los
logros.
Norman Vincent Peale
dice: “He llegado a pensar
que el esfuerzo por conseguir
el dominio de sí mismo
es la gran peregrinación,
la gran aventura de la vida.
En la autodisciplina y no en
las leyes y frenos exteriores,
ni en la licencia está el
gran potencial para nuestro
desarrollo”. “Mejor es el
que se enseñorea de su espíritu,
que el que toma una
ciudad”, dice la Biblia. Creo
que si alguien intenta dominarse
a sí mismo con verdadero
empeño, hallará que
está muy dentro de su capacidad”.
Para el final, una buena
advertencia del gran obispo
Tihamer Toth: “El refrenamiento
de los sentidos,
el dominio de sí, la abnegación,
el tener a raya los deseos
no es un fin. Es tan sólo
el medio de liberar el alma.
Con la abnegación, queremos
alcanzar un objetivo
elevado: dar alas al alma,
hacer al espíritu dueño del
cuerpo”. Todo un ideal. Todo
un compromiso. ¡Hasta
mañana!