Evangelio según San Mateo 17, 1-9 Evangelio según San Mateo 17, 1-9
Santiago y Juan a una montaña alta. Es
clara la evocación del pasaje de las tentaciones,
donde Satanás ofreció al Hijo
de Dios el dominio del mundo si lo
adoraba. Jesús allí rechazó la tentación
de dominio y poder y eligió el camino
de obediencia al Padre. Mateo presenta
aquí una imagen de Jesús que contrasta
con la tentación y vida de hostilidad
que llevó. Se trata de una imagen
revelada por el Padre: el Cristo glorioso
y resucitado (rostro resplandeciente
y vestiduras blancas como la luz)
que aparece conversando con Moisés y
Elías, testigos del mundo celeste. Dios
habla como voz desde la nube luminosa
y presenta a Jesús como Hijo suyo,
exaltándolo sobre Moisés y Elías. Jesús
es el Hijo obediente a quien hay que escuchar.
La obediencia del Hijo consiste
en anunciar y hacer presente a los discípulos
la voluntad del Padre y el evangelio
del Reino a través de su amor y
servicio a la vida que se manifiesta en
su pasión, muerte y resurrección.
Al escuchar la voz celestial los discípulos
caen en tierra espantados. Es
la gloria y la verdad divina lo que los
arroja al suelo e infunde temor. Jesús,
acercándose a ellos los toca y les dice:
“levántense, no tengan miedo”. Es ahora,
Jesús en su figura humana, quien se
encuentra con los discípulos y los anima
frente al temor invitándolos a escucharlo
y seguirlo en su camino de servicio.
La escucha del Hijo de Dios es lo
único importante, sólo a él hay que escuchar.
Los discípulos en el camino de
seguimiento irán descubriendo, con la
ayuda de la palabra de Jesús, que el acceso
a la gloria de Dios sólo es posible
en la obediencia al Padre que se manifiesta
en el amor y el servicio a la humanidad.
Jesús vivió esta experiencia
en carne propia y de igual manera los
discípulos deberán vivirla. Ahora, no
lo entienden, pero después de la Pascua
comprenderán el significado de esta
revelación.
Conclusión
La experiencia de la “Pascua anticipada”
(transfiguración) y de la Resurrección
única y definitiva, puede confundir
a los discípulos acerca del misterio
de Cristo y de su Iglesia. La resurrección
es sin duda el triunfo de Jesús
sobre el pecado y la muerte y el advenimiento
de la Gloria de Dios sobre el
mundo, pero a través del sufrimiento
de la pasión y muerte. La tentación
triunfalista de los discípulos puede
menguar y hasta excluir de la vida de
fe el camino de obediencia al Padre que
se expresa en el amor y el servicio a la
causa del Reino. No hay resurrección
sin amor oblativo y entrega de la vida.
La Iglesia debe renunciar a todo poder
mundano, a toda tentación de arrogarse
el poder de Dios para recorrer
el camino de obediencia
y servicio a la humanidad
como lo hizo Jesús.
Para eso, debe escuchar
permanentemente al
maestro que la ayudará
a superar sus miedos
y a discernir
la voluntad del
Padre.