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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Juan 11,45-56.

08/04/2017 02:08 El Evangelio
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Evangelio según San Juan 11,45-56. Evangelio según San Juan 11,45-56.

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían

ido a casa de María creyeron

en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron

lo que Jesús había hecho.

Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: “¿Qué hacemos?

Porque este hombre realiza muchos signos.

Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos

vendrán y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación”.

Uno de ellos, llamado Caifás,

que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: “Ustedes no comprenden nada.

¿No les parece preferible

que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca

la nación entera?”. No dijo

eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote

que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.

A partir de ese día, resolvieron

que debían matar a Jesús. Por eso él no se mostraba

más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.

Como se acercaba la Pascua

de los judíos, mucha gente

de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían

unos a otros en el Templo: “¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?”.

Comentario

Está escrito: “Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo y somos miembros

unos de otros” y es Cristo

quien nos une mediante los vínculos de la caridad: “él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba:

el odio. él ha abolido la Ley con sus mandamientos

y reglas”. Conviene, pues, que tengamos un mismo sentir:

que “si un miembro sufre,

los demás miembros sufran

con él y que, si en miembro

es honrado, se alegren todos

los demás miembros”. Por eso dice san Pablo: “Acogeos

mutuamente, como Cristo

os acogió para gloria de Dios”. Nos acogemos unos a otros si nos esforzamos a tener

un mismo sentir “llevando

los unos las cargas de los otros; conservando la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz” (Ef 4,2-3). Así es como nos acogió Dios a nosotros en Cristo; pues no engaña el que dice: “Tanto amó Dios al mundo,

que le entregó su Hijo por nosotros”. En efecto, fue entregado

como rescate para

la vida de todos nosotros, y así fuimos arrancados de la muerte, redimidos de la muerte

y del pecado. l

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