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EL LIBERAL . Viceversa

Como el hornero

08/04/2017 22:19 Viceversa
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Como el hornero Como el hornero

Del mismo modo como el hornero busca, pacientemente, gajos, hojas, ramas, barro y va armando su casita, así, Paco buscaba en todos lados elementos, ideas, datos, sugerencias para armar la nuestra. Muchos amigos fueron víctimas del asedio. Los tenía locos preguntando, buscando, imitando.

Un día viene a casa y “sin anestesia” me dice:

—Vamos.

—¿A dónde? No estoy vestida.

—No importa, con zapatillas también sos linda.

Subimos al auto. Pocas cuadras desde la Salta, en donde vivíamos, a la Avellaneda.

—¡Pero ésta es la casa de Chonona! Y yo estoy de “Boyero” y batón.

—No importa. Son amigos.

El Dr. Alcorta, con su proverbial cortesía nos recibió, hizo pasar, sentar. En seguida Nena ordenó un café. Ella había sido compañera de Paco toda la secundaria y egresaron en la Normal en el 51, como Maestros Bachilleres. ¡Qué promoción!

Chonona, con su clásica picardía, me miró y advirtió mi violencia.

—Te queda lindo el azul.

Yo miré mi ropa que era de otro color y comprendí que –aunque escondía los pies cruzados debajo del asiento, se notaban las zapatillas. (Aclaro a la juventud que, en aquella época, era falta de respeto salir a la calle o ir a un lugar importante vestida con ropa “de diario” ¡y zapatillas!).

Se rió largamente. Me tranquilizó y la aclaró a Paco, más Nena que Chonona, los datos de edificación que buscaba. Pasaron los días.

El Dr. Alcorta solía tomar un cafecito en el Jockey con sus amigos. Yo pasé, lo saludé y me gritó: ¿Y las Boyero azules? ¡Ja, ja! No había encuentro en el que no me recordara lo tonto de mi aflicción.

En una oportunidad, Paco resolvió “volver a la carga” en los Alcorta, habló a Nena por teléfono. Se pusieron de acuerdo en el día y hora y se fue a averiguar, esta vez solo. Volvió muerto de risa.

—La Nena es tremenda –aseguró. Abrió la puerta del dormitorio de las chicas. Les ordenó levantarse, acomodar todo “porque el Dr. Peralta tenía que ver no sé qué cosa de los placares, ventanas o lo que fuera. En la redada cayó también Rado pues, con la misma energía, abrió la puerta de su cuarto, lo hizo levantar y le mostró lo que el imprudente visitante quería ver.

Paco no dejó “títere con cabeza”.

El siguiente punto era Betty Toscano y Pedro Orieta. Betty lo enloqueció con la idea de los “estilos”, con los datos de Buenos Aires, en donde se proveía, porque la diferencia de precios, aun sumando flete, costos de viaje, era enorme. Mil veces fue a la casa de los Orieta, fascinado con la creatividad y la generosidad de brindar datos precisos. Ella lo conectó con una gran dama, que fue luego amiga, Pochola ábalos de Suárez. La señora y Roberto tenían “La casona”, una casa de antigüedades excepcional. Casi todo lo de casa es de ese origen.

Paco tenía una visión, imaginación y decisión notables. Un día vio un cajón lleno de vidrios. Averiguó qué era y Roberto le aclaró que se trataba de una araña Luis XVI,pero que no la armaría sin venderla y nadie se arriesgaba al ver un montón de vidrios en un cajoncito de frutas.

— Te lo compro ya. ¿Cuánto?

Armaron la araña y resultó espectacular. Cuando estaba colgada, lista en el centro del salón, era realmente “la estrella” del lugar. Una clienta se “enloqueció”. Ofreció pagarle cash el doble y Pochola, muy segura, dijo: - Hace meses que estuvo tirada en el cajón. Nadie se arriesgó. El Dr. Peralta vio el montículo informe y dijo ¡Quiero! Es para él y la pagará en cómodas cuotas, porque así era la oferta. (Dignidad comercial y actitud personal que tampoco se usan. Doy gracias a Dios por haber conocido el siglo XX).

Las casas de Santiago no eran suficientes. Se fue a La Banda, a sus amigos Jozami y visitó tanto a Jorge, Samir, Armando, como a sus distinguido paciente y amigo, el “tío Tufí” como lo llamamos siempre con cariño. Extrañamos, sinceramente, a todos. Jorge le insistió que no pusiera leñagas sino hiciera estufa con leña; era no sólo más cálido, sino más romántico (me atendió en el parto de mi único hijo bandeño, que lleva marcada a fuego la impronta de la “cuna de poetas y cantores”).

Y como el asedio a los amigos de Santiago y La Banda no era suficiente, les caímos a los de Buenos Aires, Piky Colasantti – Marisabel Larramendy; Héctor Díaz Cordero y María Lilia. La ayuda de Marisabel fue muy importante porque nos conectó con su hermano, arquitecto, cuyas opiniones, consejos, fueron orientadores y el no haber escuchado algunas sugerencias (porque Paco, de último, siempre hacía lo que quería) hoy yo lo pago con “parches” de albañilería – plomería que me hacen repetir: ¡Si lo hubiera escuchado!

Una vez fuimos a una subasta. Paco buscaba un cristalero. Empezó el remate. Yo transpiraba no por el vinito dulce, sino porque lo veía pujar como si tuviéramos con qué pagar. Sucedió un hecho curioso. El martillero, en plena tarea, cayó sobre el atril y yo, siempre metida grité. ¡Aquí hay un cardiólogo! Los condujeron a una habitación contigua. Paco lo examinó. Extendió receta. Cuando trajeron los medicamentos se los administró. Esperó a su lado que hicieran efecto. Cuando el paciente reaccionó le dijo:

—Doctor, Ud. quería el cristalero. Solo no le va a servir porque nunca encontrará mesa y sillas que le hagan juego. Lleve todo. Es suyo. Martillo bajado. Me paga como pueda. (Yo estaba peor que el martillero. ¿De dónde íbamos a sacar para pagar, si apenas nos alcanzaba para una pieza?)

— Mujer, tené fe. Quedate tranquila. Está todo controlado. A pocas cuadras de aquí vive el Negro. Seguro me presta y luego le voy devolviendo.

Así lo hizo, pagó, enviaron los muebles, le reintegramos al amigo lo prestado y se dio con el gusto de tener un juego de comedor muy lindo.

Cada vez que me exaltaba, insistía: Mesutti (así se llamaba el martillero) me enseñó que las cosas comunes se devalúan; los objetos artísticos cobran más valor con el paso de los años. No sé si tiene razón, no sé si pasar sobresaltos por sus decisiones jamás consensuadas fueron correctas.

Lo que sí sé es que Paco pasó por la vida haciendo lo que quiso y yo descubrí que mi mayor virtud es la obediencia. Pasé del Prof. Kobylañski, mi adorado padre, al Dr. Peralta, tan tajante como él y ambos siempre tuvieron razón y obedecerles y seguirlos en sus decisiones fueron una de las mejores cosas que me brindó la vida.

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