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Dejó el marketing para hacer arte y ahora le vende obras a Tinelli y Werthein

22/04/2017 23:01 Economía
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Dejó el marketing para hacer arte y ahora le vende obras a Tinelli y Werthein Dejó el marketing para hacer arte y ahora le vende obras a Tinelli y Werthein

Hasta pasados sus 30, Patricia (o “Pato”, como prefiere que la llamen) Gil Villalobos había fogueado y participado en más de un proyecto creativo: desde las agendas que pintaba para sus compañeros cuando iba a la Escuela Escocesa San Andrés hasta la agencia de marketing y promociones que fundó tiempo antes de terminar de estudiar ambas técnicas en la Fundación de Altos Estudios. Su primer cuadro, sin embargo, lo pintó sin haber asistido a una sola clase de pintura, recién cuando tenía cerca de 33; alrededor de cinco años antes de colgar su colección inaugural. Esa que Marcelo Tinelli adquiriría íntegra para su casa de Punta del Este.

La artista habló sobre qué la llevó a abandonar la empresa que ella misma había creado y cómo fue el camino hasta exponer sus piezas en Shangai y recibir en su atelier a familias como los Werthein y los Macri.

-¿Qué te llevó a reemplazar la vida de empresaria por una más artística?

-Yo era una workaholic. Con mi agencia trabajé para gigantes como Unilever, Arcor, Brahma y Disney. Llegué a emplear hasta a 800 promotoras, hasta que un día me cansé del ritmo que llevaba y me dieron ganas de ser mamá. En esa época tenía un novio californiano que vivía en una casa frente al mar en La Jolla, San Diego. En 2001, cuando largué todo y me fui para allá, decidí que iba a empezar a pintar. La invité por una semana a mi hermana, Rocío Gil, porque ella había estudiado Bellas Artes. Como yo, al final, se terminó quedando 6 meses. Lo primero que pinté, al final, sin ni una clase, fueron cuatro puertas de garage gigantes que mi novio me había dado el permiso de intervenir. Al día siguiente salí en los diarios. Y desde ese momento perdí la noción del tiempo.

-¿Por qué decidiste mudarte a Uruguay?

-Continué mi año sabático en la India e Indonesia, adonde aprendí a meditar, y más tarde en España. En Barcelona conocí a una persona que me habló durante un mes de las lunas naranjas que salían en José Ignacio. Y me vine para acá. Pusimos la chacra gracias a una oportunidad súper barata que encontramos. No había ni un árbol, pero se veía el infinito, y pensé que ese era el lugar para emancipar mi mente para siempre. Yo en Buenos Aires trabajaba, era feliz y exitosa, pero me faltaba paz mental y darle una vuelta de tuerca a mi vida. Estaba entusiasmadísima como emprendedora en el mundo de los negocios, y ahora sigo siéndolo, pero invento ideas para mí en vez de hacerlo para los demás.

-¿Cómo hiciste para llamar la atención de la gente desde un lugar tan aislado?

-Colgué mis primeros cuadros en la chacra y dije que quien quisiera podía venir a verlos. Así, de la nada, el 1 de febrero del 2007 llega un auto a la 1 de la mañana, un auto que venía desde Buenos Aires con diez personas. Yo no tenía ninguna reserva anotada y no tenía idea de quién podía ser. Entonces cuando abren la puerta del auto veo bajar a Marcelo (Tinelli) con Paula y sus chicos. Se quedaron dos horas y media. Vinieron porque les habían gustado las pinturas que había en los postes de la ruta y decidieron pasar a ver más. él antes había sido mi cliente, porque yo le mandaba promotoras al programa. Al final de la noche me dijo que se llevaba los 8 cuadros que había colgado. Fue ahí cuando me dije “tan loca no estoy, tengo que confiar en mi arte”. Después empecé a hacer muestras. Después empezó a traer a sus vecinos y conocidos, por eso vinieron desde Nico Repetto hasta Mauricio Macri. También vendí obras a empresarios como Werthein, Juan Bruchou y la hija de Carolina Herrera.

-¿Esa prensa te bastó para hacer del arte tu nuevo sostén o fue un camino más difícil?

-Cuando uno hace algo con el corazón, apasionada y totalmente, eso se contagia, se destila, se percibe. A mí me decían que tenía muy buen marketing. Pero el marketing es eso, es llevar tu propio mensaje al mercado de la mejor forma y lo más creativamente posible. Yo siempre fui así, de comunicar lo que hago.

-Y con el mundo corporativo, ¿te peleaste para siempre?

-Primero tuve como un distanciamiento de las marcas, pero ahora vivo lo mejor de los dos mundos y armo conceptos para marcas como Dove, Farmacity y Mercedes Benz, entre otras. Trabajo comunicando lo que hago en las redes sociales, y siempre estoy activa, haciendo algo, pintando en algún lugar en vivo. Dono mucha obra a hospitales como el Hospital de Niños o el Garrahan. También pinto murales como el de la terminal de Buquebus. Ahora empecé a dar charlas y di una hace poco para 700 personas en el Sofitel de Montevideo, e hice lo mismo a través de Voces Vitales, la fundación de Hillary Clinton. A partir de eso empecé a viajar con mi familia y hacer lo que yo llamo “happy art venture family trips”, que son como aventures de arte en familia. En 2015 nos fuimos tres meses a los Estados Unidos y pinté en el restaurante Novecento de Midtown Miami, expuse para Voces Vitales. Además me gusta dar talleres en los que propongo casarse con uno mismo.

-¿De qué se trata eso?

-Es algo que para mí es un arte, porque no hay acta de divorcio. Uno viene al mundo solo y se va solo. Entonces para amarse a uno mismo, que es la ley primera e indispensable, hay que conocerse.

-¿Y a China cómo llegaste?

-Un día llegó una persona y me propuso ir a Shangai para participar de una feria latinoamericana de arte, y terminé siendo elegida para mostrar mi obra en el lobby del mega hotel donde se hacía el evento. Con la exposición que hice en el Times Square de Nueva York me pasó lo mismo, vino alguien al atelier y me lo propuso.

-Antes hablabas de que tu familia formó parte de algunos de tus proyectos artísticos. ¿Cómo conjugás ambos mundos?

-Flavio, mi pareja, también es artista. Lo conocí en la playa, cuando él era guardavidas, y yo venía de almorzar con Franco Macri (¡que ese día me había pedido que le enseñe a meditar!). Nosotros somos como una empresa familiar: él hace esculturas, yo las pinto. Nos complementamos y trabajamos en conjunto.

-¿En qué estás trabajando ahora?

-En mayo vengo a Buenos Aires a mostrar mi colección “Mujeres con voz” en una galería de San Isidro.

-¿Hay algún cuadro que te hayan querido comprar y vos no hayas accedido?

-La obra más importante que tengo es mi colección privada, y a veces largo alguna pieza para financiar todo un viaje de arte.

-¿Qué precio tiene tu obra?

-A veces es difícil ponerle un precio, porque mi arte es universal; a mi taller viene gente de Inglaterra, Rusia, Austria, Sudáfrica. Pero en general pueden salir desde U$S 200 hasta U$S 15 mil, aunque tengo una línea de réplicas que ronda los U$S 50 por pieza, para que todo el que quiera pueda experimentar mi obra. Por eso también hago tazas u otras cosas.

-¿En qué otro tipo de proyectos te gustaría embarcarte?

-Soy muy de hacer en el instante. No espero a que todo esté o salga perfecto, sino que voy haciendo, voy disfrutando de ese proceso también, no espero a ser perfecta. A mí lo que me gusta del arte es ese proceso creativo. Por eso cocreo pinturas e invito a gente a mi taller. Me gusta hacer que el otro participe. Porque creo que la vida es así. Cada día es un lienzo en blanco al que uno va dibujando y dándole forma.

-Y una última, ¿quién te gustaría que te compre una obra?

-¡Madonna! Si se saca una foto con el cuadro, hasta se lo regalo.

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