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De la carta al epistolario

13/05/2017 22:49 Viceversa
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De la carta al epistolario De la carta al epistolario

Refleja un trabajo realizado en los archivos epistolares pertenecientes a la Biblioteca Popular Sociedad Sarmiento de Santiago del Estero, constituido en noviembre del 2015. En dicho trabajo sobre Rojas, el investigador Daniel Guzmán describe y explica las relaciones de Rojas con los grupos intelectuales de la provincia, a través de su correspondencia. En el estudio, se muestra como entre 1903 y 1929, Rojas dialogo con conocidas figuras del mundo cultural.

La publicación de las cartas de Ricardo Rojas continúa la Colección Patrimonio Bibliográfico del sello editorial, que busca difundir la sección de cartas de dicha institución y que en este caso, fueron donadas a la biblioteca por Marcos Figueroa, Bernardo Canal Feijóo y Antenor álvarez en distintos tiempos.

En el prólogo de dicho trabajo, Soledad Martínez Zuccardi, escribió en detalles sobre la recopilación de cartas que encaró la Biblioteca Sarmiento:

La reunión, en este volumen, de un conjunto de cartas de Ricardo Rojas supone la construcción de un epistolario. En el epistolario, la carta deja de ser un texto aislado para integrar un texto mayor, en un proceso que implica el pasaje de lo privado a lo público, donde la carta asiste a la “desnaturalización de sus elementos constitutivos”, esa función dominante de comunicar algo a otro.

El epistolario que el presente libro construye y da a conocer configura un conjunto heterogéneo, constituido por cartas dirigidas a destinatarios diversos –figuras, grupos e instituciones de Santiago del Estero– en un arco temporal amplio, que va desde 1903 hasta 1929. Pero, en su heterogeneidad y dispersión, este conjunto encuentra un punto de unión en tanto manifestación del vínculo de Rojas con la provincia de Santiago del Estero. Casi en su totalidad, los textos que lo componen diseñan el perfil de un Rojas muy conectado, desde Buenos Aires, con la vida santiagueña, con sus proyectos educativos, con sus escritores, sus bibliotecas, sus grupos intelectuales.

Se destaca, en el conjunto, la serie dirigida a Antenor álvarez, entonces presidente del Consejo de Educación de la Provincia. Se trata de nueve cartas de una asiduidad notable (entre el 20 y el 28 de septiembre de 1903 Rojas le escribe a álvarez todos los días) y que trasuntan el compromiso de Rojas con la gestión del sistema educativo provincial de los primeros años del siglo XX. Son cartas orientadas a ofrecer apoyo a los proyectos del Consejo (la fundación de “un museo de utilidad social y pedagógica”, la creación de una plaza de ejercicios físicos), a proponer ideas propias (la creación de un zoológico y un jardín botánico regionales, la idea de agregar al museo una sección de industrias santiagueñas y de ciencias naturales, o la de pedirá la Provincia el cuidado del archivo histórico), a brindar consejos (en torno a los términos en los cuales solicitar subvenciones al gobierno nacional, o al armado del museo requiriendo a maestros y alumnos ejemplares de la flora, fauna y gea de cada región). Las cartas están llenas de entusiasmo y de anhelo: “los anhelos de ver mejorada la cultura colectiva de un pueblo para el cual el destino fue tan rudo”, como dice en una de ellas. Por momentos, ese entusiasmo parece llevarlo casi a conminar a álvarez a fundar escuelas “en todo rincón poblado de la provincia”. Con ello “acrecería enormemente la vieja simpatía personal, de su amigo”, le sugiere Rojas.

Otras cartas del epistolario son más bien brevísimas esquelas: de agradecimiento, de donación de libros, de comunicación del interés por participar en una reunión. En ellas predominan esquemas y convenciones de cortesía cristalizados, como la fórmula de inicio en tercera persona (“Ricardo Rojas saluda atentamente a…”), empleada en dos casos. De modo aislado, estas esquelas no son quizá más que meras notas, pero, al ser leídas en el conjunto, emergen como índices de la participación de Rojas en distintos ámbitos de la vida santiagueña. Este modo de lectura permite también trazar comparaciones que resultan reveladoras de las preferencias de Rojas, como la confrontación de la esquela con la que agradece a Mateo Segundo Olmos la dedicatoria de su libro –casi pura fórmula cortés–, con la carta que para agradecer igual gesto escribe a Andrés Figueroa –más extensa y comprometida, que evidencia además el interés por el libro en cuestión–.

Dejando de lado algunas cartas colectivas o institucionales (como las dirigidas al grupo La Brasa, a la Biblioteca Sarmiento y a la Asociación de Damas Patricias de Santiago del Estero), la mayor parte de las cartas del epistolario son personales, privadas. Esta clase de cartas se caracteriza por “encarecer el secreto sobre el contenido” y favorecer “la franqueza en las manifestaciones que se escriben con libertad apoyándose en la confianza que se deposita en el destinatario”. Sin embargo, en las epístolas de Rojas aquí reunidas el “secreto”, la confidencialidad, ese pacto de no difusión que distingue a la carta privada de la pública, no parece estar en primer plano. Aunque son enviadas en su mayoría a un destinatario puntual, cabe pensar que la difusión de su contenido es, en algunos casos, hasta esperable. Así, puede conjeturarse que las ideas e iniciativas sugeridas a álvarez –cuyo rol oficial de Presidente del Consejo de Educación es consignado en cada carta al identificar al destinatario–, pueden haber sido compartidas y discutidas por éste con quienes lo acompañaban al frente del Consejo. Esta probable difusión permite establecer relaciones con la carta pública, que desde la antigüedad existió para que circulase entre varias personas sobre temas políticos o sociales de interés para un grupo de letrados. Y es que, de algún modo, las cartas a álvarez son vehículo de propagación de ideas, como la creencia en torno a que “la acción del consejo no debe reducirse a la escuela sino hacerse extensiva a toda la sociedad” o el señalamiento acerca de que sus sugerencias deben ser apreciadas en su “significado moral”.

Como puede advertirse, se trata de ideas que forman parte del pensamiento de Rojas en torno al papel de la educación, enmarcadas en el horizonte ideológico del nacionalismo cultural, y que el mismo autor desplegaría pocos años después enLa restauración nacionalista, informe sobre educación, de 1909.

No se trata, en el caso de este epistolario, de cartas privadas que abren “un espacio autorreflexivo” en el que yo “da testimonio de sí” y se expone ante la mirada de su interlocutor. Por el contrario, Rojas casi no habla aquí de sí mismo. Una excepción está dada por la carta que dirige a La Brasa en abril de 1928, donde discurre acerca del nombre elegido por el grupo: “Acierto del ingenuo fue llamar con ese nombre a la institución santiagueña que así congrega a algunos soñadores, como un hogar para el amor del espíritu, como una fragua para el trabajo del arte (…)”. Y ese discurrir acerca de La Brasa lleva al epistológrafo a evocar su propia situación, a pensarse a sí mismo: “No teníamos cosa semejante cuando yo empecé a soñar en Santiago, hace más de treinta años, mi brasa fue mi propio corazón, en aquellos días inolvidables (…)”. Curiosamente es una carta colectiva, que prevé ser leída por varios destinatarios en el seno de un grupo, el texto del epistolario donde emerge la reflexión sobre sí. Una mínima apertura hacia el espacio autorreflexivo, que se relaciona probablemente con la brevedad de las cartas que integran el conjunto.

Una última observación: la publicación de un epistolario abre las cartas a una multiplicidad de potenciales lecturas. Ellas pueden convertirse en fuentes, en objetos de estudio para el investigador. Fuentes, por ejemplo, para contribuir al trazado de la historia de las ideas en Santiago del Estero durante las primeras décadas del siglo XX –en especial en relación con núcleos ideológicos como el nacionalismo cultural y el americanismo–, tal como lo hace el completo estudio preliminar de Daniel Guzmán. 

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