Si me aman guardarán mis mandamientos Si me aman guardarán mis mandamientos
mí hará las obras que yo hago y aún mayores,
aquí se promete la presencia del Hijo en el hoy
de los discípulos. La promesa de la presencia
de Dios en la comunidad que atraviesa toda la
tradición bíblica, llega aquí a su cumplimiento.
La venida de Jesús a los suyos, después de la
resurrección, trae como consecuencia la comunión
entre el Hijo y el discípulo y el amor con
que el discípulo será amado por el Padre. El Padre
y el Hijo vendrán a hacer morada en el discípulo.
En ese marco, se enuncia la venida del Espíritu,
el otro paráclito, que estará para siempre
con los discípulos si guardan sus palabras.
Teniendo como telón de fondo la tradición
deuteronómica que señala que amar a Dios y
guardar sus mandamientos son una sola cosa
para Israel llamado a la alianza, Jesús en el
evangelio de Juan nos dice que el que lo ama
guardará sus mandamientos, es decir, creerá
en él, se adherirá a su persona y aceptará su
misión. A éstos, se les anuncia que, por la intervención
del Hijo, el Padre les dará otro Paráclito
“para que esté con ustedes para siempre”.
Después de la marcha de Jesús al Padre,
la promesa de la presencia de Dios en la comunidad
creyente, se realiza gracias al Espíritu.
El Paráclito es el “espíritu de la verdad” a
quién el mundo no puede recibir porque no lo
ve ni lo conoce. Los que se niegan a creer en
el Hijo no lo pueden recibir porque no lo conocen.
Por el contrario, a sus discípulos Jesús les
dice: “ustedes lo conocen porque él permanece
a vuestro lado y estará en ustedes”. El Espíritu
ya estaba junto a los discípulos en el ministerio
de Jesús, pero no actuaba todavía en
ellos. Después de la glorificación del Hijo, el Espíritu
estará en los creyentes, como un río de
agua viva.
Jesús asegura a sus discípulos que no los dejará
huérfanos, su muerte no significa un abandono,
por el contrario, viene a ellos. El Espíritu actuará
en relación con la misión del Hijo, no viene
a suplantarlo, ni a realizar otra misión, es la misma
del Hijo. El Cristo resucitado y glorificado junto
al Padre, es a la vez el “viviente”, el vencedor de
la muerte, y sus discípulos también vivirán porque
gracias a Jesús participarán de la comunión divina.
Después de la resurrección, los discípulos
conocerán de verdad, quién era Jesús de Nazaret:
el Hijo que es uno con el Padre, el Viviente
por excelencia y descubrirán lo que significa para
ellos creer en él.
La fe en Jesús permitirá a los discípulos
conocer la relación de intimidad que hay entre
el Padre y el Hijo y podrán experimentar
la comunión con el Hijo. Más aún, si guardan
los mandamientos de Jesús y lo aman serán
amados por el Padre y el Hijo y éste se manifestará
a ellos, los hará parte de la comunión
divina.
Conclusión
La vuelta de Jesús al Padre no deja a los
discípulos huérfanos, él estará presente de
un modo nuevo: como el Viviente, que vivifica
a los que creen en él, los que cumplen su palabra
y lo aman. Pero a la vez, los discípulos
podrán contar con la “presencia” del Espíritu,
que los ayudará, a llevar adelante la misión del
Hijo. Por eso, si creen en él, serán
amados por el Padre y por
el mismo Hijo glorificado, y
vendrán a habitar en el corazón
de los creyentes. Por
la fe, los discípulos son introducidos
en la comunión
divina, pueden experime
n t a r ya
desde ahora
la Vida de
Dios en sus
vidas.