¡Dejala morir en paz! ¡Dejala morir en paz!
no solo agriaban su existencia,
sino que reflejaban la impotencia
para atenuar la inseguridad de
su futuro.
El médico clínico que lo atendía hacía
relativamente poco, pero conocía
cada etapa de su vida, lo saludó con un
abrazo. Era mucho más que un profesional
para Oscar y un encuentro con él significaba
la oportunidad de descargar, de
transmitir su interioridad.
-¿Cómo es la oscuridad?- repitió
el muchacho a la pregunta del médico
mientras le tomaba la presión- No sé,
siempre viví en ella. Es como si le preguntase
a usted cómo son los colores de
la vida… yo nací ciego.
Mil veces le pedí al cielo poder ver y
solo escuché más silencio.
Mil veces escuché ¡Qué hermoso día!
Y nunca supe por qué… qué era la hermosura,
la belleza.
Mil veces le pregunté a mi madre
¿Qué es la felicidad? Y la pobre corría a
abrazarme sin contestarme nada… lloraba
besando mi cabeza.
Creo que tampoco ella conoció la felicidad.
Desde que tengo memoria siempre
la percibí sola, muchas veces llorando
en su cuarto. Cuando me acercaba,
inmediatamente callaba, pero los gemidos
interiores no podía ocultarlos.
Vivía un mundo demasiado tensionado
y tan solo el refugio en la religión le
permitía superarlo.
Después me hablas de tu madre, necesito
que me hables de vos.
Oscar quedó callado por un tiempo
largo. Vaciló por un momento…
A veces pienso en lo que perdí de vivir
naciendo ciego… y me asusta. Son
tantas las palabras que significan maravillas
para los demás y mi imaginación
jamás pudo vislumbrarlas, entenderlas,
ni justificar su razón.
Hablar un lenguaje donde se pronuncian
ideas, palabras que carecen de
sentido para mí y que debo asumirlas
sin comprenderlas…
Escuchaba a mis amigos jugar a la
pelota, gritar ¡gooolll! Y no podía entender
cómo era el juego y el porqué de la
alegría cuando gritaban. Preguntaba, escuchaba
las respuestas… pero era imposible
comprender.
Sin embargo, la oscuridad me llevó
al silencio, a aislarme desde niño, buscar
un mundo donde podía refugiarme
en mi soledad sin prisa, sin agresiones.
Pero he descubierto también en mi
silencio un universo donde abro la puerta
y me encuentro con los que quiero y
me quieren… es como despertarme cada
día y una voz que me dice que es tiempo
de vivir.
Supongo que esa es la felicidad de la
que hablan los que ven- dijo con sarcasmo.
El médico no perdía palabra del muchacho
mientras lo examinaba. Sus reflexiones
parecían las de alguien que había
atravesado por muchas pruebas, advertía
una madurez poco común para alguien
de su edad, un chico inteligente, a
poco de recibirse de psicólogo.
Lamentablemente, la úlcera gástrica
sangrante contradecía el equilibrio
de sus expresiones. Los gestos de dolor
en el rostro reflejaban una vida cargadas
de tensiones, lejos de la paz interior que
proclamaba.
-Oscar, seguramente estás viviendo
un problema grave o varios, porque tu
cuerpo expresa de muchas maneras lo
que estás sufriendo – le dijo al advertir
que evitaba tocar el problema de fondo.
-¿Qué te pasa? ¿Estás pasando un
tiempo duro? ¿Tenés a alguna persona
con la que puedas charlar?
Los ojos cerrados, deformes, acentuaron
sus movimientos para ambos
lados, dando al rostro una imagen desagradable.
Nuevamente vaciló, hasta
que finalmente decidió romper el dique
del silencio acostumbrado y una sensación
de debilidad le hizo temblar la voz y
sollozar bajando la cabeza.
-Mi mamá se muere. No sé qué va a
ser de mi vida. Ella es todo para mí y tengo
miedo… Mucho miedo. Creí que estaba
preparado para vivir solo, pero… tengo
una sensación de vacío, de miedo que
me es imposible bancar
El profesional hizo un silencio, impactado
por la confesión. Era un hombre
de años, acostumbrado al dolor y a
situaciones de vida de los pacientes que
acudían al consultorio y que le enseñaron
a escuchar, más que recetar remedios.
Se ubicó rápidamente en el drama
del joven ciego y lo que significaba potenciar
la soledad en su universo interior
con la pérdida de la madre.
-Lloré mucho hasta darme cuenta
que las lágrimas tienen el límite de la
brevedad, no solucionan nada. Después
comprendí que ella siguió llorando por
mí hasta perder su vida encerrada, sufriendo
al verme indefenso.
Sabe Doc, terminé aceptando la ceguera
-dijo mintiéndose a sí mismo-, pero
ella percibía un paso más allá… este
tiempo que se aproxima, cuando no esté
para cuidarme.
Me desesperaba crecer, conocer, me
resistía pensar que mi mundo fuera tan
pequeño. En el instituto aprendí Braille
y eso facilitó el ingreso al submundo de
ciegos del que jamás pude abstraerme.
Para peor, cuando me mezclaba con
la gente normal era inevitable sentir la
actitud paternalista, percibir lástima, incluso
subestimación y eso provocaba encerrarme
aún más, hasta que empecé a
aislarme… buscar un lugar donde podía
ser yo.
Desde que me enteré de la enfermedad
de la vieja, cambió mi vida. Entendí
que las palabras son fáciles de expresar,
los problemas son fáciles de discernir en
la teoría… se puede crear demasiadas terapias,
pero lamentablemente la existencia
tiene resortes que no siempre se
pueden cambiar… y es la realidad.
La secretaria golpeó la puerta del
consultorio:
-Dr. llevamos un atraso de una hora
-Gracias Cristina –le contestó- y volvió
su mirada a Oscar.
-Tan solo dos cosas, amigo – mientras
empezaba a escribir en el recetario
los remedios-, es imprescindible que vayas
a un psicólogo, a alguien de tu profesión
para que vomites tanto dolor, lo que
te pasa es producto de acumulación de
estrés que las pastillas pueden morigerar,
pero es imprescindible que puedas
descargarlo en alguien, que tengas una
contención y modifique esa visión que te
hace sufrir.
Debés asumirlo, sos un chango joven
e inteligente, la vida jamás se te va mostrar
exenta de problemas. Los problemas
tienen la importancia de cómo los
enfoques. Me gustaría tener más tiempo
para escucharte… pero, ya ves, me
es imposible. Tenés que buscar la posibilidad
de descargar tu mundo interior
y asumir esta realidad que estás viviendo.
Si sigues así el próximo paso es una
operación.
Lo segundo tiene que ver con tu percepción
sobre el problema. Te he escuchado
hablar sobre tu inseguridad, tu
dolor, tu incertidumbre… y está bien,
pero no podés ser tan infantil para ignorar
la situación de tu madre.
Si vos sufres por eso, tu mamá debe
sufrir infinitamente más, no solo por la
angustia de saber que su tiempo de vivir
termina, sino por verte todo el día hecho
un manojo de nervios y eso multiplica su
dolor.
¡Dejala morir en paz! – casi le gritó
en el rostro para hacerlo reaccionar-, o
pensás que ella no te ve, no te escucha,
no siente en su corazón tu angustia.
El muchacho bajó la cabeza y enmudeció.