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EL LIBERAL . Viceversa

¡Dejala morir en paz!

24/06/2017 21:45 Viceversa
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¡Dejala morir en paz! ¡Dejala morir en paz!

L os fuertes espasmos en el estómago

no solo agriaban su existencia,

sino que reflejaban la impotencia

para atenuar la inseguridad de

su futuro.

El médico clínico que lo atendía hacía

relativamente poco, pero conocía

cada etapa de su vida, lo saludó con un

abrazo. Era mucho más que un profesional

para Oscar y un encuentro con él significaba

la oportunidad de descargar, de

transmitir su interioridad.

-¿Cómo es la oscuridad?- repitió

el muchacho a la pregunta del médico

mientras le tomaba la presión- No sé,

siempre viví en ella. Es como si le preguntase

a usted cómo son los colores de

la vida… yo nací ciego.

Mil veces le pedí al cielo poder ver y

solo escuché más silencio.

Mil veces escuché ¡Qué hermoso día!

Y nunca supe por qué… qué era la hermosura,

la belleza.

Mil veces le pregunté a mi madre

¿Qué es la felicidad? Y la pobre corría a

abrazarme sin contestarme nada… lloraba

besando mi cabeza.

Creo que tampoco ella conoció la felicidad.

Desde que tengo memoria siempre

la percibí sola, muchas veces llorando

en su cuarto. Cuando me acercaba,

inmediatamente callaba, pero los gemidos

interiores no podía ocultarlos.

Vivía un mundo demasiado tensionado

y tan solo el refugio en la religión le

permitía superarlo.

Después me hablas de tu madre, necesito

que me hables de vos.

Oscar quedó callado por un tiempo

largo. Vaciló por un momento…

A veces pienso en lo que perdí de vivir

naciendo ciego… y me asusta. Son

tantas las palabras que significan maravillas

para los demás y mi imaginación

jamás pudo vislumbrarlas, entenderlas,

ni justificar su razón.

Hablar un lenguaje donde se pronuncian

ideas, palabras que carecen de

sentido para mí y que debo asumirlas

sin comprenderlas…

Escuchaba a mis amigos jugar a la

pelota, gritar ¡gooolll! Y no podía entender

cómo era el juego y el porqué de la

alegría cuando gritaban. Preguntaba, escuchaba

las respuestas… pero era imposible

comprender.

Sin embargo, la oscuridad me llevó

al silencio, a aislarme desde niño, buscar

un mundo donde podía refugiarme

en mi soledad sin prisa, sin agresiones.

Pero he descubierto también en mi

silencio un universo donde abro la puerta

y me encuentro con los que quiero y

me quieren… es como despertarme cada

día y una voz que me dice que es tiempo

de vivir.

Supongo que esa es la felicidad de la

que hablan los que ven- dijo con sarcasmo.

El médico no perdía palabra del muchacho

mientras lo examinaba. Sus reflexiones

parecían las de alguien que había

atravesado por muchas pruebas, advertía

una madurez poco común para alguien

de su edad, un chico inteligente, a

poco de recibirse de psicólogo.

Lamentablemente, la úlcera gástrica

sangrante contradecía el equilibrio

de sus expresiones. Los gestos de dolor

en el rostro reflejaban una vida cargadas

de tensiones, lejos de la paz interior que

proclamaba.

-Oscar, seguramente estás viviendo

un problema grave o varios, porque tu

cuerpo expresa de muchas maneras lo

que estás sufriendo – le dijo al advertir

que evitaba tocar el problema de fondo.

-¿Qué te pasa? ¿Estás pasando un

tiempo duro? ¿Tenés a alguna persona

con la que puedas charlar?

Los ojos cerrados, deformes, acentuaron

sus movimientos para ambos

lados, dando al rostro una imagen desagradable.

Nuevamente vaciló, hasta

que finalmente decidió romper el dique

del silencio acostumbrado y una sensación

de debilidad le hizo temblar la voz y

sollozar bajando la cabeza.

-Mi mamá se muere. No sé qué va a

ser de mi vida. Ella es todo para mí y tengo

miedo… Mucho miedo. Creí que estaba

preparado para vivir solo, pero… tengo

una sensación de vacío, de miedo que

me es imposible bancar

El profesional hizo un silencio, impactado

por la confesión. Era un hombre

de años, acostumbrado al dolor y a

situaciones de vida de los pacientes que

acudían al consultorio y que le enseñaron

a escuchar, más que recetar remedios.

Se ubicó rápidamente en el drama

del joven ciego y lo que significaba potenciar

la soledad en su universo interior

con la pérdida de la madre.

-Lloré mucho hasta darme cuenta

que las lágrimas tienen el límite de la

brevedad, no solucionan nada. Después

comprendí que ella siguió llorando por

mí hasta perder su vida encerrada, sufriendo

al verme indefenso.

Sabe Doc, terminé aceptando la ceguera

-dijo mintiéndose a sí mismo-, pero

ella percibía un paso más allá… este

tiempo que se aproxima, cuando no esté

para cuidarme.

Me desesperaba crecer, conocer, me

resistía pensar que mi mundo fuera tan

pequeño. En el instituto aprendí Braille

y eso facilitó el ingreso al submundo de

ciegos del que jamás pude abstraerme.

Para peor, cuando me mezclaba con

la gente normal era inevitable sentir la

actitud paternalista, percibir lástima, incluso

subestimación y eso provocaba encerrarme

aún más, hasta que empecé a

aislarme… buscar un lugar donde podía

ser yo.

Desde que me enteré de la enfermedad

de la vieja, cambió mi vida. Entendí

que las palabras son fáciles de expresar,

los problemas son fáciles de discernir en

la teoría… se puede crear demasiadas terapias,

pero lamentablemente la existencia

tiene resortes que no siempre se

pueden cambiar… y es la realidad.

La secretaria golpeó la puerta del

consultorio:

-Dr. llevamos un atraso de una hora

-Gracias Cristina –le contestó- y volvió

su mirada a Oscar.

-Tan solo dos cosas, amigo – mientras

empezaba a escribir en el recetario

los remedios-, es imprescindible que vayas

a un psicólogo, a alguien de tu profesión

para que vomites tanto dolor, lo que

te pasa es producto de acumulación de

estrés que las pastillas pueden morigerar,

pero es imprescindible que puedas

descargarlo en alguien, que tengas una

contención y modifique esa visión que te

hace sufrir.

Debés asumirlo, sos un chango joven

e inteligente, la vida jamás se te va mostrar

exenta de problemas. Los problemas

tienen la importancia de cómo los

enfoques. Me gustaría tener más tiempo

para escucharte… pero, ya ves, me

es imposible. Tenés que buscar la posibilidad

de descargar tu mundo interior

y asumir esta realidad que estás viviendo.

Si sigues así el próximo paso es una

operación.

Lo segundo tiene que ver con tu percepción

sobre el problema. Te he escuchado

hablar sobre tu inseguridad, tu

dolor, tu incertidumbre… y está bien,

pero no podés ser tan infantil para ignorar

la situación de tu madre.

Si vos sufres por eso, tu mamá debe

sufrir infinitamente más, no solo por la

angustia de saber que su tiempo de vivir

termina, sino por verte todo el día hecho

un manojo de nervios y eso multiplica su

dolor.

¡Dejala morir en paz! – casi le gritó

en el rostro para hacerlo reaccionar-, o

pensás que ella no te ve, no te escucha,

no siente en su corazón tu angustia.

El muchacho bajó la cabeza y enmudeció.

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