Evangelio según San Mateo 7,15-20. Evangelio según San Mateo 7,15-20.
Tengan cuidado de los falsos
profetas, que se presentan
cubiertos con pieles de
ovejas, pero por dentro son
lobos rapaces.
Por sus frutos los reconocerán.
¿Acaso se recogen
uvas de los espinos o higos
de los cardos?
Así, todo árbol bueno
produce frutos buenos y todo
árbol malo produce frutos
malos.
Un árbol bueno no puede
producir frutos malos, ni
un árbol malo, producir frutos
buenos.
Al árbol que no produce
frutos buenos se lo corta y se
lo arroja al fuego.
Por sus frutos, entonces,
ustedes los reconocerán.
Comentario
En el Evangelio de hoy,
Jesús nos da un criterio para
distinguir las apariencias
de la verdad: mirar los frutos,
fijarnos en los efectos de lo
que hacemos o decimos.
Así es el Reino de Dios:
una pequeña semilla que se
la conoce por sus efectos.
No por su apariencia, no por
su ostentación... A veces, incluso,
puede parecer insignificante.
Sin embargo, sin que
se sepa cómo, va creciendo y
dando fruto.
En un viñedo, se remueve
la tierra que hay alrededor de
los pies de la vid y se escardan
las malas hierbas.
También el hombre debe
escardarse, tan profundamente
atento debe estar
a lo que pudiera haber todavía
en él de esas hierbas
y arrancarlas desde el fondo
de su ser, para que el Sol
divino pueda acercársele de
manera más inmediata y brillar
en él.
Si tú dejas que la fuerza
de lo alto haga su obra..., el
sol llega a ser esplendoroso,
lanza sus rayos ardientes sobre
los frutos y les hace ser
cada vez más transparentes.
Su dulzura es cada vez
mayor, la piel que los envuelve
es cada vez más delgada.
Los obstáculos que se interponen
llegan a ser, finalmente,
tan tenues que reciben
sin cesar los toques divinos
de muy cerca.
Tan a menudo y de inmediato
que uno se gira hacia
él, se encuentra siempre en
el interior del brillante divino
Sol con mucho más esplendor
que todos los soles que
jamás han brillado sobre el
firmamento. Y así en el hombre
todo es deificado hasta el
punto que no siente, ni gusta,
ni conoce nada en verdad
más que Dios, con un conocimiento
fundamental, y este
conocimiento sobrepasa en
mucho el modo de conocer
de nuestra razón.
Finalmente se arrancan
también las hojas de los sarmientos
para que el sol pueda
llegar sobre los frutos sin encontrar
obstáculo alguno.
E igualmente pasa con
los hombres: todo lo que hace
de intermediario, cae y todo
lo reciben de manera inmediata.
Caen las oraciones,
las representaciones de los
santos, las prácticas de devoción,
los ejercicios.
Ahora bien, que el hombre
se guarde mucho de rechazar
estas prácticas antes que
caigan por sí mismas.
Cuando se llega a este
grado, el fruto resulta tan
indeciblemente dulce que
ningún razonamiento puede
comprenderlo...
Ya no se es más que uno
con la dulzura divina, de forma
que nuestro ser está totalmente
penetrado del Ser
divino en el que el hombre
se pierde como una gota de
agua en un gran barril de vino...
En este estado las buenas
intenciones, la humildad,
no son sino una simplicidad,
un misterio tan esencialmente
suave que apenas se llega
a tomar conciencia de ello.
Jesús es el árbol sano
que da frutos sanos. Quien
se acerca a él, recibe salud
y se le curan sus heridas
para poder ser, también,
portador de buenos frutos,
por el Espíritu.