Vengan a mí todos los que sufren, yo los aliviaré - Mateo 11, 25-30 Vengan a mí todos los que sufren, yo los aliviaré - Mateo 11, 25-30
porque ha revelado
los misterios del Reino
a los pequeños y los ha ocultado a los sabios. Los sabios representan a diversos
grupos: los maestros
de sabiduría de Israel,
los “discípulos de la sabiduría”, los seguidores de grupos apocalípticos, los miembros de sectas (ejemplo Qumrán) y sobre
todo los “letrados”. Es decir, se trata de la aristocracia
religiosa de Israel. Paradójicamente, el Padre
ha revelado el Reino a los pequeños: a los pobres,
los excluidos de la sociedad judía: campesinos,
mujeres, galileos, que para la consideración general tenía limitado el acceso a Dios porque no “conocían” la Torá y las tradiciones rabínicas. A ellos, el Padre les revela el Reino que se hace presente
en el actuar poderoso
de Jesús, el Hijo. Y el Hijo da a conocer a su Padre
por toda su actividad. Al inaugurar en la tierra el Reino de su Padre, cada
uno de los gestos de autoridad hacia los hombres
(enfermos, pecadores
o fariseos endurecidos)
revela la voluntad y el designio de Dios para la humanidad entera.
Rechazado por las ciudades
y por la oligarquía judía, Jesús se vuelve hacia
los pobres, hacia los marginados por un sistema
religioso basado en la práctica vacía de preceptos
legales. Una religión sin espíritu, que se había olvidado de los “huérfanos
y las viudas”, una religión
vacía de justicia, misericordia y amor. A éstos pobres, Jesús llama
a seguirlo y les ofrece
la “gratuidad” de la salvación,
porque él es manso
y humilde de corazón. Jesús los vincula a su persona
y a la alegría que el Reino trae a la humanidad.
Jesús dará alivio a los que cargan con el yugo de un legalismo religioso, de una moral que es exigida
sin haber anunciado
la alegría de la salvación.
Los que siguen a Jesús,
se hacen sus discípulos,
encontrarán en él, alivio,
descanso a sus penas. Serán los bienaventurados,
los que ya desde ahora
gozan de las alegrías del Reino.
Conclusión
La lógica de Dios pone en entredicho las costumbres
de los hombres. No son los sabios los destinatarios
privilegiados del Reino, sino los pobres, los excluidos. A ellos llama
Jesús a seguirlo y desde
ellos y en solidaridad con ellos al resto de los hombres. El Reino que inaugura Jesús con toda
su actividad (palabras y signos, muerte y resurrección)
invierte la lógica
humana que pretende construir un mundo desde
el poder, desde la sabiduría
de los poderosos. Ahora, son los pobres a quiénes el Padre revela su salvación, y a quiénes el Hijo invita a que lo sigan.
Este llamado nace de la gratuidad de Dios que promueve la vida humana
en todas sus manifestaciones,
y quiere que sus hijos vivan en dignidad. Esta es la lógica de Dios, la lógica del amor hecho servicio que se revela en el misterio de Jesús. Los legalismos y las religiones
evasivas, ahora dejan de tener vigencia. En Jesús
el Reino es gratuidad y amor que se expresa en la solidaridad con los pequeños
de la tierra. El Reino trae una nueva humanidad
y un nuevo modo
de vivir nuestra relación
con Dios.