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EL LIBERAL . Santiago

Las primeras producciones de algodón en 1556

24/07/2017 21:29 Santiago
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Las primeras producciones de algodón en 1556 Las primeras producciones de algodón en 1556

Las primeras semillas de algodón fueron introducidas en 1556 por Hernán Mejía de Mirabal desde Chile y la fabricación de ropa –conocida como “ropas de la tierra” o “ropas del Tucumán”- abastecía a las poblaciones mineras potosinas, alcanzando las ventas del Tucumán a Potosí un valor de $100.000 sobre finales del siglo XVI (Dargoltz, 1991). El Padre Reginaldo de Lizárraga escribió en la “Descripción Colonial”: “es toda la provincia... abundante de trigo, maíz y algodón, cuando no se les yela, siémbranlo como cosa importante, es la riqueza de la tierra; con ellos se hace mucho lienzo de algodón tan ancho como holanda, uno más delgado que otro, y cantidad de pavilo, medias de puncto, alpargatas, sobrecamas, y otras cosas por las cuales de Potosí les traen reales” (Di Lullo, 1937). Emilio Coni sostiene que  “no circulando en el Tucumán del siglo XVI ni plata ni oro, el lienzo de algodón hacía a las veces de moneda, tasado por lo general en 4 reales la vara... y hasta el salario del gobernador se abonaba en lienzo”. Lo que llevó al gobernador Ramírez de Velazco a expresar que “el algodón es la plata desta tierra” (A. Lascano, 1992).

En general los historiadores rescatan las producciones de algodón en Tucumán como un bien muy preciado y porque, además, habría dado inicio al comercio internacional desde Santiago del Estero, emprendimiento del que participó activamente el obispo Victoria y por el que se celebra el 2 de setiembre el Día Nacional de la Industria, recordando la primera venta al exterior efectuada a través del puerto de Buenos Aires. Veamos como relata Alen Lascano esta primera exportación: “... el algodón santiagueÑo fue la piedra inicial del comercio internacional argentino. Y al obispo Victoria cupo la gloria de inaugurar el intercambio con el extranjero mediante la exportación de productos de la gobernación enviados en carros y carretones al puerto de Buenos Aires. Este cargamento constituyó la primera exportación de artesanías nativas al exterior. De esta manera se habilitó el Libro de la Tesorería del Puerto, comúnmente llamado de la Aduana porteÑa. Su salida se hizo en navíos fletados al Brasil el 2 de setiembre de 1587...fue valuada en 77.368 reales, consecuencia del envío de 30 carretadas de lana, cordobanes, frazadas, sobrecamas, artículos de cuero y maderas. Se trajeron en retorno ropas finas, campanas, calderas y objetos de cobre, hierro y bronce para el culto y las necesidades diarias. La expedición se hizo en la nave San Antonio, pero a despecho de críticas y diatribas, el obispo perdió lo invertido, pues a más de un naufragio e incendio, las autoridades porteÑas requisaron todo lo importado. Y de otra forma no habría podido subsistir dada la pobreza de la diócesis, y sus afanes impulsivos por edificar templos y dar progreso a su iglesia, y al hospital santiagueÑo. Baste decir por último, que después de su muerte, su sucesor Trejo y Sanabria aún invertía lo que dejara Victoria, en las obras de reconstrucción y mantenimiento de la Catedral de Santiago”. “Lo real es que esta acción  molestaba al comercio limeÑo porque abría una nueva ruta marítima desde el Tucumán y lo vinculaba al Río de la Plata y, en lo social, por las resistencias despertadas a raíz de la prédica antiencomiendas que hacían los jesuitas, traídos  a costa exclusiva de Victoria” (A. Lascano, 1992).

FUNCIONAMIENTO DEL OBRAJE DE PAÑOS

El algodón fue, para el Tucumán y especialmente para Santiago del Estero, lo que el oro y la plata para el Perú. En función de ello, prontamente se instalaron “lugares de explotación” llamados “obrajes” (Di Lullo, 1937) “repartimiento de indios dedicados al tejido, hilado y teÑido de los paÑos de algodón ... lugares sombríos, techados de ramas, cercados de muros de adobes ...” en los que la mano de obra era básica y principalmente femenina, a pesar de que allí vivieran hombres, mujeres y niÑos. La producción diaria –promedio- de una india era de una onza de hilado, o 60 varas de lienzo al aÑo que costaban treinta pesos. Eran verdaderas fábricas de tejidos de la producción precapitalista (A. Lascano, 1992).

Una carta que enviara el licenciado Padilla al rey Felipe IV nos permite acercarnos a la comprensión de lo que ingresar a trabajar en un obraje de paÑo significaba para los nativos y como las políticas de seducción pasaban por adelantarles ropa, dinero y un poco de vino. De todos modos, Di Lullo (1937) sospecha que el trabajo debía ser demasiado y pocas las ganancias, lo que explicaría que recurrentemente, los nativos procuraran huir de los obrajes. Para esos casos, estaban montado verdaderos operativos de caza de los prófugos a cargo de los “guatacos”, personajes especializados en esta tarea que, si no volvían con los  escapados en calidad de prisioneros, tomaban a cualquier familiar que encontraran y lo llevaban al obraje. Las “Memorias Secretas” de Julián Ulloa, relatan los sufrimientos de los que los indígenas no podían escapar y como se veían obligados a aceptar cualquier cosa que el encomendero les quisiera dar. Por ejemplo, la comida con que los alimentaban, generalmente formaban parte de lo que para el encomendero eran desechos (“reses que se mueren infestada, maíz o cebada que se les ha daÑado...)” (Di Lullo, 1937).

Los Cabildos enviaban visitadores a los obrajes para tratar de controlar los abusos y en 1622, el Consejo de Indias recomendaba no dejar las visitas en el puro formalismo ni ejecutar alianzas con los obrajeros, lo que nos lleva a suponer que las recomendaciones del Consejo no solo no eran cumplidas sino que los dueÑos de los obrajes compensaban satisfactoriamente a los inspectores. Por lo que se hace necesario sancionar la ordenanza de obrajes en julio de 1664, reglamentando jornales, horarios de trabajo, tiempo libre para atender sus animales, salarios en dinero, etc.

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