La poesía goza de buena salud La poesía goza de buena salud
“Post iucundam
iuventutem,
post molestam
senectutem, nos
habebit humus.”
Me llegan desde lejos
las noticias del pago
y las diversas opiniones
y reacciones
casi eternas sobre la
vieja y la nueva poesía,
la rediviva confrontación
entre los que están
hace tiempo y los
que vienen llegando a
este maravilloso mundo.
Mi experiencia de
nueve años en las Comisiones
Nacionales
de selección de libros
para todas las escuelas
del país, en una acción
sostenida y profundamente
federal, de
la que nacieron las bibliotecas
de los jardines
de infantes, de las
escuelas primarias y
de las secundarias, le
otorga alguna legitimidad
a mi voz.
Comparto con los
lectores de este prestigioso
diario la bienvenida
que recibieron
las bibliotecas para el
Nivel Secundario, entre
las que se encuentran
una de narrativa,
con autores clásicos
(del pasado, diríamos)
y otros modernos, que
se hallan en plena etapa
de producción; la
biblioteca Eduardo Galeano,
con todos los
textos del autor y la
Juan Gelman, la primera
exclusiva de poesía,
integrada por 1300
textos, también clásicos
(con perdón de la
reducción epistemológica),
otros modernos
y otros muy modernos.
Aprovecho para relatar
una anécdota en
aquella semana en que
nos tocó leer infinidad
de poemas, con colegas
de todo el país.
Esa misma polémica
que parece sobrevolar
nuestras letras
por estos días, nos encontró
en encendidas
charlas. En un momento
de las deliberaciones,
después de haber
seleccionado los “clásicos”,
los que “debían
estar”, porque el tiempo
y la calidad les habían
otorgado ese lugar,
comenzaron a
aparecer otras voces
que la mayoría de los
seleccionadores desconocíamos.
Y no porque
no estuviéramos
preparados para la tarea,
sino que el volumen
era tan importante
y los textos tan variados,
desde lo experimental
pasando por
todas las vanguardias
posibles, que decidimos
guiarnos por los
prólogos de dos de los
libros presentados para
empaparnos de esta
“nueva poesía” que
nos sorprendía y nos
extrañaba, pero no por
ello nos sentíamos capaces
de desmerecer.
Recuerdo que una
tarde, después del trabajo,
decidimos visitar
la editorial Milena
Cacerola, que –dicho
sea de paso, aunque
se trate de narrativahace
unos días publicó
una novela de una talentosa
escritora santiagueña,
la joven Alejandra
Zanni, presentada
por otro valor de
nuestras letras, Daniela
Rafael.
Compramos por entonces
casi todos los
libros que habían sido
expuestos para su selección,
porque queríamos
saber de qué
hablábamos cuando
nos referíamos a la
poesía. Y leímos mucho,
y una cantidad
importante de esos libros
están en las escuelas
para que nuestros
jóvenes los lean.
Y eso es saludable.
Muy saludable.
Santiago es guitarra
y copla, pero también
grito, sentimiento,
vanguardia, caminos
que van marcando
un rumbo que quizás,
algún día, nos
traiga nuevos clásicos.
Me alegra que la poesía
goce de buena salud.
En el país y en mi
pago. Es cierto que
hay generaciones desaparecidas,
pero también
para la medicina,
la ingeniería, las artes.
Diría el ilustre Ricardo
Dino que yo pertenezco
a la generación
del 70. Y me siento
del otro lado. Pero
sigo buscando, creo,
como todos, ese tono
que le permita a nuestra
voz hacer vibrar al
otro. No al colega, no
al amigo, sino al que
no sabe quién está detrás
de esas palabras
que lo conmueven.
Nos hemos aplaudido
mucho tiempo entre
nosotros. Es hora
de que nos escuchemos
y nos respetemos,
porque, por un lado,
hay lugar para todos,
y, por otro, todos terminaremos
después de
la alegre juventud y la
molesta vejez, debajo
de la tierra, como dice
el epígrafe de este
artículo…, y la poesía
nos sobrevivirá.