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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Lucas 1,39-56.

14/08/2017 23:08 El Evangelio
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Evangelio según San Lucas 1,39-56. Evangelio según San Lucas 1,39-56.

María partió y fue sin demora

a un pueblo de la montaña

de Judá.

Entró en la casa de Zacarías

y saludó a Isabel.

Apenas ésta oyó el saludo

de María, el niño saltó de alegría

en su seno, e Isabel, llena

del Espíritu Santo, exclamó:

“¡Tú eres bendita entre todas

las mujeres y bendito es el

fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo, para que la

madre de mi Señor venga a visitarme?

Apenas oí tu saludo, el niño

saltó de alegría en mi seno.

Feliz de ti por haber creído

que se cumplirá lo que te fue

anunciado de parte del Señor”.

M

aría dijo entonces: “Mi alma

canta la grandeza del Señor,

y mi espíritu se estremece

de gozo en Dios, mi Salvador,

porque el miró con bondad la

pequeñez de tu servidora.

En adelante todas las generaciones

me llamarán feliz”.

Porque el Todopoderoso

ha hecho en mí grandes cosas:

¡su Nombre es santo!

Su misericordia se extiende

de generación en generación

sobre aquellos que lo temen.

D

esplegó la fuerza de su

brazo, dispersó a los soberbios

de corazón.

Derribó a los poderosos

de su trono y elevó a los humildes.

Colmó de bienes a los

hambrientos y despidió a los

ricos con las manos vacías.

Socorrió a Israel, su servidor,

acordándose de su misericordia,

como lo había prometido

a nuestros padres, en

favor de Abraham y de su descendencia

para siempre”.

María permaneció con Isabel

unos tres meses y luego

regresó a su casa.

Comentario

Templo viviente de la divinidad

santísima del Hijo único,

Madre de Dios, verdaderamente,

lo repito con agradecimiento,

tu asunción no te ha

alejado de los cristianos. Sigues

viviendo de manera imperecedera

y, sin embargo,

no permaneces lejos de este

mundo perecedero; al contrario,

estás cerca de los que

te invocan, y los que te buscan

con fe te encuentran. Era

necesario que tu espíritu quedara

para siempre fuerte y viviente

y que tu cuerpo fuera

inmortal. En efecto, ¿cómo la

disolución de la carne hubiera

podido reducir tu cuerpo a

polvo y ceniza siendo así que

tú has liberado al hombre de

la ruina de la muerte por la encarnación

de tu Hijo?...

Un niño busca y desea a su

madre, y a la madre le gusta

vivir con su hijo; de la misma

manera, puesto que tenías en

tu corazón un amor maternal a

tu Hijo y a tu Dios, era normal

que habías de volver cerca de

él, y Dios, a causa de su amor

filial hacia ti debía, muy justamente,

concederte participar

de su condición. Así, muerta

a las cosas perecederas, has

emigrado a las moradas imperecederas

de la eternidad en

donde resides Dios con quien

compartes desde ahora la vida...

T

ú has s ido su morada

corporal; y ahora es él

quien, a cambio, se ha hecho

la mansión de tu descanso.

“Este es, dice él, el lugar

de mi descanso por los siglos

de los siglos” (Sl 131,14). Este

lugar de descanso, es la carne

que él revistió después de

haberla tomado de ti, Madre

de Dios, la carne en la cual,

así lo creemos, se presentó

en el mundo presente y se

presentará en el mundo futuro

cuando vendrá a juzgar

a los vivos y a los muertos.

Puesto que tú eres la mansión

de su descanso eterno,

te ha sacado de la corrupción

y te ha hecho morar con

él queriendo guardarte en

su presencia y en su afecto.

Por esto, todo lo que tú le pides

como lo hace una madre

atenta a sus hijos, y todo lo

que tú deseas, lo cumple con

su poder divino, el, bendito por la eternidad.

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