Evangelio según San Mateo 18,21- 35.19,1. Evangelio según San Mateo 18,21- 35.19,1.
“Señor, ¿cuántas veces
tendré que perdonar a mi
hermano las ofensas que me
haga? ¿Hasta siete veces?”.
Jesús le respondió: “No te
digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los
Cielos se parece a un rey que
quiso arreglar las cuentas
con sus servidores.
Comenzada la tarea, le
presentaron a uno que debía
diez mil talentos.
Como no podía pagar, el
rey mandó que fuera vendido
junto con su mujer, sus hijos
y todo lo que tenía, para saldar
la deuda.
El servidor se arrojó a sus
pies, diciéndole: “Señor, dame
un plazo y te pagaré todo”.
El rey se compadeció, lo
dejó ir y, además, le perdonó
la deuda.
Al salir, este servidor encontró
a uno de sus compañeros
que le debía cien denarios
y, tomándolo del cuello
hasta ahogarlo, le dijo: “Págame
lo que me debes”.
El otro se arrojó a sus
pies y le suplicó: “Dame un
plazo y te pagaré la deuda”.
Pero él no quiso, sino que
lo hizo poner en la cárcel hasta
que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al
ver lo que había sucedido, se
apenaron mucho y fueron a
contarlo a su señor.
Este lo mandó llamar y le
dijo: “¡Miserable! Me suplicaste,
y te perdoné la deuda.
¿No debías también tú tener
compasión de tu compañero,
como yo me compadecí
de tí?”.
E indignado, el rey lo entregó
en manos de los verdugos
hasta que pagara todo lo
que debía.
Lo mismo hará también mi
Padre celestial con ustedes,
si no perdonan de corazón a
sus hermanos”.
Cuando Jesús terminó de
decir estas palabras, dejó la
Galilea y fue al territorio de
Judea, más allá del Jordán.
Comentario
El Señor nos obliga a perdonar
las ofensas de los que
nos han ofendido, tal como
nosotros pedimos que nos
perdone las nuestras (Mt
6,12). Hemos de saber que no
podemos obtener lo que pedimos
en lo referente a nuestros
pecados, si no hacemos
lo mismo con los que han pecado
contra nosotros. Por
esto Cristo dice en otra parte:
“La medida que usaréis
la usarán también con vosotros”
(Mt 7,2). Y el siervo que,
después de haber sido perdonado
de toda su deuda, no
ha querido hacer él lo mismo
con el compañero de servicio
que le debía, es metido
en la cárcel. Porque no quiso
tener compasión con su
compañero, perdió lo que su
amo le había concedido gratuitamente.
Y esto, Cristo lo
establece aún con más fuerza
en sus preceptos, cuando
decreta...: “Cuando os pongáis
a orar, perdonad lo que
tengáis contra otros, para
que también vuestro Padre
del cielo os perdone vuestras
culpas. Pero si no perdonáis,
tampoco vuestro Padre que
está en el cielo os perdonará
vuestras culpas” (Mc 11,25-
26).
Cuando Abel y Caín ofrecieron
los primeros sus sacrificios,
no fueron su ofrendas
lo que Dios miró, sino su
corazón (Gn 4,3s). Aquel cuya
ofrenda le agradó, es aquel
cuyo corazón le agradaba.
Abel, pacífico y justo, ofreciendo
en su inocencia un
sacrificio a Dios, enseñaba
a los demás a acercarse con
el temor de Dios a ofrecer su
ofrenda sobre el altar, con un
corazón sencillo, el sentido
de la justicia, y mereció llegar
a ser él mismo una preciosa
ofrenda y dar el primer testimonio
de martirio. Prefiguró,
por la gloria de su sangre, la
Pasión del Señor, porque poseía
la justicia y la paz del Señor.
Los hombres semejantes
a él son los que se ven coronados
por el Señor, y que, en
el día del juicio, obtendrán la
justicia.