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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Lucas 4,16-30.

03/09/2017 22:00 El Evangelio
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Evangelio según San Lucas 4,16-30. Evangelio según San Lucas 4,16-30.

Jesús fue a Nazaret, donde

se había criado; el sábado

entró como de costumbre en

la sinagoga y se levantó para

hacer la lectura. Le presentaron

el libro del profeta Isaías y,

abriéndolo, encontró el pasaje

donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor está

sobre mí, porque me ha consagrado

por la unción. él me

envió a llevar la Buena Noticia

a los pobres, a anunciar la liberación

a los cautivos y la

vista a los ciegos, a dar la libertad

a los oprimidos y proclamar

un año de gracia del

Señor. Jesús cerró el Libro, lo

devolvió al ayudante y se sentó.

Todos en la sinagoga tenían

los ojos fijos en él.

Entonces comenzó a decirles:

“Hoy se ha cumplido

este pasaje de la Escritura

que acaban de oír”. Todos daban

testimonio a favor de él y

estaban llenos de admiración

por las palabras de gracia que

salían de su boca. Y decían:

“¿No es este el hijo de José?”.

Pero él les respondió: “Sin

duda ustedes me citarán el refrán:

‘Médico, cúrate a ti mismo’.

Realiza también aquí, en

tu patria, todo lo que hemos

oído que sucedió en Cafarnaún”.

Después agregó: “Les aseguro

que ningún profeta es

bien recibido en su tierra.

Yo les aseguro que había

muchas viudas en Israel

en el tiempo de Elías, cuando

durante tres años y seis meses

no hubo lluvia del cielo y

el hambre azotó a todo el país.

Sin embargo, a ninguna de

ellas fue enviado Elías, sino a

una viuda de Sarepta, en el

país de Sidón.

También había muchos leprosos

en Israel, en el tiempo

del profeta Eliseo, pero ninguno

de ellos fue curado, sino

Naamán, el sirio”.

Al oír estas palabras, todos

los que estaban en la sinagoga

se enfurecieron y, levantándose,

lo empujaron

fuera de la ciudad, hasta un

lugar escarpado de la colina

sobre la que se levantaba la

ciudad, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús, pasando en

medio de ellos, continuó su

camino.

Comentario

“Mi alma está turbada”,

oh Dios, por el recuerdo de

mis pecados; “entonces me

acuerdo de ti en el país del

Jordán”, es decir, acordándome

de cómo has purificado a

Naaman el leproso en su humilde

abajamiento... “Bajó y

se lavó siete veces en el Jordán,

tal como se lo había indicado

el hombre de Dios, y

quedó purificado”. Desciende

tú también, alma mía, desciende

del carro del orgullo a

las aguas saludables del Jordán,

el cual, de la fuente de la

casa de David, baja ahora sobre

el mundo entero “para lavar

todo pecado y toda suciedad”.

Con toda seguridad que

esta fuente es la humildad de

la penitencia, que fluye al mismo

tiempo gracias a un don de

Cristo y gracias a su ejemplo,

y que, predicada desde ahora

sobre la tierra, lava los pecados

del mundo entero... Nuestro

Jordán es un río puro, a los

soberbios les será imposible

acusarte, si te hundes enteramente

en él, si te sepultas, por

así decir, en la humildad de

Cristo... Ciertamente que es

único nuestro bautismo, pero

una tal humildad rebautiza.

En efecto, no reitera la muerte

de Cristo pero realiza la mortificación

y sepultura del pecado,

y lo que, sacramentalmente,

se ha realizado en el bautismo,

en esta nueva forma se

le da pleno cumplimiento.

Sí, una tal humildad, abre

los cielos y nos devuelve el

espíritu de adopción; el Padre

reconoce a su hijo, reformado

en la inocencia y la pureza

de un hijo regenerado. Por

eso la Escritura, menciona

acertadamente, que la carne

de Naaman se ha restablecido

como la de un niño recién

nacido... Nosotros, que

hemos perdido la gracia de

nuestro primer bautismo nos

toca no temer el abajamiento

cada día más profundo... con

Cristo.

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