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EL LIBERAL . Padre Koffi Gilbert

La Pastoral de la Escucha

10/09/2017 00:11 Padre Koffi Gilbert
Escuchar:

La Pastoral de la Escucha La Pastoral de la Escucha

Hoy quiero hablar de un tema

que muchas veces no le damos

la importancia que se merece:

la Pastoral de la Escucha,

porque hay muchas formas de

vivir nuestra fe para ayudar y recibir

consejos. Escuchar al otro

es un servicio que los cristianos

debemos practicar. Hay parroquias

y diócesis en las que se habla

del Ministerio de la Escucha,

pero debemos ver bien qué quiere

decir la Pastoral de la Escucha.

La auténtica escucha es un

acto de amor. Puede ser el cura

que ayuda a superar las dificultades

o los amigos cuando hay

problemas. A veces podemos

pensar que ir a ver a un sacerdote

o a un obispo es únicamente

para la confesión; y sí se puede

vivir de esta manera. Los sacerdotes

y amigos no son psicólogos,

pueden serlo, pero es diferente,

porque hay muchas técnicas

que se les puede pasar.

Nosotros, como cristianos,

estamos para ayudar a los demás,

no sólo en la parte material

sino también en la parte espiritual,

que es ayudarse mutuamente.

Escuchar es un cuidado pastoral,

que quiere decir la presencia

cristiana en la vida de alguien,

que simplemente quiere

hablar de su vida y sus desconcertantes

problemas. ¿Qué hacer

entonces? Hay que llegar a

estimular a la persona; se trata

de un estímulo cristiano. Si la

persona viene a hablarnos hay

que oír, porque necesita un desahogo.

Primero hay que dejar

que esa persona se libere, que

tenga confianza para hablarnos.

Para empezar, debemos comportarnos

como un amigo cristiano,

no como especialista, porque

esa persona viene para pedir

nuestra opinión, buscar un

consejo y una orientación para

su vida.

Nosotros, como sacerdotes,

no debemos quedar en sólo esas

doctrinas, sino primero ver la

realidad, quién viene, qué quiere

y qué necesita. La gente quiere

expresarse y quiere que alguien

la escuche, no viene para

recibir condenaciones, no viene

a un tribunal para que sea juzgada.

Viene para decir lo que tiene

adentro, que le cuesta y que

le da pena.

Por eso, escuchar con atención

es muy importante. Debemos

tomarnos el tiempo, sin

apuro, sin prejuicios. Así, no miremos

la apariencia, sino lo que

sale de la boca de la persona,

sin interrumpir a quien nos habla.

Para alguien que se enfrenta

a elecciones difíciles de su vida

hablar es una fuente de alivio.

Después entra en conversación

con la persona y es muy importante

volver a todo lo que ha

dicho para que la persona pueda

ver soluciones. Hay que llegar

a esa conversación con preguntas

para que pueda tomar

conciencia de su vida. ¿Cuántas

veces pensamos que podemos

hacer todo en lugar de la persona?

A través de la conversación,

de preguntas y de respuestas se

puede ayudar a la persona a clarificar

lo que le pasa.

Escuchar a otro es un servicio

que todos los cristianos podemos

practicar, pero cuidado:

todo lo que mi amigo me dice es

una confidencia. Hoy lo que falta

es esa confianza; la gente tiene

miedo de lo que dirá, porque

no hay secreto de confesión en

los laicos. Entonces, escuchar

es una forma de brindar cariño

a los demás, de mostrar interés

porque el otro vive, siente y necesita.

Hablamos hoy de una relación

fraterna, de reconciliarlos

con Dios y con los demás. Pero

si no llego a buscar, a arrepentirme

y a saber que quizás tengo

un 50% de culpa, culparé a

los demás.

Hoy en nuestra Iglesia, en

nuestro tiempo, es una necesidad

vital. Muchas personas necesitan

ser escuchadas para sanar

su mente, su corazón y su

espíritu. Hasta que no nos confiamos

a otras personas viviremos

encerrados en nuestro sufrimiento.

L

a palabra tiene un gran poder,

pero debe nacer de una verdadera

escucha. La palabra puede

reconfortar, aliviar, sostener,

liberar, estimular, motivar, como

puede también herir, lastimar,

hundir y matar. Las palabras

llenas de bondad siempre

sanan.

Hoy las personas buscan oraciones

de sanaciones, liberaciones

y de bien, pero hay que confiar

y decir lo que vivimos de

verdad, no decir que nos confesaremos

para comulgar o decir

que perdonaremos para vivir

bien.

Hay que partir de la aceptación

de la otra persona, que no

quiere decir que aprobemos su

conducta. Uno puede aceptar

a una persona incondicionalmente

con voluntad de ayudarla,

creyendo en esa persona y en

sus posibilidades de mejorar y

crecer, aunque lo que haya hecho

o haga sea reprobable.

Debemos llegar a una confesión

y arrepentimiento sincero,

como hicieron muchos santos

y que cambiaron sus vidas.

Hay que reconocer que necesitamos

al otro, su ayuda, no encerrarnos.

Hoy vamos a pedir que nosotros,

los sacerdotes y obispos

nos tomemos tiempo para atender

y dar la posibilidad de escuchar.

Tenemos todo para ayudar

a la gente y evitar que vayan

al curanderismo o espiritismo.

Nuestra misión es la de Cristo,

que escuchaba a todos.

Cuando terminemos de escuchar

y saber bien cómo son

las cosas podemos rezar y orar

por esa persona. Si es posible

la absolución, debemos dársela

con amor y confianza para que

la persona pueda salir con una

sonrisa, aunque no hayamos solucionado

sus problemas.

Hoy queremos pedirle a Dios

que dé la gracia a muchas personas,

que no sean sacerdotes u

obispos, para que puedan ayudar

a sus hermanos. Y así puedan

volver a su Dios y a la vida.

Muchas personas se matan

o piensan que su vida no sirve,

pero la vida sí sirve. Hay que comenzar

de nuevo, olvidar el pasado,

vivir el presente y buscar

cómo vivir el futuro con Dios.

Hoy vamos a pedir a nuestra

Madre, la Virgen María, que en

su silencio escuchaba la voz del

ángel para comprender su misión

y dejó todo para decir “aquí

estoy”, que nosotros podamos

llegar a decir “aquí estamos” para

abrir nuestros corazones a la

gracia de Dios y a la ayuda de

nuestros hermanos.

Que la Virgen

María sea para nosotros un

modelo de fe y confianza, que

esa confianza en Dios sea también

confianza en nuestros hermanos,

para que podamos renovar

nuestra vida, la familia y

las comunidades por la gloria de

Dios y por la salvación de los seres

humanos. Amén.

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