La Pastoral de la Escucha La Pastoral de la Escucha
Hoy quiero hablar de un tema
que muchas veces no le damos
la importancia que se merece:
la Pastoral de la Escucha,
porque hay muchas formas de
vivir nuestra fe para ayudar y recibir
consejos. Escuchar al otro
es un servicio que los cristianos
debemos practicar. Hay parroquias
y diócesis en las que se habla
del Ministerio de la Escucha,
pero debemos ver bien qué quiere
decir la Pastoral de la Escucha.
La auténtica escucha es un
acto de amor. Puede ser el cura
que ayuda a superar las dificultades
o los amigos cuando hay
problemas. A veces podemos
pensar que ir a ver a un sacerdote
o a un obispo es únicamente
para la confesión; y sí se puede
vivir de esta manera. Los sacerdotes
y amigos no son psicólogos,
pueden serlo, pero es diferente,
porque hay muchas técnicas
que se les puede pasar.
Nosotros, como cristianos,
estamos para ayudar a los demás,
no sólo en la parte material
sino también en la parte espiritual,
que es ayudarse mutuamente.
Escuchar es un cuidado pastoral,
que quiere decir la presencia
cristiana en la vida de alguien,
que simplemente quiere
hablar de su vida y sus desconcertantes
problemas. ¿Qué hacer
entonces? Hay que llegar a
estimular a la persona; se trata
de un estímulo cristiano. Si la
persona viene a hablarnos hay
que oír, porque necesita un desahogo.
Primero hay que dejar
que esa persona se libere, que
tenga confianza para hablarnos.
Para empezar, debemos comportarnos
como un amigo cristiano,
no como especialista, porque
esa persona viene para pedir
nuestra opinión, buscar un
consejo y una orientación para
su vida.
Nosotros, como sacerdotes,
no debemos quedar en sólo esas
doctrinas, sino primero ver la
realidad, quién viene, qué quiere
y qué necesita. La gente quiere
expresarse y quiere que alguien
la escuche, no viene para
recibir condenaciones, no viene
a un tribunal para que sea juzgada.
Viene para decir lo que tiene
adentro, que le cuesta y que
le da pena.
Por eso, escuchar con atención
es muy importante. Debemos
tomarnos el tiempo, sin
apuro, sin prejuicios. Así, no miremos
la apariencia, sino lo que
sale de la boca de la persona,
sin interrumpir a quien nos habla.
Para alguien que se enfrenta
a elecciones difíciles de su vida
hablar es una fuente de alivio.
Después entra en conversación
con la persona y es muy importante
volver a todo lo que ha
dicho para que la persona pueda
ver soluciones. Hay que llegar
a esa conversación con preguntas
para que pueda tomar
conciencia de su vida. ¿Cuántas
veces pensamos que podemos
hacer todo en lugar de la persona?
A través de la conversación,
de preguntas y de respuestas se
puede ayudar a la persona a clarificar
lo que le pasa.
Escuchar a otro es un servicio
que todos los cristianos podemos
practicar, pero cuidado:
todo lo que mi amigo me dice es
una confidencia. Hoy lo que falta
es esa confianza; la gente tiene
miedo de lo que dirá, porque
no hay secreto de confesión en
los laicos. Entonces, escuchar
es una forma de brindar cariño
a los demás, de mostrar interés
porque el otro vive, siente y necesita.
Hablamos hoy de una relación
fraterna, de reconciliarlos
con Dios y con los demás. Pero
si no llego a buscar, a arrepentirme
y a saber que quizás tengo
un 50% de culpa, culparé a
los demás.
Hoy en nuestra Iglesia, en
nuestro tiempo, es una necesidad
vital. Muchas personas necesitan
ser escuchadas para sanar
su mente, su corazón y su
espíritu. Hasta que no nos confiamos
a otras personas viviremos
encerrados en nuestro sufrimiento.
L
a palabra tiene un gran poder,
pero debe nacer de una verdadera
escucha. La palabra puede
reconfortar, aliviar, sostener,
liberar, estimular, motivar, como
puede también herir, lastimar,
hundir y matar. Las palabras
llenas de bondad siempre
sanan.
Hoy las personas buscan oraciones
de sanaciones, liberaciones
y de bien, pero hay que confiar
y decir lo que vivimos de
verdad, no decir que nos confesaremos
para comulgar o decir
que perdonaremos para vivir
bien.
Hay que partir de la aceptación
de la otra persona, que no
quiere decir que aprobemos su
conducta. Uno puede aceptar
a una persona incondicionalmente
con voluntad de ayudarla,
creyendo en esa persona y en
sus posibilidades de mejorar y
crecer, aunque lo que haya hecho
o haga sea reprobable.
Debemos llegar a una confesión
y arrepentimiento sincero,
como hicieron muchos santos
y que cambiaron sus vidas.
Hay que reconocer que necesitamos
al otro, su ayuda, no encerrarnos.
Hoy vamos a pedir que nosotros,
los sacerdotes y obispos
nos tomemos tiempo para atender
y dar la posibilidad de escuchar.
Tenemos todo para ayudar
a la gente y evitar que vayan
al curanderismo o espiritismo.
Nuestra misión es la de Cristo,
que escuchaba a todos.
Cuando terminemos de escuchar
y saber bien cómo son
las cosas podemos rezar y orar
por esa persona. Si es posible
la absolución, debemos dársela
con amor y confianza para que
la persona pueda salir con una
sonrisa, aunque no hayamos solucionado
sus problemas.
Hoy queremos pedirle a Dios
que dé la gracia a muchas personas,
que no sean sacerdotes u
obispos, para que puedan ayudar
a sus hermanos. Y así puedan
volver a su Dios y a la vida.
Muchas personas se matan
o piensan que su vida no sirve,
pero la vida sí sirve. Hay que comenzar
de nuevo, olvidar el pasado,
vivir el presente y buscar
cómo vivir el futuro con Dios.
Hoy vamos a pedir a nuestra
Madre, la Virgen María, que en
su silencio escuchaba la voz del
ángel para comprender su misión
y dejó todo para decir “aquí
estoy”, que nosotros podamos
llegar a decir “aquí estamos” para
abrir nuestros corazones a la
gracia de Dios y a la ayuda de
nuestros hermanos.
Que la Virgen
María sea para nosotros un
modelo de fe y confianza, que
esa confianza en Dios sea también
confianza en nuestros hermanos,
para que podamos renovar
nuestra vida, la familia y
las comunidades por la gloria de
Dios y por la salvación de los seres
humanos. Amén.