La camarera insumergible y el joven héroe
La mujer era una porteña hija de irlandeses, que se salvó de tres naufragios, incluido el del Titanic. El joven Andrew, cordobés hijo de ingleses, salvó a una mujer y a un bebé cediéndole su salvavidas.
La misma trágica jornada en que el Titanic se llevó su mote de “insumergible” al fondo del mar, una argentina, camarera a bordo, comenzó a sospechar que gozaba de una suerte o un destino a prueba de naufragios.
Violeta Constanza Jessop había nacido el 1 de octubre de 1887 en Buenos Aires, hija de una familia numerosa de inmigrantes irlandeses, y era una de las 23 mujeres entre los casi 900 tripulantes del lujoso barco de pasajeros.
En 1911, había sobrevivido al choque del Olimpic, hermano del Titanic, con un crucero. El 15 de abril de 1912, fue una de las 705 personas rescatadas, y en 1916, se salvó del hundimiento del Britannic, otro mellizo del transatlántico, usado como hospital en la Primera Guerra Mundial, en el que revistaba como enfermera.
En el Titanic, Jessop, entonces de 24 años y asistente de la primera clase, recibió la orden de subir a cubierta cuando la emergencia se declaró tras el choque con el témpano, según relató ella misma a los diarios de la época.
Su función consistía en mostrar a los pasajeros cómo subir a los botes salvavidas de la mejor manera para evitar los riesgos.
Luego atestiguaría que estaba con otras camareras, “mirando a las mujeres que abrazaban a sus esposos antes de ingresar en los botes con sus hijos”.
Pero a último momento, un oficial le ordenó subirse a uno de los botes y le puso un bulto en el regazo. Era un bebé cuya madre había desaparecido en el caos de la evacuación.
Ella se quedó sentada en la precaria embarcación durante las siguientes horas, tratando de abrigar al bebé entre sus brazos y su chaleco salvavidas de corcho, mientras a su alrededor la tragedia se desplegaba en toda su magnitud.
Finalmente, siempre con el bebé en sus brazos, fue rescatada por el Carpathia, a bordo del cual una mujer se acercó, en tal estado de conmoción, que le arrancó la criatura sin siquiera darle las gracias, y se alejó corriendo.
“Yo tenía mucho frío y estaba demasiado aturdida para pensar en lo extraño de aquel episodio”, diría más tarde.
Jessop pasó en total 42 años en servicio en alta mar hasta que se retiró en 1950 y se estableció en Suffolk, Inglaterra, donde murió el 5 de mayo de 1971, a los 83 años, de una falla cardíaca.
El héroe de Río Cuarto
Otra de las víctimas del naufragio más famoso de la historia fue la del argentino Edgardo Andrew, nacido en Río Cuarto, Córdoba, hijo de una familia inglesa, quien estudiaba en Inglaterra ingeniería naval y viajaba al casamiento de su hermano en Estados Unidos.
Andrew no había podido conseguir pasajes en el Oceanic, a raíz de una huelga de carboneros, que obligó a la White Star Line, la compañía dueña del navío a destinar todo el carbón que tenía en esos momentos al Titanic, para no decepcionar la tremenda expectativa mediática que se había generado por su viaje inaugural. Por eso, Andrew compró un boleto de segunda clase en el Titanic.
Desde Irlanda, la última parada que realizó el barco, Andrew le envió una carta a su prometida Josey, una postal a su familia en Córdoba y otra a su amigo Rómulo, que había viajado a Turín, Italia.
La postal fue encontrada, muchos años después de que su destinatario la extraviara en su casa. El hallazgo lo realizó la nieta de Rómulo, Elena Despósito, en 1993, y la carta estaba escondida en un libro. Decía textualmente: “Desde el barco más grande del mundo, te saluda tu amigo que va en viaje a los EE.UU. Ayer salí de Inglaterra, así que no nos veremos en Londres. Tu amigo. E. Andrew”.
Premonitoria
El que realmente estremece es el contenido de la carta a su prometida Josey, que como una cruel paradoja del destino, preanunciaba la mayor catástrofe naval de la historia y su propia muerte. Contrariado porque debió partir a EE.UU. antes de la llegada de su amada a Londres, se lamentaba al respecto y escribió en el tercer párrafo: “Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada de orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano.”
La confirmación de que Andrew murió en el Titanic y de sus últimas horas a bordo del barco “inhundible” llegaría tiempo después. El testimonio de Winnie Troutt, una mujer norteamericana, dilucidó muchas dudas. Edgardo había entablado amistad con ella a bordo del transatlántico, compartiendo muchas horas de navegación. El argentino les otorgó su salvavidas a la mujer, que luego se salvó porque alguien puso a un niño en sus brazos.
En la desesperación del hundimiento muchos de los pasajeros no repararon en ciertas reglas de salvamento como “los niños y las mujeres primero”. Pero no fue el caso de Andrew, quien no dudó en su decisión. Winnie así salvo su vida, obteniendo un lugar en un bote. Tras el rescate, y a causa de la depresión que la aquejó, tuvieron que pasar 40 años para que ella pudiera hablar de lo sucedido.
Violeta Constanza Jessop había nacido el 1 de octubre de 1887 en Buenos Aires, hija de una familia numerosa de inmigrantes irlandeses, y era una de las 23 mujeres entre los casi 900 tripulantes del lujoso barco de pasajeros.
En 1911, había sobrevivido al choque del Olimpic, hermano del Titanic, con un crucero. El 15 de abril de 1912, fue una de las 705 personas rescatadas, y en 1916, se salvó del hundimiento del Britannic, otro mellizo del transatlántico, usado como hospital en la Primera Guerra Mundial, en el que revistaba como enfermera.
En el Titanic, Jessop, entonces de 24 años y asistente de la primera clase, recibió la orden de subir a cubierta cuando la emergencia se declaró tras el choque con el témpano, según relató ella misma a los diarios de la época.
Su función consistía en mostrar a los pasajeros cómo subir a los botes salvavidas de la mejor manera para evitar los riesgos.
Luego atestiguaría que estaba con otras camareras, “mirando a las mujeres que abrazaban a sus esposos antes de ingresar en los botes con sus hijos”.
Pero a último momento, un oficial le ordenó subirse a uno de los botes y le puso un bulto en el regazo. Era un bebé cuya madre había desaparecido en el caos de la evacuación.
Ella se quedó sentada en la precaria embarcación durante las siguientes horas, tratando de abrigar al bebé entre sus brazos y su chaleco salvavidas de corcho, mientras a su alrededor la tragedia se desplegaba en toda su magnitud.
Finalmente, siempre con el bebé en sus brazos, fue rescatada por el Carpathia, a bordo del cual una mujer se acercó, en tal estado de conmoción, que le arrancó la criatura sin siquiera darle las gracias, y se alejó corriendo.
“Yo tenía mucho frío y estaba demasiado aturdida para pensar en lo extraño de aquel episodio”, diría más tarde.
Jessop pasó en total 42 años en servicio en alta mar hasta que se retiró en 1950 y se estableció en Suffolk, Inglaterra, donde murió el 5 de mayo de 1971, a los 83 años, de una falla cardíaca.
El héroe de Río Cuarto
Otra de las víctimas del naufragio más famoso de la historia fue la del argentino Edgardo Andrew, nacido en Río Cuarto, Córdoba, hijo de una familia inglesa, quien estudiaba en Inglaterra ingeniería naval y viajaba al casamiento de su hermano en Estados Unidos.
Andrew no había podido conseguir pasajes en el Oceanic, a raíz de una huelga de carboneros, que obligó a la White Star Line, la compañía dueña del navío a destinar todo el carbón que tenía en esos momentos al Titanic, para no decepcionar la tremenda expectativa mediática que se había generado por su viaje inaugural. Por eso, Andrew compró un boleto de segunda clase en el Titanic.
Desde Irlanda, la última parada que realizó el barco, Andrew le envió una carta a su prometida Josey, una postal a su familia en Córdoba y otra a su amigo Rómulo, que había viajado a Turín, Italia.
La postal fue encontrada, muchos años después de que su destinatario la extraviara en su casa. El hallazgo lo realizó la nieta de Rómulo, Elena Despósito, en 1993, y la carta estaba escondida en un libro. Decía textualmente: “Desde el barco más grande del mundo, te saluda tu amigo que va en viaje a los EE.UU. Ayer salí de Inglaterra, así que no nos veremos en Londres. Tu amigo. E. Andrew”.
Premonitoria
El que realmente estremece es el contenido de la carta a su prometida Josey, que como una cruel paradoja del destino, preanunciaba la mayor catástrofe naval de la historia y su propia muerte. Contrariado porque debió partir a EE.UU. antes de la llegada de su amada a Londres, se lamentaba al respecto y escribió en el tercer párrafo: “Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada de orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano.”
La confirmación de que Andrew murió en el Titanic y de sus últimas horas a bordo del barco “inhundible” llegaría tiempo después. El testimonio de Winnie Troutt, una mujer norteamericana, dilucidó muchas dudas. Edgardo había entablado amistad con ella a bordo del transatlántico, compartiendo muchas horas de navegación. El argentino les otorgó su salvavidas a la mujer, que luego se salvó porque alguien puso a un niño en sus brazos.
En la desesperación del hundimiento muchos de los pasajeros no repararon en ciertas reglas de salvamento como “los niños y las mujeres primero”. Pero no fue el caso de Andrew, quien no dudó en su decisión. Winnie así salvo su vida, obteniendo un lugar en un bote. Tras el rescate, y a causa de la depresión que la aquejó, tuvieron que pasar 40 años para que ella pudiera hablar de lo sucedido.