Estuvo 13 años prófugo por la muerte de su propia hija
En 1999, Alejandro Amitrano se convirtió en sospechoso de la muerte de su hija. Llegó a esconderse en Brasil y Bolivia.
En noviembre de 1999, apenas unas horas después de que su hija de un año muriera asesinada a golpes, Alejandro Amitrano se escapó de Mendoza a toda velocidad en un lujoso Porsche.
Durante los trece años que siguieron logró mantenerse prófugo de la Justicia, un tiempo en Brasil, otro en Bolivia y el resto en seis provincias argentinas.
Pero hace apenas unos días, con un aspecto totalmente diferente, este hombre -ya de 39 años- volvió a la capital mendocina en un Renault Sandero.
Iba esposado y acompañado por tres agentes de la Policía local, que lo detuvieron en Entre Ríos y lo entregaron a la Justicia.
En las doce horas que duró el viaje en auto desde Paraná a Mendoza, Amitrano se quebró y les contó a los policías detalles de su vida en la clandestinidad, que comenzó cuando se convirtió en el principal sospechoso del asesinato de su hija.
Por esos días, noviembre de 1999, envió un video a un canal de TV mendocino donde daba su versión de la muerte de su hija Rosario Belén, juraba que era inocente y aseguraba que las pruebas que había en su contra estaban fraguadas.
Inmediatamente con la ayuda de su padre -que en ese momento era directivo de una importante empresa y que falleció hace tres meses- escapó a San Luis en el Porsche.
Apenas unos días después, su esposa, Cecilia Cousau -con la que aún hoy está casado legalmente- fue detenida.
La mujer estuvo tras las rejas un año y medio. Luego fue enjuiciada por el delito de ‘abandono de persona seguido de muerte agravado por el vínculo’, pero en abril de 2001 la Quinta Cámara del Crimen la absolvió por el beneficio de la duda y quedó libre.
Mientras, en San Luis, Amitrano vivió solo, en una precaria casa. Varias veces agentes mendocinos fueron a buscarlo, pero él siempre desaparecía.
Pronto comenzó a usar su segundo nombre y su apellido materno, Gabriel González, y transformó el Amitrano en Altamirano.
Sin más identificación que un carné de una mutual, siguió su fuga por Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires, Chaco, Bolivia y Brasil.
Durante los trece años que siguieron logró mantenerse prófugo de la Justicia, un tiempo en Brasil, otro en Bolivia y el resto en seis provincias argentinas.
Pero hace apenas unos días, con un aspecto totalmente diferente, este hombre -ya de 39 años- volvió a la capital mendocina en un Renault Sandero.
Iba esposado y acompañado por tres agentes de la Policía local, que lo detuvieron en Entre Ríos y lo entregaron a la Justicia.
En las doce horas que duró el viaje en auto desde Paraná a Mendoza, Amitrano se quebró y les contó a los policías detalles de su vida en la clandestinidad, que comenzó cuando se convirtió en el principal sospechoso del asesinato de su hija.
Por esos días, noviembre de 1999, envió un video a un canal de TV mendocino donde daba su versión de la muerte de su hija Rosario Belén, juraba que era inocente y aseguraba que las pruebas que había en su contra estaban fraguadas.
Inmediatamente con la ayuda de su padre -que en ese momento era directivo de una importante empresa y que falleció hace tres meses- escapó a San Luis en el Porsche.
Apenas unos días después, su esposa, Cecilia Cousau -con la que aún hoy está casado legalmente- fue detenida.
La mujer estuvo tras las rejas un año y medio. Luego fue enjuiciada por el delito de ‘abandono de persona seguido de muerte agravado por el vínculo’, pero en abril de 2001 la Quinta Cámara del Crimen la absolvió por el beneficio de la duda y quedó libre.
Mientras, en San Luis, Amitrano vivió solo, en una precaria casa. Varias veces agentes mendocinos fueron a buscarlo, pero él siempre desaparecía.
Pronto comenzó a usar su segundo nombre y su apellido materno, Gabriel González, y transformó el Amitrano en Altamirano.
Sin más identificación que un carné de una mutual, siguió su fuga por Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires, Chaco, Bolivia y Brasil.