El Espíritu sostiene a Jesús en las tentaciones
Mateo 4, 1-11
En Mateo, la narración de las tentaciones de Jesús, sigue inmediatamente a la del bautismo. Allí, se nos muestra cómo Jesús es obediente a la voluntad del Padre y solidario con el pecado del pueblo. Por eso, el Padre lo declara “Hijo amado”.
El “Espíritu condujo a Jesús al desierto para que el diablo lo tentara”. Es precisamente el Espíritu que le fue infundido a Jesús en el bautismo, y que lo acompañará durante todo su ministerio. Jesús obedece libremente y se deja conducir, como Hijo obediente y Siervo dispuesto a sufrir (Is 42,1).
En contraste, aparece el diablo que tienta a Jesús para hacerlo sucumbir, es decir, para hacerle renegar de su vocación de Hijo obediente. “Si eres el Hijo de Dios….” El diablo reconoce en Jesús al enviado escatológico de Dios para la salvación del mundo. Sabe que el Espíritu reposa sobre él. Trata de desviar a Jesús de su vocación de Hijo obediente, invitándolo a utilizar su autoridad para sus propios fines, es decir, a preocuparse de su vida a espaldas de Dios.
Las tentaciones
Jesús responde a las tres tentaciones del diablo: citando las Escrituras judías.
En la primera tentación, Jesús al igual que el pueblo de Israel en el desierto, tiene hambre, pero resiste y “obedece”: “vive de toda palabra que viene de la boca de Dios” (Dt 8,3), es el Hijo obediente. En la segunda tentación Jesús es llevado a la ciudad santa de Jerusalén y allí, en el Templo, es invitado a arrojarse al vacío para que los ángeles lo sostengan. Jesús responde con las Escrituras: “no tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16), es decir, renuncia a un mesianismo autónomo y extraordinario, sin la cercanía del Padre. Por último, el diablo le ofrece los reinos del mundo si lo adora. La pretensión no es otra que apartar a Jesús del servicio exclusivo de su Padre para hacerlo su “adorador”. Jesús se encuentra ante una elección radical: el poder mundano (ofrecido por el diablo) o el servicio, que es el designio de Dios. ¿Va a cumplir su misión en la humildad filial o en la “gloria mesiánica” en el sentido político de los zelotas? Jesús rechaza a Satanás apoyándose en un texto de la Escritura: “al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (Dt 6,13) que describe la condición de todo hombre delante de Dios: sólo a Dios hay que adorar y servir.
Conclusión
El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto es un signo de las tentaciones que deberá sortear durante todo su ministerio: de parte de sus adversarios, de sus propios discípulos, y del mismo Satanás. Jesús fue tentado en su condición de Hijo de Dios para llevar a cabo su misión desde el poder y de manera autónoma, es decir, sin el Padre. Mateo muestra de esta manera la autenticidad de la humanidad de Jesús y su disponibilidad absoluta para cumplir la voluntad de Dios como Hijo obediente al servicio de la causa del Reino.
También hoy, los cristianos, somos tentados por el poder mundano: el éxito, el dinero, el poder político, y de muchas otras formas que lejos de hacernos libres, no esclavizan y quitan autonomía. Al igual que Jesús, desde la obediencia filial, podemos vencer las tentaciones, y vivir nuestra vocación en el amor al prójimo, en el servicio desinteresado y en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia. l
El “Espíritu condujo a Jesús al desierto para que el diablo lo tentara”. Es precisamente el Espíritu que le fue infundido a Jesús en el bautismo, y que lo acompañará durante todo su ministerio. Jesús obedece libremente y se deja conducir, como Hijo obediente y Siervo dispuesto a sufrir (Is 42,1).
En contraste, aparece el diablo que tienta a Jesús para hacerlo sucumbir, es decir, para hacerle renegar de su vocación de Hijo obediente. “Si eres el Hijo de Dios….” El diablo reconoce en Jesús al enviado escatológico de Dios para la salvación del mundo. Sabe que el Espíritu reposa sobre él. Trata de desviar a Jesús de su vocación de Hijo obediente, invitándolo a utilizar su autoridad para sus propios fines, es decir, a preocuparse de su vida a espaldas de Dios.
Las tentaciones
Jesús responde a las tres tentaciones del diablo: citando las Escrituras judías.
En la primera tentación, Jesús al igual que el pueblo de Israel en el desierto, tiene hambre, pero resiste y “obedece”: “vive de toda palabra que viene de la boca de Dios” (Dt 8,3), es el Hijo obediente. En la segunda tentación Jesús es llevado a la ciudad santa de Jerusalén y allí, en el Templo, es invitado a arrojarse al vacío para que los ángeles lo sostengan. Jesús responde con las Escrituras: “no tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16), es decir, renuncia a un mesianismo autónomo y extraordinario, sin la cercanía del Padre. Por último, el diablo le ofrece los reinos del mundo si lo adora. La pretensión no es otra que apartar a Jesús del servicio exclusivo de su Padre para hacerlo su “adorador”. Jesús se encuentra ante una elección radical: el poder mundano (ofrecido por el diablo) o el servicio, que es el designio de Dios. ¿Va a cumplir su misión en la humildad filial o en la “gloria mesiánica” en el sentido político de los zelotas? Jesús rechaza a Satanás apoyándose en un texto de la Escritura: “al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (Dt 6,13) que describe la condición de todo hombre delante de Dios: sólo a Dios hay que adorar y servir.
Conclusión
El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto es un signo de las tentaciones que deberá sortear durante todo su ministerio: de parte de sus adversarios, de sus propios discípulos, y del mismo Satanás. Jesús fue tentado en su condición de Hijo de Dios para llevar a cabo su misión desde el poder y de manera autónoma, es decir, sin el Padre. Mateo muestra de esta manera la autenticidad de la humanidad de Jesús y su disponibilidad absoluta para cumplir la voluntad de Dios como Hijo obediente al servicio de la causa del Reino.
También hoy, los cristianos, somos tentados por el poder mundano: el éxito, el dinero, el poder político, y de muchas otras formas que lejos de hacernos libres, no esclavizan y quitan autonomía. Al igual que Jesús, desde la obediencia filial, podemos vencer las tentaciones, y vivir nuestra vocación en el amor al prójimo, en el servicio desinteresado y en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia. l