EDUARDO GALEANO

"La rebeldía es un acto que proviene del amor"

Algunas de las últimas entrevistas y conversaciones relajadas que concedió el escritor uruguayo, fallecido el pasado lunes a los 74 años de edad, están resumidas en esta afilada disección de la actualidad internacional, no exenta de esperanza en el futuro.

En una última conversación, ante las cámaras, Eduardo acusaba ya los efectos de una quimioterapia agresiva. Se le notaba en la piel de la cara. Pero, sobre todo, en cierta fatiga que hacía más lento su siempre brillante discurso. Un par de veces llegó a mostrarse inseguro, rogó a los operadores no le distrajeran, temiendo perder el hilo sólidamente trenzado y me pidió que le ayudara a recuperarlo. En el plató que improvisamos en el jardín de su casa había suficiente confianza, complicidad y cariño para permitirlo. Pero Eduardo no era capaz de ocultar cuánto le molestaba flaquear.

Aquella sería la última entrevista larga que Galeano mantendría con unos periodista. Después, con la decisiva ayuda de su compañera Helena Villagra, decidió dosificarse y ya no accedió a más encuentros filmados, aunque nunca admitiera su miedo a no seguir siendo el mismo. Por eso tampoco se puede decir que, aquella tarde en Montevideo mantuviéramos una ?última entrevista?. Siguieron otros encuentros informales con conversaciones más íntimas, otras últimas charlas con la esperanza de que ninguna jamás fuese la última. Su recuerdos se confunden en el desorden de mis notas manuscritas y las transcripciones apresuradas de las palabras de Eduardo.

Eres uruguayo hasta la médula, Eduardo. Pero tu obra no es sólo uruguaya sino latinoamericana, de todos y cada uno de los países de este continente.

De muchas patrias... Yo siento que mi patria no tiene fronteras ni en el tiempo ni en el mapa. Lo mejor que te puede ocurrir en la vida es ser de muchas patrias. No creo en la globalización, que internacionaliza el dinero y lo pone a funcionar como eje de la vida humana. Pero sí creo en el internacionalismo, que aprendí en la juventud socialista cuando era chico todavía. La idea es que uno puede sentirse contemporáneo de gentes nacidas en muy distantes lugares del planeta. Y que puede ser compatriota y contemporáneo de esas gentes, aunque hayan vivido siglos o milenios antes. Hay que desarrollar la capacidad humana de reconocerse en los demás, mas allá de todas las fronteras y de todos lo prejuicios. Porque eso es lo que nos permite recuperar toda la hermosura, todos los fulgores escondidos del arco iris humano. Somos más, mucho más de lo que nos dicen que somos.

Desde hace más de cuarenta años, tras la publicación en 1971 de ?Las venas abiertas de América Latina?, tus obras se mantienen como referencia esencial de la izquierda latinoamericana, por lo que constantemente se te piden definiciones ideológicas. Por ejemplo, sobre tu apoyo al régimen cubano.

La realidad es que vivimos sometidos a un sistema económico mundial que nos obliga a la obediencia y a creer en la verdad única. Porque el llamado libre mercado es tanto o más despótico que el estalinismo. Es cierto, el estalinismo fue un régimen atroz. Yo no creo en el partido único porque implica una verdad única. Esa es una discrepancia que tengo con mis buenos amigos cubanos. Pero cuando en los Estados Unidos los periodistas me han preguntado qué opino del partido único en Cuba, digo que no me gusta. Ni en Cuba ni en los Estados Unidos donde también hay un partido único disfrazado de dos. Entonces se ríen como si fuera un chiste pero no es un chiste. El Partido Demócrata y el Republicano se parecen tanto que la diferencia no se nota.

¿Siguen siendo válidos los análisis del marxismo?

Sospecho que si Marx resucitara comprobaría que muchas de sus profecías se han cumplido, como la concentración del capital en pocas manos y el desarrollo de la injusticia a escala universal. Pero también contemplaría con horror tantas barbaridades como se han hecho en su nombre. Y se agarraría la cabeza el pobre Marx gritando ?No; yo soy inocente?... Lo que pasa con las doctrinas es que, cuando la obra de un filósofo, de un escritor o de un revolucionario se convierte en dogma, se petrifica. En ese momento dramático la política se hace religión y el que discrepa es un hereje que merece el fuego. Eso condujo a los mamarrachos que se hicieron en el siglo XX en nombre de Marx y del socialismo, mientras eran condenados quienes osaban discrepar la verdad única que se imponía contradiciendo al propio Marx.

Tantos años de luchas en América Latina con tantas ilusiones políticas frustradas, Eduardo, y la mayoría de la población del continente permanece sumida en una pobreza profunda...

Sí, es verdad. ¿Cómo es posible esto? Porque reina la impunidad. Este es un mundo sometido a una impunidad que estimula a los delincuentes, se trate de un ratero cualquiera, de un ladrón de gallinas o de los grandes delincuentes que gobiernan el planeta, de los grandes banqueros y los empresarios más poderosos, que están liquidando los recursos naturales del mundo, algunos no renovables como el agua. Yo creo que la clave del asunto es la impunidad, en un sistema económico profundamente injusto que favorece a una minoría de minorías. Estamos en un mundo al revés, un mundo patas arriba, que castiga la honestidad y recompensa la especulación, con un de poder que opera en escala universal y que trata al mundo, a sus habitantes, como si se los hubiera comprado en un supermercado. Todo el sistema económico gira en torno a los banqueros, al beneficio de los banqueros. Son los banqueros los que mandan. Y los banqueros son también los principales asaltantes de los bancos, aunque no chille ninguna alarma cuando entran en las cajas de esos bancos que han vaciado creando la causa principal de la crisis que el mundo está viviendo en los últimos años. Una crisis feroz que es la crisis de los banqueros.

¿Es aún posible rebelarse frente a ese férreo orden injusto?

Naturalmente que sí. En el fondo, la rebeldía es un acto que proviene del amor, del amor a los demás y del amor a las cosas que valen la pena vivir y hasta morir por ellas. Por eso resulta muy difícil definir la rebeldía. Le sucede como al amor, que lo matamos cuando le ponemos palabras para llamarlo. El amor es indefinible y a veces hasta invisible; pero existe, claro que existe. Y la rebeldía también existe de mil maneras. Es muy común escuchar a gente de nuestra generación acusando a los jóvenes de que no tienen nada en la cabeza, de que la política no les importa, de que no son solidarios. Y yo digo, pero bueno, ¿por qué esos acusadores no empiezan por autoacusarse? ¿Qué pasa con los partidos políticos, por ejemplo, que no son capaces de atraer a esos jóvenes? Al fin y al cabo ¿qué es lo que proponen a los jóvenes? ¿Otra vez la obediencia? ¿Que sigan ciegamente a un puñado de personas que mandan y deciden por los demás? Se criminaliza a la juventud, como si ser joven fuera un delito... Pero yo creo que hay una linda energía que se manifiesta en la aparición de nuevos movimientos con voluntad de que las cosas cambien. Se nota una insatisfacción, que me parece muy positiva porque es el signo de que todavía se puede cambiar el mundo, de que esta realidad es un desafío, no un destino. La rebeldía es algo que está vivo aunque no siempre se vea. Pero tampoco hay que confundir la grandeza con lo grandote. Porque hay una multitud de fuerzas de cambio que no son espectaculares, que no ocupan los primeros planos en los medios de comunicación, pero que están haciendo mucho para que el mundo cambie.
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