Atardecer
Buen día! ¿Le gustan los atardeceres? Hay algunos que son un poema, con ese despliegue estupendo de forma, luz y color. Embelesan a cualquiera.
He visto muchos atardeceres en la vida.Todos los atardeceres tienen su belleza. Los serenos y los cargados de turbulencia. Los que sólo muestran el cielo como un telón de fondo para que el sol destaque su esplendor, y los que entretejen nubes, rayos y movimientos. Los que anteceden a noches serenas y los que presagian lluvias tormentosas.
Debemos quizás aprender a hacernos tiempo suficiente para disfrutarlos como merecen. Lástima que, a la hora de parar el ritmo, sigamos siempre distraídos, como si cada regalo que Dios nos brinda en cada atardecer nada tuviera que ver con nuestra vida.
¿Nunca reza mientras se pone el sol, o cuando sus rayos se despiden de la tierra? Por si te interesa conservarlo, aquí va un bello himno vespertino sugerido por la liturgia para quienes quieran agradecer a Dios el día:
“Presentamos a Dios nuestras tareas, / levantemos orantes nuestras manos, / creadoras de él de nuestra tierra/ en jornadas tenaces de trabajo.
A su encuentro vayamos cuando el día / de trabajos y voces entra en calma / y la paz de la noche es ya creciente / entre luces y formas que se apagan.
El trabajo del día nos agobia / con angustias muy vivas en el alma, / con cansancio de fuerzas en el cuerpo, / con deseo crecientes de esperanza.
Recorrimos la senda de este día / esperando esta hora de silencio / para hablarte, Señor, para escucharte / y confiarte zozobras y alegrías.
Padre santo, no olvides a tus hijos / que a Jesús le confiaste para siempre, / que su amor y su Espíritu nos guíen / a gozar de tu reino eternamente”.
¡Hasta mañana!