La felicidad cristiana
pienso que trabajar es para llegar a vivir la felicidad, tranquilidad
y la alegría. Hoy quiero hablar de la felicidad cristiana, la felicidad con Cristo.
La felicidad es un estado de ánimo.
La persona que se siente plenamente
satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo.
Supone una satisfacción, si no la hay, no existe la felicidad. También
puede ser una emoción que viene
desde adentro, por ejemplo cuando
ha ganado o recibido algo. Podemos
decir también que es un estado del alma, en el que el ser se siente en paz.
Todos quisiéramos ser felices, pero no nos es fácil lograrlo, el problema
es que creemos que sólo obteniendo
más de lo que este mundo
nos ofrece, pensando que todo lo que vamos a recibir de ese mundo vamos a ser felices. Pero no es así.
¿Qué es la felicidad como cristianos?
No podemos hablar de la felicidad
cristiana y dejar de lado la Palabra
de Dios.
San Pablo escribió: “He aprendido
a contentarme con lo que tengo,
sé vivir humildemente y sé tener la abundancia” (Filipenses 4, 11-12). San Pablo tenía una actitud muy diferente.
Dios es la única fuente de la felicidad
verdadera. Dios hace que los creyentes sean felices, tal como Él lo está. Él tiene toda la felicidad, por eso la quiere compartir con nosotros.
Los creyentes no son lo suficientemente
fuertes y buenos para hacerse
felices a sí mismos. A veces podemos
pensar que sin Dios, sin esa fuente, podemos vivir la verdadera felicidad. Hay muchos que han hecho
la experiencia y no lo es, porque hay decepción, fracaso, problemas y dificultades para vivir, en la casa y en el trabajo. Entonces, esa felicidad es solo por un momento.
Dios les da todo lo que necesita, como escribió San Juan. “De su plenitud
recibimos todos gracia sobre gracia. Si tengo esa gracia de Dios tengo todo”. (Jn 1, 36).
Los creyentes pueden estar siempre
felices. Aun cuando tengan muy poco de lo que ese mundo ofrece, tienen las bendiciones espirituales de Dios. No somos nada sin Él. En Cristo tienen todas las cosas que necesitan,
y Pablo escribió: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos
traído a este mundo, y sin duda
nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos
contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias
necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición”.
(1 Tim. 6, 9).
Entonces la felicidad cristiana proviene de dentro, porque adentro está todo.
Es posible que una persona pueda
mostrar la impresión de estar feliz,
simplemente por no quejarse. Cuando en realidad en lo profundo de su ser la persona está disconforme.
El Salmo 62 -5 dice: “Alma mía, en Dios solamente reposa”. La confianza
en Dios, la felicidad proviene desde dentro del cristiano y afecta la totalidad de su ser.
La felicidad cristiana permanece aun cuando nos suceden tragedias o desgracias. A veces nos preguntamos
“¿por qué a mí?, ¿por qué a mi familia? ¿por qué no puedo progresar?”
y empezamos a bajar los brazos,
a vivir con tristeza y preocupación.
Nunca debemos perder la felicidad,
no hay que dejarse engañar. En el momento cuando bajamos los brazos, cuando perdemos las fuerzas,
es cuando vienen un montón de ofertas de la sociedad.
No hay que aceptar ofertas engañosas
para robar nuestra felicidad. Hemos recibido de Dios todo, hemos
recibido su gracia y tenemos la felicidad aunque haya problemas.
La felicidad cristiana es una obra de Dios, es Él quien actúa y da la posibilidad
para que sigamos viviendo con esa felicidad. No es resultado de un temperamento naturalmente feliz,
ni tampoco es el resultado de escapar
de la realidad.
Las bienaventuranzas nos cuesta
entender hoy o hay un montón de interpretaciones sobre éstas. Por ejemplo, se piensa: “Ah, no quiere trabajar, felices los pobres”, o “feliz al que insultan”. Pero esto es así, no es para escapar, sino para vivir esta paz, la tranquilidad.
La felicidad cristiana es mucho más que un intento de no preocuparse.
El creyente quiere estar feliz por la gloria de Dios y el bien de todos.
Hay que hacer la voluntad de Dios. Los creyentes no son forzados a obedecer a Dios, lo hacen voluntariamente
y encuentran que esto es lo que los hace felices.
Recomiendo leer las Bienaventuranzas
en Mateo 5, 3-12 o en San Lucas que también habla de ellas. Y no interpretar de otra forma, sino
entrar en ese espíritu de Dios que es misericordioso, feliz, bondadoso, compasivo y que nos ama.
Quiero terminar con la oración que hemos leído en la misa del jueves
para que continuemos reflexionando
sobre nuestra vida o preguntarnos
¿por qué no soy feliz? ¿Qué me falta?
“Dios nuestro que por tu gracia conviertes en justos a los pecadores
y das la felicidad a los afligidos y abatidos, ayúdanos con tu poder y tus dones a perseverar con fortaleza en la fe que nos ha justificado”.
Que Cristo, el Espíritu Santo, y Dios Padre, nuestro Dios en quien creemos, nos ayuden para no comparar,
no mirar a otras personas que dicen vivir la felicidad, sino mirar adentro y vivir como debemos hacerlo
y dejar a Dios guiar nuestras vidas. Que Nuestra Madre nos ayude
en el camino de la felicidad y de la paz. l