POR JESÚS MARÍA PEREYRA

Un niño de 10 años presencia la llegada del tren y la inauguración del pueblo de Fernández

Lo cuenta en su libro “Hermanos míos”. Jesús María Pereyra, nació en el año 1880. El libro lo publicó en el año 1950, en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires.

Nací en un lugar denominado El Rosario, el 4 de diciembre de 1880. Él es parte del Departamento Robles en la provincia de Santiago del Estero. Mis padres, D. Doroteo Pereyra y doña Rosario Ramos fueron los propietarios de aquel lugar. Me hicieron cristiano en la capilla de Tackoyuraj. Apadrináronme Doña Buenaventura López de Coronel – dueña de la capilla y el padre Jerónimo Lavagna, del curato de Lojlo, siendo el reverendo padre por aquel entonces corresponsal del Museo de Historia Natural de Córdoba cuya dirección ejercía D. Florentino Ameghino. La fundación El Rosario era una selva virgen. Casas y aguadas habíanse construido en pequeña área del suelo lampiño, limitado por la ceja del monte. Allí pasé los años iniciales. Cuando los primeros lampos de luz penetraron en el campo de mi conciencia, advertí el desnivel entre una intuición afinada y el cerebro baldío. La selva que absorbe el rigor de los soles ardientes, la inclemencia de las largas sequías, el polvo aventado en los suelos sequizos; - y también el reverso - la selva que perfuma y adorna cuando florece el ucle y el quimili, cuando florecen la brea y el garabato … la selva del Rosario se me incrustó bien adentro, para siempre. Y la selva de El Rosario donde nací, ha decorado mis interiores. Yo era un bilingüe, como todos los chicos de la Mesopotamia santiagueña, un fraile de esos que de tanto en tanto recorría la zona, dijo a mi padre: “este niño es el mejor quichuista que he encontrado entre los de su edad”. A poco se creaba una escuela rural en El Rosario. Ingresé. Comenzó la lucha para desterrar la lengua aborigen del ambiente escolar. Parecía ser que mi defectuosa pronunciación del español radicaba no tan solo en una ventajosa facilidad para el quichua, sino en la mala posición de la lengua por lo que solía decirme mi padre: kallun palta (lengua ancha). Y cada vez que me llamaban kallun palta, avergonzado, cohibido, casi con rabia veía la enorme lengua del buey: ancha, larga, gruesa, pesada. Un domingo de mañana se organiza una excursión escolar a caballo. Íbamos a visitar la línea del F.C.C.A (Hoy F.C.N.G.M) que venía tendiendo sus rieles. No sé cómo me tocó en suerte llevar en ancas a mi maestra. De la huella estrecha, sombreada por el monte, repentinamente salimos a una picada de reverberos vidriosos: Daba la impresión de haber llegado a la orilla de un gran río de luz. En el centro de esa faja inmóvil, una locomotora evolucionaba sin detenerse. Iba y venía. Cortaba el aire con silbatos nunca oídos por nosotros. Echaba humo, echaba chispas, echaba agua caliente, se envolvía es un denso vapor acuoso. Y por ese ojo de basilisco que relumbraba en su frente negra, despedía un fuego rojizo, impresionante. Nuestras cabalgaduras se arremolinaron temblando ante lo desconocido. Nosotros, los escolares, tiritábamos como esos conejitos del bosque atraídos por la mirada magnética del ampalagua. Debí de transmitir bien esas impresiones en el seno de mi hogar, pues recuerdo que mi padre me llevó unos meses más tarde a presenciar cómo se desbrozaba la región que debía servir de asiento a la población de Fernández. Aquello era un desmonte despiadado. Oí la música de las hachas. Vi los hachadores crueles. Vi los montones de ramas y árboles para ser quemados. Contemplé azorado las llamas y el humo de las quemazones. Vi moverse atareado, de un lado a otro, a un personaje importante que deslindaba lotes, que plantaba estacas y que se llamaba D. Jesús Fernández. Vi y escuché que mi padre hablaba con él y era informado de aquel movimiento civilizador. Después, como premio a esa admiración casi religiosa que había embargado mi espíritu infantil, me trajeron a la inauguración oficial de Fernández. Y todo fue un mundo nuevo para mí y para todos los lugareños de mi edad. Vi bailar una zamba, al mismo D. Jesús Fernández como número inicial de los festejos. Vi, fuera de la estación, cerca de un gran mistol, el almacén de los ingleses con paredes de palo a pique; todo construido con pimpollos de quebracho blanco. Y para completar aquella lejana estampa, calcada en mis retinas, diré que vi parado en la puerta de aquel almacén a un hombre joven, rubio, alto, descarnado, bocón, de cara huesosa, que debió ser extranjero: Federico Mikkelsen lo nombraban. Nunca más lo volví a ver. Hice los grados de la escuela rural de El Rosario. De ahí pasé a la escuela Normal de maestros de la ciudad capital. Examinado para el ingreso, prolijamente en primer superior y en segundo, senté plaza en tercer grado. Al segundo mes, ocupaba un banco en la fila de oro. Cursé todos los grados de la escuela de Aplicación. Luego el curso normal. Me gradué de maestro. Presté servicios un año en la provincia cuando era presidente del Consejo General de Educación Don Maximio S. Victoria. Con cierta inquietud espiritual y un secreto impulso de aventura, me dirigí a la provincia de Buenos Aires en busca de otros horizontes, haciendo a un lado la provincia de Córdoba, que en aquel año era un gran centro de atracción para el magisterio santiagueño. Ejercí el magisterio en la primera escuela fundada en la campaña en Buenos Aires: la N°1 DE Exaltación de la Cruz. De ahí pasé a ocupar la dirección de una escuela Nacional de Neuquén, entre la precordillera y el macizo central. Al año siguiente regresé a Buenos Ares, vencido por el aislamiento y la soledad, más que por lo agreste de aquellos parajes. Como sentía una marcada inclinación por el Derecho, ingresé al Colegio de Escribanos de la ciudad de La Plata. Ahí estudié el primer año con felicitaciones en todas las materias. Abandoné, sin embargo, la carrera y regresé al magisterio después de un lapso de cinco años. En este periodo, el más aleccionador de los años mozos, adquirí el título de holgazán y despreocupado. Me lo discernía el juicio absolutista y arbitrario de la mentalidad pueblerina, no obstante gastar mis horas en largas y meditadas lecturas. En este punto fui llamado a reincorporarme en carácter de docente a la escuela N°1 Llegué con el andar de los años a ocupar la dirección de la vieja escuela. De este cargo pasé a desempañar la Dirección de la escuela N°2 DE Salto. Mediante una breve disponibilidad por azares de la política se me confiaba la dirección de la Escuela Complementaria de Campana. Aquí me sorprendió el ascenso a inspector técnico de Escuelas de la Provincia, cargo que ejercí hasta el año 1925. En mis años accidentados, llenos de altos y bajos en la docencia, contraje enlace en Exaltación de la Cruz. A partir de entonces se serenó mis anisas ambulatorias; mi esposa escribía y me leía sus versos, mientras acunaba el sueño de nuestros hijos. Encontré el cielo que buscaba en la tierra, donde las piedras del camino tantas veces habían herido y sangrado mis pies. Jubilado como Inspector de Escuelas, empecé a luchar como ciudadano. Fundé el Comité de Educación Política Dr. Hipólito Yrigoyen, en el pueblo donde nacieron mi esposa y mis hijos, con la amplia colaboración de ellos. De todo mi ideal, de todo mi espíritu de lucha, están saturadas las columnas del periódico El Municipalista, órgano oficial de aquel Comité. Alejado de estas actividades a causa de una súbita y grave dolencia, convaleciente aún publiqué: En los pagos de Cañada de la Cruz, libro premiado en el concurso literario de la provincia de 1938 (Ley 4471). Vuelto más tarde a la arena de la política, fundé otro periódico: La Comuna. Fuera de estas dos hojas, escribí en la Revista de Educación, órgano oficial del gobierno escolar de la provincia de Buenos Aires. He escrito en la Revista Instrucción Primaria y en distintos periódicos locales de la provincia. También he colaborado en Picada, revista del magisterio santiagueño. Algo hge publicado en los diarios El Argentino, el Día, de La Plata y El Liberal, de Santiago del Estero. Escribí: Ciclo histórico del periodismo en la Campaña de Buenos Aires, obra ésta que tiene en prensa el Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires. Hombres y principios políticos a través de una localidad – sociología política que abarca de 18874 a diciembre de 1948 – (inédito). Actualmente recopilo datos para escribir la historia de Exaltación de la Cruz, en colaboración con mi esposa. Asimismo, acumulo material para Hermanos Míos, con temática extraída de la tierra de Silverio Leguizamón. l 

¿Quién es Jesús María Pereyra?

Nació en Departamento Robles, Santiago del Estero, el 4 de diciembre de 1880. Ingresó al magisterio el 8 de abril de 1900. Fue maestro de grado y hasta director en la Escuela Nº 1 de Exaltación de la Cruz. Más tarde pasó a la Dirección de la Escuela Nº 2 de Salto (Bs. As.) y también Director de la Escuela Complementaria de Campana, función en la que es ascendido a Inspector Técnico, cargo del que se jubiló el 8 de abril de 1925. En Capilla del Señor fundó los semanarios: “El Municipalista” y “La Comuna”, de los que existen antecedentes en la biblioteca de la Universidad de la Plata y en el Círculo de Periodistas de la Provincia de Buenos Aires. En 1927 fundó el comité de Educación política “Dr. Hipólito Irigoyen”. Publicó los siguientes libros: “En los pagos de la Cañada de la Cruz”, “El gaucho Polonio Aumada”, “Hermanos míos”. El Instituto Nacional de Antropología publicó su libro “Historia y Folklore de la Provincia de Buenos Aires”. Inéditos: “Los de allá”, “Biografía de un periódico de la Campaña de Buenos Aires” y también “Compendio de historia y folklore de Exaltación de la Cruz, Provincia de Buenos Aires” realizado junto a Emilia Altomare, su esposa. Falleció en La Plata el 13 de octubre de 1970. l

Vocabulario

Huakeikuna, kutis – Huakeikuna hermanos míos; kutis, nuevamente, hermanos míos, nuevamente. Tackoyúraj: tacko: algarrobo, yúraj; blanco.

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