EL SER HUMANO QUE INSPIRÓ AL ENTRAÑABLE PERSONAJE

"Shishilo", algo más que un cuento

El Dr. Dante Cayetano Fiorentino se reencontró con Juan Domingo Gómez, aquel que cuando niño, inspiró al escritor para hacer la famosa narración.

Rescatar las soledades y los murmullos es uno de los arduos trabajos de la literatura. Las cosas que suceden, ya sea en la convulsionadas urbes o en la cándida soledad de la campaña, no siempre llegan a conocerse, hasta que le pasan a alguien y ese alguien transcribe los sentimientos, emite las emociones, subraya la vida.

Esto pasó con “Shishilo”, el cuento que Dante Cayetano Fiorentino rescató de la campaña, de su poco poblado Perchil Bajo, hace más de 60 años. La diferencia entre otros cuentos y otros protagonistas es que en este caso la realidad se mete en el cuento al punto tal que no se sabe qué parte de la ficción traiciona a la realidad y qué parte de la realidad traiciona a la ficción

¿Quién era “Shishilo”?

“Shishilo” fue un niño como muchos, abandonado por sus padres por la necesidad de ir a buscar horizontes de subsistencia en Buenos Aires. Pasó hambre, falta de cariño maternal. Él mismo nos relata en una especie de autobiografía inconclusa:

“Corría el año 1949, más precisamente el 29 de marzo, cuando nací en medio del monte, en un pueblito de Santiago del Estero, llamado Perchil Bajo, donde el sol revienta la tierra.
Me bautizaron con el nombre de Juan Domingo, un nombre muy famoso en esa época y con mi apellido Gómez.
Al pasar el tiempo, un día, a los seis años, tomé conciencia de mi situación por primera vez. Me encontraba en la casa de una familia que no eran ni mis padres ni mis hermanos. Evidentemente yo era un niño “prestado”, de esos que se dejan en las casas de vecinos para realizar todas las tareas posibles y a cambio, recibir la comida, un catre y alguna ropa que le quede chica a algún miembro de la familia que esté creciendo.
Por suerte siempre había muchos niños y la transferencia de vestidos y calzados, no era difícil. Ya había pensado en que yo también era un niño abandonado.
Un día llegó una señora morocha, alta, de pelo largo y negro y ojos trigueños y me dijo: “Yo soy tu madre”. El corazón me dio un salto y tomé conciencia de mi verdadera situación. No sabía si reír o llorar y la miré incrédulo y emocionado, pensando que se trataba de un sueño. La miraba de tanto en tanto para tratar de convencerme. Por fin Dios había escuchado mis rezos de cada noche antes de dormir. La miré desorientado, temeroso, pero feliz. Había soñado con mi madre, pero esta persona no se parecía a la mamá de mi sueños. No importa, ahora podía besarla como besaban a su madre los hijos de la familia que me estaba criando y una emoción muy grande se me metió en el pecho”.
Pero mi madre se enfermó y tuvo que regresar a Buenos Aires”.

Un tío se hizo cargo de él y lo crió entre la indiferencia y la necesidad, sin un respaldo emotivo que significara contención. Y allí ocurrió la historia, un día que su madre había vuelto transitoriamente de Buenos Aires, por sólo unos días y lo mandó a comprar azúcar. Ya había perdido alguna vez el escasísimo dinero que habían podido conseguir y de allí la amenaza de “quebrajiarle los güesos” (textual en el recuerdo del autor), si volvía a perder la plata.

¿Qué fue de la vida de Juan Domingo Gómez?

Pero ¿qué fue de aquel niño tan ignorado, casi inexistente?. ¿Qué fue de aquella vida que casi no era vida?. Él mismo en sus memorias declara: “Salímos a cazar con la honda con mi tío-padre. La necesidad de supervivencia había dotado a mi tío de la habilidad para imitar el canto y el piar de las aves, a tal punto que los animales se confundían. Por ejemplo el silbido de la perdiz. El sabía que estas aves anidaban en los jumiales y hacia allí iba, con su muleta y su pierna encogida de nacimiento. Pisando suavemente con el pie sano y tratando de no golpear el suelo con la punta de la muleta, se dirigía a donde había gran cantidad de plantas de jume y empezaba a silbar como silban las perdices. Al poco tiempo los animales contestaban sus silbidos, lo que le hacía ubicar su posición. Con pasos apenas perceptibles, se iba acercando y cuando individualizaba la planta de donde partía el piar, comenzaba a darle vueltas alrededor, sin deja de silvar él mismo. Luego de varias vueltas, como el animal lo seguía con la mirada, se terminaba mareando. Mientras tanto él lo había distinguido y cuando consideraba que ya estaba suficientemente mareado, le apuntaba con la gomera en la cabeza y de un certero piedrazo mataba al animal.
Ya teníamos el almuerzo para ese día.
También él fue llevado a Buenos Aires a los 9 años y se dedicó a crecer en la necesidad de esos millones de seres opacos.
Pero en vez de declararse rebelde con causa, por lo mal que lo trató la vida, en vez de cobrarse con actos de vandalismo su exclusión de la sociedad, lo encontramos después de 55 años, convertido en técnico electricista con una pequeña empresa en Berazategui.


Santiagueños solidarios

Pero esto no sería extraño, lo extraño y ponderable es que junto con otros santiagueños han creado el “Círculo Santiagueño de Berazategui”, donde él es protesorero y se dedican a realizar festivales para recaudar fondos para destinarlos a obras de beneficencia y que ya aportaron libros, alimentos no perecederos a comedores infantiles, bancos escolares, sillas de ruedas para inválidos, para los pueblos del interior de Santiago y ya fueron beneficiadas las localidades de Perchil Bajo, Quimilí, Tinajeraioj, Río Pinto, Loreto, etc.

Lo más interesante es que viajan ellos mismos a los pueblos en camionetas o en camiones para depositar sus colaboraciones en donde corresponda. l

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