PELEAS

Algunos lloran o gritan. Yo prefiero acurrucarme debajo del cobertor y esperar. Aprieto mis manos contra las orejas y cierro los ojos para desaparecer. Lentamente la oscuridad raya la noche y sorbe el compás de la estridencia. Sólo mis dientes rechinan hasta que sale el sol. Los oigo preparar el desayuno y aparezco otra vez. “¡Buen día, hijo!”, me dicen con tono menguado, como si hubiéramos podido dormir toda la noche.l
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