Evangelio según San Lucas 9,46-50.
Entonces se les ocurrió
preguntarse quién sería el
más grande.
Pero Jesús, conociendo
sus pensamientos, tomó a un
niño y acercándolo, les dijo:
“El que recibe a este niño en
mi Nombre, me recibe a mí, y
el que me recibe a mí, recibe
a aquel que me envió; porque
el más pequeño de ustedes,
ese es el más grande”.
Juan, dirigiéndose a Jesús,
le dijo: “Maestro, hemos
visto a uno que expulsaba demonios
en tu nombre y tratamos
de impedírselo, porque
no es de los nuestros”.
Pero Jesús le dijo: “No se
lo impidan, porque el que no
está contra ustedes, está con
ustedes”.
Comentario
Los grandes en la fe de
ninguna manera se vanagloriaban
del poder que tenían
de obrar maravillas. Confesaban
que no eran sus propios
méritos los que actuaban sino
que era la misericordia del
Señor la que lo había hecho
todo. Si alguien se admiraba
de sus milagros, rechazaban
la gloria humana con estas
palabras tomadas de los
apóstoles: “Hermanos, ¿por
qué os admiráis de esto, o
por qué nos miráis fijamente,
como si por nuestro poder o
piedad hubiéramos hecho caminar
a éste?” (Hch 3,12). Nadie,
a su juicio, debía se alabado
por los dones y maravillas
que sólo son propias de
Dios...
Pero sucede, a veces, que
hombres inclinados al mal,
reprobables por lo que se refiere
a la fe, echan demonios
y obran prodigios en nombre
del Señor. Es de esto que un
día los apóstoles se quejaron
al Señor: “Maestro, decían,
hemos visto un hombre
que echa a los demonios
en tu nombre, y se lo hemos
prohibido porque no es de los
nuestros”.
Inmediatamente Cristo
respondió: “No se lo impidáis,
porque el que no está contra
vosotros está con vosotros”.
Pero cuando al final de los
tiempos esta gente dirá: “Señor,
Señor, ¿no es en tu nombre
que hemos profetizado?
¿No hemos echado demonios
en tu nombre? ¿Y en tu nombre
hemos hecho muchos milagros?”
él asegura que replicará:
“Nunca os he conocido;
alejaos de mí, malvados”. (Mt
7,22s).
A los que ha concedido
la gloria de los signos y milagros,
el Señor les advierte
de no creerse mejores a causa
de ello: “No os alegréis de
que los espíritus se os sometan;
alegraos de que vuestros
nombres estén escritos en
los cielos” (Lc 10,20).
El autor de todos los signos
y milagros llama a sus
discípulos a recoger su doctrina:
“Venid, les dice; y
aprended de mí” no a echar a
los demonios por el poder del
cielo, ni a curar leprosos, ni a
devolver la vista a los ciegos,
ni a resucltar a los muertos,
sino que dice: “Aprended de
mí que soy manso y humilde
de corazón” (Mt 11,28-29).